SALON ABIERTO

La semana pasada dimos por iniciada una serie de conversaciones sobre Aída Cartagena Portalatín y su novela Escalera para Electra. Establecí las motivaciones que me impulsan a pensar en este texto, propuse un marco teórico desde el (pos)estructuralismo y empezamos por colocar su obra y figura en un contexto nacional, caribeño y universal. Esta semana quiero extenderme un poco en este contexto y acercarlo al comportamiento de los movimientos escriturales en Dominicana a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Voy también a brujulear por su biografía, cuestión de resaltar rasgos de su carácter que en cierta forma se trasladan al ejercicio literario.

Lo que describe Max Henríquez Ureña como “la verdadera historia de la literatura dominicana” (1) es el producto de ciertas contradicciones. Si bien la poesía de finales del siglo XIX canta al espíritu patriótico y promueve un pensamiento civilizador, distorsiona las nociones de identidad al fortalecer la tesis de que la cultura dominicana es el resultado de una aleación taíno-peninsular y descartando el elemento africano. Néstor E. Rodríguez es uno de los tantos estudiosos que ha referido las influencias de la hispanofilia en las relaciones entre estado y literatura en la República Dominicana. En La isla y su envés, Rodríguez explica que el énfasis en esta demarcación va más allá de lo geográfico y encuentra su origen en la novela Enriquillo de Manuel de Jesús Galván (2). Este discurso na(rra)cional (3) establece la dominicanidad como heredera de la tradición cultural española y un difuso componente indígena.

Obras de Max Henríquez Ureña, publicadas por el Ministerio de Cultura

La poesía que destaca durante la primera ocupación norteamericana resiste la presencia militar extranjera, aunque la verdadera revuelta se da en torno a la literatura misma. Bajo el influjo de Baudelaire, Virgil Díaz busca un texto apartado de la métrica estricta y comparable con el propio ritmo de las oscilaciones líricas del corazón, el influjo del sueño y las inquietudes de la conciencia. Esta praxis se conoce como Vedrinismo y constituye la introducción de técnicas y formas escriturales que buscarán reflejar los cambios experimentados por una sociedad intervenida. Me hace mucha ilusión pensar en que la nueva literatura dominicana tiene su génesis en los anhelos de un dominicano furibundo que viaja de Madrid, a Barcelona y luego París, siguiéndole la pista a un piloto temerario de nombre Jules Vedrin.

En la primera fase de la ocupación del 1916, el comercio dominicano vivió momentos de bonanza gracias a la relación precio-demanda del azúcar de caña. Durante este período las protestas de grupos nacionalistas ante Washington fueron escuchadas aunque no se acataron. Para el 1921, la economía europea comienza a resurgir, provocando una caída en los precios del azúcar y el cacao que se traduce en un exceso de oferta. El resultado es una tremenda crisis que obliga al gobierno norteamericano a replantear su posición sobre la República Dominicana. Así, las tropas acuerdan dejar la isla luego de un llamado a elecciones y la conformación de un cuerpo militar de dominicanos armado y entrenado por los Marines.

El Postumismo define su propuesta estética contradiciendo lo vedrinista. Si Virgil Díaz procuraba un texto individualista e inmediato, Domingo Moreno Jiménez propone la perpetuación en el mañana desde lo fundacional. Max Henríquez Ureña reconoce que “en el concepto de que lo escrito ahora pueda ser póstumo hay una aspiración ulterior, una proyección de futuro: según eso, el postumismo es una literatura de mañana o de pasado mañana”.

Además de la renovación poética, este movimiento es destacable por su postura ante la intervención norteamericana. Moreno Jiménez asume una posición política ante el llamado a elecciones libres de 1921. La retirada “formal” de las fuerzas norteamericanas se da tres años más tarde; en su lugar, queda instalado un sistema represivo controlado desde la Policía Nacional. En cuanto a lo económico y político, al país le fueron asignados diplomáticos y delegados financieros.

Es en medio de esta revuelta que ve la luz la figura de Aída Cartagena Portalatín.

Aída Cartagena, segunda desde la izquierda, con vestido negro. Homenaje al poeta Manuel Llanes al publicar el poemario “El Fuego”.

