A raíz del impacto que han tenido las tecnologías de la información y de la comunicación en la producción de los distintos conocimientos, necesitamos un nuevo enfoque que pueda explicar la nueva condición del saber en la sociedad poscapitalista. Meta que inició Jean François Lyotard con la publicación de su libro La condición posmoderna. Informe sobre el saber, publicado en 1979.

Teniendo en cuenta el giro digital de la cultura debemos acercamos con una mirada totalmente diferente, que nos permita asumir un modelo interpretativo aplicado a la amplia gama de los saberes sin violentar su naturaleza. Creemos que ese modelo ha de asumir la forma lingüístico-discursiva que adopta cada saber al exponer los conocimientos sobre un estrato de la realidad.

En el contexto de nuestras sociedades globalizadas se han producido cambios significativos que permean todas las áreas de la vida. Incluyendo aquellos espacios en que se producen saberes: escuelas, institutos, universidades, centros de investigación, salones de exposiciones; iglesias, talleres de artes… Estos cambios también han impactado en aquellos agentes que los producen: religiosos, artistas, filósofos, científicos, gente común, técnicos, profesionales de toda índole, estudiantes…

Desde hace mucho tiempo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se han generado nuevas culturas de producción de conocimientos que afectan directamente a la formación educativa del individuo y a su manera de responder en situaciones concretas.  Aquí inferimos que los saberes, los conocimientos, desbordan la vida de las sociedades, incitando a su saturación a propósito de la información. Debido a esto, los saberes se constituyen en totalidades, produciendo cantidades de información que impactan a la existencia humana. Sin embargo, esas totalidades provocan, de modo paradójico, fragmentariedades.

Pero hablar de los saberes hoy, implica tomar en cuenta tres variables y situarnos en cada una, en el momento de querer explicarlos: la variable de la producción; la variable de la gestión y la variable de su transmisión, vinculada con la de su comercialización. En adición, no podemos olvidar el contexto donde se despliegan los saberes que es la globalización. Con dicha denominación se alzan múltiples formas de representación de lo social, apelando a atributos en la que queda proyectada tanto la imagen de la sociedad como la del ser humano.

En el espíritu del giro lingüístico, hermenéutico y posmoderno que encarna la filosofía actual, la pregunta por el saber obliga a responder otras emergentes, por ejemplo: ¿cómo los saberes dotan de sentido al mundo? ¿Cómo se configuran para hacerlo? ¿En qué consiste el carácter interpretador de todo saber? Ante la incesante producción de conocimientos: ¿se puede dar una definición general del saber tomando en cuenta su diversificación y contexto? ¿Qué relación existe entre saberes, lenguaje y discurso? ¿Qué vínculo tienen los saberes con lo social (instituciones y profesiones), a propósito del contexto actual que los posibilita?

Dejamos estas preguntas abiertas, simplemente para motivar a la reflexión y dejar en claro que el problema de los saberes es una de las cuestiones vitales de nuestra sociedad. Que atañe no solo al sector educativo, sino además al ámbito político. Allí donde se toman decisiones que afectan de modo directo el curso de nuestras vidas. O sea, que la cuestión de los saberes es también un problema de los gobiernos. Estos deben prestarle atención, similar a como se trata la salud, por el impacto que tienen en la sociedad y el Estado. Y como consecuencia, en el manejo de la cosa pública.