"Aquí entre hombres que van  morir,  dentro de músicas que navegan -intocables- en el viento, en ciudades que muerden el naranjo y las cenizas, en parques olvidados y en olvidadas balerinas, dentro de autobuses que perdieron su memoria de hipocampo, entre hombres que van al presidio o a la noche, la noche que respira con pulmones de alquitrán o vino, como un animal que el mar acosa hacia la mañana. Aquí, aquí" (Enriquillo Sánchez/4to Canto, de los Cantos del Húsar, libro Convicto y Confeso 1990)

Hace muchos años, cuando la vida no valía nada, había un señor de lentes oscuros, que noche tras anoche en una vieja camioneta, se estacionaba en la calle Hostos, cerca de la acera de los antiguos Helados Imperiales, donde el inolvidable Víctor Papaterra acogía a los hermanos Fiallo, Alberto en particular,  y a su pequeña peña de amigos.

A mediados de los años 60 del siglo XX la Ciudad Colonial todavía era importante como parte del centro y espíritu urbano, la vida de El Conde como vitrina y figureo, tenía sus días contados.

Por las mesas de los Imperiales muchos debates rodaron, en la pasión encendida de las ideas y los criterios.

El señor de lentes oscuros miraba y desde su asiento, junto a una señora, lograba escuchar las conversaciones acaloradas de aquellos jóvenes urbanos con cierta vocación intelectual y con recias ganas de vivir su tiempo, en la angustia de aquellos días innombrables.

Los hombres que habían vivido su pasado heroico estaban desbandados. Nadie mejor que René del Risco había interpretado el post 1965 y su resaca moral, la derrota absoluta y en el corazón y la mente, como un flash, aquellos momentos gloriosos de la guerra de abril.

("Debo saludar la tarde desde lo alto,  poner mis palabras del lado de la vida  y confundirme con los hombres  por calles en donde empieza a caer la noche.  Debo buscar la sonrisa de mis camaradas  y tocar en el hombro a una mujer  Es hermoso ahora besar la espalda de la  esposa,  que lee revistas mordiendo un cigarrillo;  ya no es hora de contar sordas historias,  la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,  episodios de irremediable llanto, todo perdido, terminado…") René del Risco/ El Viento Frío, 1967.

Aquel señor de lentes oscuros y rostro italianado vigilaba, desde los barrios más míseros de la ciudad, a su gente que eran los combatientes olvidados de la Guerra de Abril, sin trabajo y perseguidos por la maquinaria asesina de los esbirros Truji-Balagueristas.

¿Por qué este señor protegía a esas personas con tanta devoción?…

Había la certeza de que en su propia leyenda, el duende de su tiempo heroico estaba vivo, que pertenecía a esa casta de hombres que había lidiado con el peligro y la muerte, hecho que de nuevo repetía en las calles de Santo Domingo, cuando algunas noches de terror común iba a buscar a su amigo el Comandante Pichirilo, y artillados desafiaban el terror de esas tristes calles hechas a la medida de los famosos incontrolables, tan conocidos de Balaguer.

Juegos de vehículos entre callejones a pecho limpio convocando la  muerte, mientras los "pacificadores" sabían que tenían reservada la primera página del periódico El  Nacional de entonces para sus listas de muerte por selección múltiple.

Aquel hombre de lentes oscuros, fascinado por el humor constante, hacía de cada palabra un acertijo de inteligencia y agudeza, vaticinando los péndulos del mundo y entre tinto y tinto de buena cosecha, se desvivía diciendo que el combatiente dominicano, su fiereza en la batalla del Puente Duarte, solo era comparable al combatiente republicano de la Guerra Civil Española. Esas eran sus conversaciones, intensas, emotivas, matizadas por la seguidilla verbal del "No es cierto", "No es cierto" y el vibrato de una voz inconfundible, de firme reverberación y mejor dicción para las lecturas encantadas, impronta sonora del sur del continente.

Cuando los años 70 del siglo XX remontaban como un largo cristal pintado de sangre inocente derramadas por profesionales de la cobardía asesina, ya aquel señor de los lentes oscuros conocía mis artículos en el suplemento del Listín Diario.

Maniático impenitente de los paseos nocturnales, alguna vez me narró historias, me hablaba de Buenos Aires y, con extraordinario entusiasmo, me recogía en la Moisés García 4 para explicarme quién era Gudiño Kieffer, aquel autor de una novela titulada con un verso de Borges, "Será por eso que la quiero tanto" (1975).[i]

O recordaba de repente a Roberto Arlt[ii] y, sus aguas fuertes porteñas, otro libro que me indicaba la  ruda  nostalgia que a veces le sacudía, por aquella ciudad.

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina

Ahora, entre la congoja y el vacío largo y silente, puedo decir que ese señor de lentes oscuros, que con larga mirada desde la vieja camioneta en los Imperiales, presentía el hambre de una amistad incólume y sin par, ahora lo puedo decir, se llama Joaquín Basanta, aún no le nombro en pasado, no lo haré nunca…

Junto a Milagros Ortiz Bosch, abrieron su casa de par en par para una juventud diversa en la búsqueda propia de su tiempo.

Sin aquel hogar, Nueva Forma, el grupo de experimentación sonora, nunca hubiese existido…

Y las en las posturas analíticas de aquel momento, la posición grupal de Nueva Forma ante la opinión pública, tenía también la huella desbordada y  visionaria del mentado viejo Juaco.