 

Aída Cartagena Portalatín

Nace el 18 de junio de 1918 en Moca, localidad de la Región Norte del país. En los textos relacionados con su vida se le describe como un ser de carácter serio y melancólico. Su hermana Doña Olimpia destaca que en la mujer convivían una escritora tenaz y un espíritu bondadoso, mezcla de reserva, celo y perseverancia. En conversaciones con la investigadora Ángela Peña, Olimpia apunta las dificultades experimentadas por Aída debido a las restricciones presentadas por una sociedad convulsa, marcada por la diferenciación racial y la inestabilidad política. Según la hermana, en más de una vez le escuchó repetir “A mí me faltó ser capitaleña y ser política para que me reconocieran en este país” (4).

Contradiciendo las sugerencias de su familia se doctora en filosofía por la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Viaja luego a París en donde estudia museología y teoría de las artes plásticas. Su estadía en Francia da pie a un tránsito intelectual que la lleva por toda Europa y que se extenderá a lugares como África y Grecia, todo ello gracias a su interés por las diversas culturas del mundo. Estos traslados marcan drásticamente su obra. “Yo era una sentimental; cuando vi lo que pasaba en el mundo, me di cuenta de que tenía que estar junto a todos los hombres de la tierra” (5). Si bien estos desplazamientos son obligados por la avidez de fortalecer sus conocimientos y concretar su labor humanística, este éxodo tiene que ver con la política de estado. El Santo Domingo que deja Cartagena Portalatín es uno asediado por el paternalismo: una masculinidad omnipresente forjada tras años de caudillismo y militarización.

El ascenso trujillista al poder es producto de la intervención norteamericana. Rafael Leonidas Trujillo Molina aprovecha la autoridad castrense para establecer un monopolio desde donde amasa una considerable fortuna. Esta avasallante actividad capitalista se complementa con una serie de actos de terrorismo en contra del discurso opositor. Para 1930 el carácter deshonesto de los negocios del General Trujillo se había convertido en vox populi, por tal razón el régimen dispone desde sus inicios un plan para producir información. La ciudad letrada se reprime y las lealtades son puestas a prueba, lo que origina serias bifurcaciones en el pensamiento dominicano.

La respuesta de los escritores que no apoyan el régimen concentra sus limitados esfuerzos en la denuncia de abusos sociales y económicos. La dictadura ofrece en primera instancia posiciones políticas y seguridad. Los intelectuales que no se aceptan estos cargos quedan expuestos al acoso, al exilio y la muerte. Los ejemplos son lamentables. Juan Bosch, quien desarrolla narrativas de oposición formal desde la creación y el periodismo, sufre de inmediato las acciones represivas del gobierno. José Alcántara Almánzar explica cómo el mecanismo del régimen que busca producir sentimientos de adhesión, provoca las críticas más sensibles. Uno de los casos más notables es el de Ramón Marrero Aristy:

Autor de Balsié (1938), libro de relatos que, junto a con su novela Over (1939), forma parte de la más descarnada narrativa social dominicana. Marrero Aristy, escritor de trágico destino, asesinado por la dictadura a la que había servido, conoció como pocos la realidad de los ingenios azucareros y la explotación norteamericana (6).

El dictador Rafael L. Trujillo Molina

Lo que caracteriza a la dictadura trujillista es la verticalización de la autoridad desde la figura del gran padre de la nación. El pueblo, sin distinciones, pasa a ser súbdito del prohombre. Lo jerárquico obedece a una combinación de mano dura y divinidad. Esta cualidad mesiánica difunde la idea de que los mandamientos de Trujillo provienen de una sapiencia extra cotidiana o un espíritu en ascenso.

