SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En el seminario “Subregión del valle: historia, economía y sociedad en los siglos XIX y XX”, el historiador Edwin Espinal expuso que fueron las armas de fuego las que signaron la evolución del proceso de la Independencia Nacional.

 En el seminario de historia local organizado por la Academia Dominicana de la Historia Espinal aseguró que, aunque algunas fuentes resaltan que los dominicanos contaban con escasas armas de fuego, el ímpetu y autoestima del naciente ejército dominicano no estuvieron sostenidos solamente por sus lanzas, sino también por la artillería y la infantería.

Espinal Hernández, miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia, desarrolló el tema “¿A machete o a tiro limpio: de armas blancas y de fuego en las batallas sureñas de la Independencia” en el seminario organizado por la Academia con el apoyo de la Universidad Tecnológica del Sur (Utesur) en Azua.

En el evento se le rindió homenaje al historiador azuano Eddie Noboa, quien estuvo presente junto a familiares, que agradecieron la distinción.

Espinal Hernández expresó que el coraje de los lanceros seibanos no fue el único factor que sostuvo la defensa de Azua el 19 de marzo de 1844 y tampoco las armas blancas tuvieron en Santiago, el 30 de marzo de 1844, el sobredimensionado rol que se les atribuye, pues la artillería y la infantería fueron las que definieron aquellos encuentros bélicos.

Señaló que los primeros choques con los haitianos, si bien se saldaron en victorias, se llevaron a cabo en condiciones en extremo desventajosas desde el punto de vista de la cantidad e idoneidad del armamento utilizado, el cual, sin embargo, fue beneficiosamente manejado.

 “El empeño en contar con armas de fuego pone de manifiesto su rol en las acciones bélicas independentistas y reniega del carácter omnipresente de las armas blancas”, sostuvo.

Subrayó que el uso de manera principal de fusiles en los combates escenificados y la insistente necesidad de su presencia en los cantones dominicanos dejan por sentado que las armas blancas no fueron las que por sí solas determinaron el triunfo dominicano y que la glorificación que hacen del machete ciertos autores se atiene más a su condición de instrumento indispensable de las masas rurales, protagonistas claves de la guerra y como tales exaltadas indirectamente en los partes y comunicaciones sobre las batallas, al indicarse que las victorias  nacionales se debían, ante todo, a sus aceros.

“El planteamiento de una “escuela táctica” del arma blanca, que se erigiera en el pivote de las batallas de la independencia, es cuestionable. La transfiguración de campesinos usuarios de machetes y lanzas en tanto herramientas de trabajo en diestros dominadores de su desempeño como utilería bélica es contrastada con los cuatro elementos tomados en cuenta a la hora de determinar el estado de una tropa antes y durante una batalla en el siglo XIX, a saber, la fatiga, el hambre, el humo y el sonido”, agregó.

Destacó que la autonomía táctica de las armas blancas en la guerra de independencia estuvo sujeta a varias condicionantes, dependientes de los distintos campos de batalla y de las reglas con las que sus actores operaban en ellos, subordinadas, entre otras cosas, a las fuerzas y armamento de que se disponía, las características del terreno que se tratase y los objetivos estratégicos y/o tácticos que se perseguían, contenidos de forma global en las órdenes generales de operaciones que apoderaban a los comandantes y en la disposición de las tropas que estos ordenaran antes entrar en combate.

Valoró que, a partir de la compulsa de los partes, comunicaciones y testimonios de diversas acciones de guerra, se desprende que las armas de fuego eran los instrumentales primarios de los dominicanos, pese a la confianza que tenían en los machetes. “La esencialidad en el empleo del fusil o la carabina en la trabazón de un combate la comprueban dichos documentos, en los que queda establecido que el fuego de la fusilería era el que rompía los ataques”, refirió.

Mu Kien Sang Ben y Virgilio López Azuán mientras entregaban el diploma de reconocimiento al historiador azuano Eddie Noboa. Les acompañaban Edwin Espinal, Bernardo Sención y María Antonia Pérez. (Karina Valentín/ADH).
Virgilio López

Concluyó que el uso de las armas blancas estaba fundado en el sentido de oportunidad y que la superioridad a la que aluden determinadas fuentes era complementaria de la participación, en primeros momentos, de la artillería y la infantería en los distintos combates. “El aporte culminante a las victorias explica por qué se sobreponía la importancia de las armas blancas al papel de los fusileros y de los artilleros, soldados y oficiales que interactuaban en el manejo de una pieza de artillería y se las rodeaba de un halo divino”.

Apolinar Medrano

En el evento Espinal leyó una exposición del historiador Raymundo González en relación a “La montería y el ejido de Azua de Compostela en el siglo XVIII. Una aproximación histórica”.

Además, disertaron Mu Kien Sang Ben, presidenta de la academia, sobre Buenaventura Báez; Bernardo Sención Pérez, quien se refirió a la “Evolución histórica de la provincia de Azua”; Apolinar Medrano, acerca de los “Monumentos tangibles e intangibles de la provincia de Azua”, y Juan Félix Taveras Merán, en torno a las “Manifestaciones culturales de San Juan: la cofradía del Espíritu Santo”.

Igualmente, Virgilio López Azuán, rector de la Utesur, habló sobre las “Costumbres, mitos y creencias en la subregión del valle”, y María Antonia Pérez y Lucy Arraya se refirieron a otros aspectos sobre Azua y el sur.