SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Alastair Reid fue un viajero curioso, traductor, poeta y ensayista que colaboró con la revista New Yorker por más de 50 años con alrededor de 100 artículos. Vivió por poco tiempo en muchísimos lugares: en su tierra natal Escocia, en Nueva York, en Londres (en una casa-bote sobre el río Támesis), en varias ciudades de España, en Suiza, Méjico, Argentina, y en la Península de Samaná. Entre la década de 1980 y el 2000 vivió entre Nueva York y la remota propiedad que adquirió en Samaná, República Dominicana. Junto a su esposa, la escritora Leslie Clark tenía una plantación de jengibre en la que él mismo trabajaba durante el día, para por las tardes mecerse en su hamaca escuchando por la radio los partidos de pelota.

El ex editor del New Yorker, Charles McGrath (http://www.newyorker.com/books/page-turner/postscript-alastair-reid) lo recuerda como un hombre alegre, divertido e irreverente con sus cejas altas y expresivas. Un ciudadano cosmopolita pero sencillo a la vez, capaz de pasar el rato con un mensajero como con el editor de poesía.

En la década del 50, Don Alastair se mudó a España para poder “absorber el sentido del tiempo de los españoles… ya que los españoles tienen un don para extender el presente, ya sea alrededor de una comida o una conversación”. Y fue así como aprendió (y se volvió fluido) en el idioma español.

A través de su amigo Carlos Barral, de la imprenta Seix Barral en Barcelona, tuvo acceso de primera mano a libros y manuscritos provenientes de Latino América. Libro tras libro, su interés en Latino América se volvió ávido. Don Alastair descubrió en la literatura Latino Americana cómo el idioma español “se soltaba un poco de sus orígenes castellanos”: por medio de una intensa energía verbal, la escritura hacía del lenguaje un juego.

Esta sensibilidad de percibir el idioma le permitió traducir a los escritores del Boom literario del momento: Borges, Neruda, Donoso, Garcia Márquez, Fuentes, Vargas Llosa como así también convertirse en amigo cercano de ellos. De una manera humilde y silenciosa fue partícipe del boom de estos escritores a nivel mundial a través de su traducción al idioma inglés.

De Neruda y Borges escribió un extenso artículo en el New Yorker (New Yorker, 1996, “Neruda and Borges”). Le intrigaba que estos dos autores tan diferentes como escritores y como almas humanas, fueran considerados los escritores latinoamericanos por excelencia.

Dos escritores que se encontraron solo una vez, y pasaron el resto de sus vidas evitando un nuevo encuentro. Sin embargo él supo ser traductor y amigo de ambos. “El trabajo de Borges es ambiguo e irónico como el de Neruda es apasionadamente asertivo. Donde Neruda es abierto, incluso naif, Borges es oblicuo y escéptico; donde Neruda es sensual…, Borges es un asceta; donde Neruda esta enraizado en sus experiencias, Borges pareciera que ha vivido prácticamente dentro de la literatura, en la mente viajadora de sus lecturas.”

A Neruda lo conoció en Chile en 1964, en su casa de playa en Isla Negra. A Borges lo conoció el mismo año, en la Biblioteca Nacional que dirigía en Buenos Aires. Con Borges compartía el amor al arte de la traducción. Neruda le pidió que no solo tradujera su trabajo, sino “que lo mejorara”. Con Neruda compartía la risa, conversar a montones, comer y beber exuberantemente. Hasta Neruda lo apodo “Patapela’” (porque siempre andaba descalzo).

Alastair Reid, vivió en Samaná entre 1980 y 2000, donde cultivaba gengibre.
Alastair Reid, vivió en Samaná entre 1980 y 2000, donde cultivaba gengibre.

Con Borges aprendió a entrar en el universo privado de la oscuridad de su ceguera, un universo-biblioteca repleto de libros, de  memorias de Borges, de todo lo que leyó, de lo que escribió y escribirá.

De su vida en la República Dominicana, publicó un artículo en el New Yorker en 1992 (el año del 500 aniversario de la llegada de Colon) “Esperando a Colón” (New Yorker, 1992, Reflections: Waiting for Columbus). Un artículo crudo y realista sobre la llegada de Colón y sus tres carabelas a la península de Samaná. De la brutalidad con la que trato a los recién “descubiertos”. De cómo se extinguieron los Taínos en los primeros treinta años después del desembarco, a fuerza de malos tratos (explotación a través del trabajo en las minas de oro), suicidios (con el veneno de la yuca) y enfermedades que se contagiaron de los recién llegados (quienes además les negaron medicinas o tratamientos). Y todo por la promesa de oro para la Corona y nuevos súbditos para la Iglesia Católica.

Cuenta una historia en la que un cacique como ofrecimiento para el Almirante, pone a su bella hija desnuda, solamente con un aro de oro en la nariz como adorno. El Almirante la mira fijamente y le pregunta: ¿de dónde sacaste ese aro?

Don Alistair estaba visiblemente conmovido por el pasado de sus vecinos y la historia de estas tierras. El hecho que hablaba fluidamente el idioma le había permitido adentrarse en la cultura dominicana e inevitablemente, en la de sus vecinos de Samaná.

Los recuerda como “la gente más divertida del mundo”. La mayoría analfabetos, pero apasionados y elocuentes conversadores. Que cuentan sus historias de vida una y otra vez, pero cada vez las cuentan ligeramente diferente. Como si les faltara objetividad. Sin embargo, Don Alastair lo entiende perfectamente porque es algo que ha aprendido en diferentes países de Latino América y es la parte central de la escritura de Borges.

“Para Borges, todo lo que se ponga en lenguaje es ficción y no debe confundirse con la realidad. Las ficciones que creamos son una forma de ordenar y dominar los desórdenes de la realidad, aunque no la cambien para nada… Para mis vecinos, sus historias son una forma continua de auto crearse, una forma de domar y domesticar el mundo fuera de su vecindad, de lo desconocido”.

Para sus vecinos la historia no es más que unos cuentos de oídos. Para la mayoría de ellos, el pasado es una “irrelevancia”. Y ese año se festejarían en República Dominicana a todo esplendor los 500 años de un hecho que no revestía para sus vecinos demasiada importancia. Sin embargo, el Faro a Colón les había dado material para una nueva ficción: “cuando el Faro se prenda, dicen los campesinos, el resto del país se quedará sin luz.”

Don Alastair fue sobre todo un alma curiosa y andariega.  Un extracto de su poema “Curiosidad” advierte de ello y de su talento como poeta. Afrontémoslo. La curiosidad ….

Afrontémoslo. La curiosidad

a nadie matará –

sólo su ausencia.

Nunca querer ver

del otro lado de la colina

o a aquel  país poco probable

donde vivir sea un idilio

(aunque más probablemente sea un infierno)

nos matará a todos.

Sólo el curioso tiene

algo para contar

si ha vivido para contarlo.

Alastair Reid falleció el 22 de septiembre de este año a la edad de 88 años en Manhattan. Los últimos 25 años de vida vivió en un pequeño apartamento en Greenwich Village junto a su esposa Leslie Clark.