Esta novela canónica del Romanticismo hispanoamericano, escrita por el argentino José Mármol (1817-1871) y publicada como libro en 1851, propone un estereotipo femenino en un momento crucial para la historia del país, durante la dictadura del caudillo Juan Manuel Rosas. Unitarios y opositores al régimen que defiende Rosas bajo la etiqueta de federalismo se enfrentan en una lucha encarnizada. La pregunta que me asalta es ¿por qué el autor eligió un personaje femenino para ejemplificar el ideal civilizador de una generación que veía amenazada por un bárbaro?
Rosas socavaba las conquistas de un grupo de familias que adoptaban los modelos europeos, bien arraigados en la capital, Buenos Aires, centro de la vida política, intelectual y económica. ¿Por qué llamar a esta novela Amalia? ¿Acaso el ideal de la nación habría de descansar en una criatura delicada, pero valiente, leal, culta y, a la vez, respetuosa de los valores religiosos?
En esta novela no solo es definitivo el papel de la protagonista, también lo es el de otras mujeres en las intrigas políticas. Amalia, adornada con elevadas virtudes y nobles ideales, arriesga la vida y la fortuna por una patria soñada, vela por los intereses de los unitarios, representados en su primo Daniel Bello y en Eduardo Belgrano, el hombre que ama. Por otro lado, Encarnación Ezcurra, la esposa del caudillo, y su cuñada, María Josefa, ambas fanáticas y sagaces, utilizan su talento para sorprender a los enemigos y defender los intereses de los federales. Por último, Manuela Rosas, la hija del caudillo, se encuentra atrapada entre la rudeza y salvajismo del padre y una inteligencia que le permite actuar con relativa autonomía a favor de Amalia.
José Mármol juega con los paralelismos y las oposiciones entre las mujeres. Manuela Rosas, joven de la misma edad de Amalia, es de facciones finas, bella e inteligente, pero, según advierte el narrador, de un tipo de belleza distinta. Al parecer, despierta los apetitos de los hombres por un “cierto secreto de voluptuosidad instintiva”. En cambio, Amalia deja en los hombres una “impresión puramente espiritual”. El relato insiste en este aspecto cuando los amantes, Amalia y Eduardo, disfrutan juntos sin dejar de invocar a Dios y de expresar sus deseos amorosos. Pero, en la novela, fiel a los cánones del Romanticismo, un pensamiento trágico viene a perturbar su dicha, como ocurrirá en María, de Jorge Isaacs. En el caso de Amalia, no es la enfermedad la que los amenaza, sino los enfrentamientos políticos.
Tirano y dictador, para unos, defensor de la soberanía nacional, para otros, Rosas gobernaría en Buenos Aires entre 1835 y 1840. Su mandato desencadenó guerras civiles e implicó también la exploración del territorio argentino, y el enfrentamiento contra los indígenas, en la tristemente célebre campaña del desierto, de la que no se llega a hacer referencia en esta novela.
José Mármol, que sufrió la cárcel durante la dictadura, en 1839, y se vio forzado, como sus personajes, a huir en 1840 a Montevideo, proyecta sus sentimientos hacia el caudillo. En esta novela se extiende sobre los hechos políticos, de modo que la intriga amorosa es únicamente un gancho propio del folletín para captar la atención del lector. El personaje Amalia, aunque dé nombre al relato, aparece muy pocas veces en él y únicamente al relacionarse con el incidente de la persecución de Eduardo del que depende la intensidad dramática de esta novela.