Joaquín Basanta tenía la extraña simbiosis de haber sido un hombre de armas y, al mismo tiempo, de profunda sensibilidad intelectual y artística. Simpleza y cariño retraído en la mirada ante la indignación que le producía la miseria abyecta de un pueblo dominicano, que amó, defendió y protegió con más ahínco y rabia, que muchos de los nacido en este lar.

Se maravillaba en largas conversaciones con Diógenes Céspedes, le calificaba como un lingüistica inteligente y certero; veía en Soledad Álvarez el maravilloso potencial de una gran escritora. Y entre días y noches, de repente, tenía palabras y versos para la abuela de José Thomas, a quien varias veces transportó a su hogar.

Joaquín Basanta, segundo desde la izquierda, con gafas oscuras. Al centro, Juan Bosch.
Joaquín Basanta, segundo desde la izquierda, con gafas oscuras. Al centro, Juan Bosch.

Valoró  con precisión la carrera de Sonia Silvestre y descubriría en su casa a un Claudio Cohén, tímido de viva voz. Estableció una camarería plena ahogada en humor con Víctor Víctor, Luis Tomás Oviedo, Tommy García (responsable del mote grupal a Joaquín de "La Pampa").

¿Lo recuerdas Hamelin, Víctor Cruz?.

Ese humor era extensivo a las Hurracas Parlanchinas, ni se diga, Miguel Cohn y el famoso ricoloco Thomas (José).

Aquella era nuestra arcadia insospechada, la inventó Joaquín Basanta para nosotros, afuera la mezquindad campeaba, entre lo ridículo y nada sublime, la ignorancia ideológica era una peste maldita y Joaquín Basanta lo sabía…

Aquella era nuestra bitácora y a lo  lejos un largo mar sereno y jugetón, se robaba todo un ventanal, en nuestra arcadia pletórica de nuestros sueños y metas por venir, entonces.

La pintura Dominicana  embrujó a Joaquín Basanta, alguna vez he visto su rostro con el resplandor selenita del azul de Cándido Bidó,  y narraba en las claves del rojo de Ramón Oviedo, en unos cuadros de batalla por la vida, la fuerza y la aspiración a sobrevivir del pintor en trance… Estaba conmovido y lo sabía transmitir con fuertes emociones del demonio preciso del lenguaje.

Y qué decir de sus cuitas y desvelos por León Bosch, las fabulosas historias serían interminables, carro en marcha, a buscarlo para compartir su eterna sonrisa de niño grande y  travieso de ciudades.

Me decía que no abandonara la prosa, que se me daba bien, que no hiciera caso a los imbéciles de entonces, que siguiera mi camino, mientras el mar y su festín de yodo oscuro entraba por la puerta de la vieja camioneta, cual saeta de frescor.

En aquel universo de referencias intelectuales, descubrimos todos nosotros sus obsesiones con Walt Whitman y Pablo Neruda, sus apasionadas reflexiones sobre la Guerra Civil Española de 1936, nos hizo entender su significado y sus complejidades, sus valores y sus desdichas.

Inspirado en ese laberinto de ideas y recuerdos, hace el excelente texto de Neruda,  "Raíz y Geografía" junto a la sección musical de Nueva Forma: Sonia Silvestre, Víctor Víctor, Luis Tomás Oviedo, Claudio Cohén Frank Canelo, Ismael Guantes, Sixto Reynoso. Coordinadores técnicos, Juan Tomás Garcia (Tommy) y Salvador Morales.

Catador de poemas y poetas, mejor oído para las voces y aquella sensación eterna de que "lo esencial, es lo que hace que la vida valga la pena".

Que al rodearle, aprenderíamos quizás a "tocar el corazón de las personas" con la trascendencia de lo que hacíamos, pero con dedicación y convicción.

En  New York, mucho antes que Woody Allen, descubriera locaciones para la película Manhattan (1979), Joaquín Basanta había recorrido esas locaciones entre las luces del puente y una gran nostalgia de ciudad gigante.

A los 40 años de "7 Días con el Pueblo", habrá que recordar a Joaquín Basanta, nacido en Buenos Aires entre 1917 o 1919, un 29 de diciembre. En Cuba fallecería en 1990, reposa allí en el recinto de los héroes internacionales.

Desde la izquierda, Carlos Francisco Elías, Juan Basanta y Juan Tomas Garcia (Tommy). Dos ex Nueva Forma con la ex mascota de Nueva Forma
Desde la izquierda, Carlos Francisco Elías, Juan Basanta y Juan Tomas Garcia (Tommy). Dos ex Nueva Forma con la ex mascota de Nueva Forma

Aquel señor de los lentes oscuros, padre de Juan Basanta (quien mucho antes de ser el segundo niño de la nación, había logrado con habilidad que le dijeran su nombre y su apellido  junto, curiosa destreza!!), alguna vez entendió que lo mejor de la vida, era lo mejor de la vida, y que el paraíso posible aquí se construye, será por eso que le queremos tanto. (CFE)

[i]  He aquí el poema original de Jorge Luis Borges, que está dedicado a la ciudad de Buenos Aires.

"Y la ciudad, ahora, es como un plano De mis humillaciones y fracasos;

Desde esa puerta he visto los ocasos Y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto Me han deparado los comunes casos

De toda suerte humana; aquí mis pasos Urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera El fruto que le debe la mañana; Aquí mi sombra en la no menos vana Sombra final se perderá, ligera. No nos une el amor sino el espanto;

Será por eso que la quiero tanto." (Jorge Luis Borges).

[ii] Roberto Arlt, fue un brillante escritor argentino, y ese libro, Aguas Fuertes Porteñas, muy conocido, fue escrito en 1933, tres años más tarde, escribiría Aguas Fuertes Española, en alusión a la Guerra Civil.