Colaboración especial de María Isabel Martínez Morera
En estos momentos, cuando nos encontramos en la fase final de un largo proceso de investigación, que formará parte de una publicación razonada sobre la obra de Amable Sterling Medrano, nos permitimos compartir algunas reflexiones sobre el desarrollo creativo de una de las figuras más relevantes del arte dominicano.
Generalmente, la crítica especializada suele ubicar la obra de Amable Sterling dentro de la tradición académica, mientras su concepción del hombre (corpus-espíritu) a nuestro juicio, rebasa estos límites, para situarla en una atemporalidad dialogante entre la tradición académica y la contemporaneidad.
Aunque discípulo de Jaime Colson, con quién aprendió la técnica del mural, Amable Sterling asimiló el llamado neo humanismo colsoniano desde una perspectiva diferenciadora y que se hace necesario diseccionar, para poder comprender los entrecruzamientos de paradigmas estéticos del pasado y del presente a los que recurre constantemente en toda su producción.
Se entiende por tradición académica aquella que se apega a determinados cánones clásicos, que a su vez se inscriben dentro de la propia evolución y desarrollo del arte occidental, y que fueron patentizados enfáticamente en Europa y particularmente en la Francia del siglo XIX. Este academicismo supone el dominio de una serie de tecnicismos con la consecuente repetición de determinados patrones, el apego a las grandes temáticas del arte universal y, sobre todo, la validación constante de lo representacional como mediación posible entre lo representado y la realidad. Todos estos presupuestos en relación con la contemporaneidad artística manifiestan una especie de discontinuidad, quiebre o ruptura, que se inicia fundamentalmente con el tránsito a la modernidad y su crisis de lo representacional entendida en Danto (Danto, 2003) como la desaparición de la figuración y en Derridá (Derridá, 1990) como la anulación del recurso mediador de volver a presentar lo presentado.
Sin embargo, la pérdida de lo representado que pasa en la contemporaneidad a priorizar lo performativo (Austin, 1998) y (Barthes, 1987), en este caso, no es verificable en obras como la de Amable Sterling en la que a través de la figura humana se produce un diálogo discursivo entre tradición y contemporaneidad, que supera cualquier retórica absoluta entre ambas temporalidades.
Desde sus primeras exposiciones en las que destaca como un excelente dibujante, Amable Sterling utiliza el cuerpo humano como cartografía de un variado repertorio anímico, por donde desfilan emociones categóricamente opuestas: lo trágico – lo bello, lo grotesco – lo sublime, lo burlesco – lo siniestro. Estados anímicos atrapados en corporeidades exquisitamente elaboradas, donde el artista exhibe un dominio total de sus herramientas técnicas: Escorzos, perspectivas aéreas, planos yuxtapuestos, transparencias, movimientos, texturas, colores y matices, que se mezclan en espacios ascendentes. Recursos todos, para dar visibilidad a la condición humana de sus personajes. Así, estos seres sacudidos por la intensidad de sus pasiones en ocasiones se pueden presentar bajo el disfraz de un mito, para hablarnos de la guerra o de la soledad (Serie Ícaro). En otros momentos logran expresar una intensa vida espiritual, un éxtasis místico o un ensimismamiento casi filosófico.
Así, desde la Serie Ícaro, realizada en la década del ochenta, en la que el hijo de Dédalo se acerca temerariamente al sol sin detenerse ante el peligro de derretir sus alas, y que hace alusión a la posible destrucción de la raza humana, la producción de Amable Sterling se encamina hacia la construcción de metáforas sobre el destino del hombre, su soledad y sus angustias, siempre expresadas a través de gestos o posturas complejas, que hablan por sí mismas.
Su interés por la experimentación con recursos matéricos coincide con la serie dedicada a Jesucristo. En obras como Descendimiento de 1987 y Agnus Dei de 1988 Amable Sterling no abandona el cuerpo, ni sus tonos anímicos, solo que lo resignifica en el martirio de un ser, con suficiente carga mística, como para resumir todo el dolor de la humanidad.
Su interés por el collage y la experimentación lo lleva a una etapa neofigurativa y abstracta (Textura Impromptu, 2011). En la primera fase de este proceso podríamos citar obras como La Asunción, Descendimiento, Herida abierta y la Costura, realizadas durante la década del 90. Su paso por la abstracción, aunque muy significativo dentro del conjunto de su obra, no impide la vuelta a la figura humana como una constante en su producción y donde ha encontrado una manera propia de abordar la corporeidad. Estas concepciones tienen su génesis en la Serie Ícaro (1984) y su continuidad en El hombre que se consume en su hongo (1985), Catarsis para el nacimiento del hombre del mañana (1986), Dibujos al tercer fuego (2000), Variaciones Colsonianas (2001), Textura Impromptu (2011), en la Serie Onírica (2015) y en La Caverna de Platón (2016). En todas ellas, predomina la visión de un ser humano flotante y descontextualizado, en tanto los referentes espacio temporales se anulan, para dar paso a fondos vacíos y azulados.
Desde este punto de vista podríamos afirmar que Sterling construye una singularidad en el tratamiento de sus personajes, que se expresa como un continuum en cada etapa de su producción. Se trata de la ingravidez de sus personajes, esa manera en que el hombre, en su sentido genérico, sin definir rostros ni especificidades, flota sobre una atmósfera desprovista de asideros y en la que su vuelo, su dirección, su dimensión épica, mística o espiritual se descomponen en la nada. Es en esta permanencia del sujeto abandonado a su libre albedrío dónde su discurso se hace contemporáneo, dónde su concepto de individuo concurre con la esencia del Ser actual.
En este caso se trata de esa visión líquida del hombre contemporáneo que tan magistralmente Zygtmun Bauman propone en su obra La modernidad líquida (Bauman, 2002) y que Sterling ha interpretado a través de todas sus obras al identificar la esencia de sus personajes con la ingravidez. Su humanidad flotando representa “La figura del cambio, de la transitoriedad, de la precariedad de los vínculos humanos, dónde hasta el amor se hace flotante, incierto e impredecible, solitario en medio de sus miedos y sus angustias” (Vázquez, 2008).