Todo estado recrea su ficción: durante la dictadura de Trujillo, el concepto de lo nacional encuentra sentido en una tesis genésica que aparta la negritud y otorga magnanimidad al benefactor. En este sentido, el discurso apologético se constituye en base a un silogismo; con el país al borde de la catástrofe, la única solución posible se encuentra en la omnipotencia emblemática. Con ciertas variaciones, esta teoría encuentra parangón en el caso puertorriqueño: durante los años treinta Puerto Rico es definido desde la ciudad letrada como una barca al garete; se retoma el discurso que propone la nación como cuerpo enfermo. La universidad enfoca la visión hacia lo hispano-taíno, buscando consuelo ante la crisis de identidad. Esta expedición precisa un conductor. En la introducción del estudio Literatura y paternalismo en Puerto Rico Juan Gelpí establece que “Según esta teoría, las generaciones giran alrededor de un caudillo o dirigente que viene a ser una especie de padre figurado” (7).

Durante la primera década del trujillato, la vertiente político intelectual que propone la imagen del jefe como pater familias encuentra representación en Manuel Peña Battle y Joaquín Balaguer. A partir de este momento las relaciones entre literatura y estado responden a un modelo adulatorio que encuentra replicantes en todo estrato social.  Eugenio García Cuevas ha escrito una tesis sobre la obra de Juan Bosch. Allí subraya que el ascenso de Trujillo es una especie de trauma que afecta el corpus literario:

No se escribe igual desde la tribuna del régimen que desde la disidencia, la indiferencia o el exilio […] Después del 1930 las alternativas del escritor dominicano eran muy limitadas […] De quedarse y practicar la escritura, esta debía estar cargada de simbolismos indescifrables para el régimen (8) .

Es el origen de una nueva intelligentsia que promulga y celebra la idea de Trujillo como el faro desde donde se perfila la patria nueva. Peña Battle relata la nación advirtiendo el peligro representado en la cuestión haitiana y colocando a Trujillo como el salvador de la uniformidad racial. Mientras Balaguer lo hace desde la censura, encadenando la palabra mediante los discursos que produce para el mandatario y ejerciendo la función del que custodia las formas de escritura.

La próxima entrega se titula El tiempo sorprendido. Veremos cómo Aída Cartagena Portalatín se inserta en la tradición literaria hacia la década del cuarenta con los poemarios Víspera del sueño, de 1944, Del sueño al mundo y Llámale verde, ambos en el 1945. Estas publicaciones coinciden con la conformación de la Poesía Sorprendida, vínculo poético que introduce cambios surrealistas en el curso de la práctica literaria dominicana.

NOTAS:

  1. Véase “La poesía patriótica”. Panorama Histórico de la República Dominicana. Tomo I. Segunda Edición.

Santo Domingo: Editorial Librería Dominicana, 1965, 176-215.

  1. Rodríguez, Néstor E. La isla y su envés: representaciones de lo nacional en el ensayo dominicano

contemporáneo. Premio Concha Meléndez de Crítica Literaria. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003, 7.

  1. Me referido a esto antes… al concepto de la Na(rra)ción, una propuesta postestructuralista de Luis Felipe

Díaz, en donde se establece que el texto literario es un espacio conflictivo de la historia cultural debido a las jerarquizaciones de clase y género, en sociedades marcadas por el trasunto colonial. Véase La na(rra)ción en la literatura puertorriqueña. San Juan: Ediciones Huracán, 2008.

  1. Peña, Ángela. “Aída Cartagena Portalatín, reconocida crítica y ensayista”. Aída Cartagena Portalatín.

Dossier. Miguel de Mena, Ed. Santo Domingo: Ediciones del Cielonaranja, 2010, 12.

  1. Madina, Marta. “Aída Cartagena: Era en el 1987. Soy una mujer de 1987”. Aída Cartagena Portalatín.

Dossier, 22.

  1. Alcántara Almánzar, José. Cuento Dominicano en el siglo XX. Fuente Internet:

http://www.baquiana.com/Numero_XLIX_L/Opini%C3%B3n.htm

  1. El investigador puertorriqueño destaca el carácter determinante del paternalismo como práctica en Latinoamérica desde el siglo XIX y todo el siglo XX; se interesa también en cómo este discurso se traduce de forma particular en los procesos del Caribe colonial en cuanto a la construcción del imaginario nación como cuerpo-locus. Véase Gelpí, Juan. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993.
  1. García Cuevas, Eugenio. Juan Bosch: novela, historia y sociedad. San Juan: Editorial Isla Negra, 1995, 43-44.