Las decisiones humanas, sean estas privadas o públicas, encuentran su explicación en el complejo entramado de emociones, ideas y sentimientos que constituyen el carácter y la personalidad de quien las adopta. Más allá del modo de actuación que impone la racionalidad política y estratégica en un momento y circunstancia determinada.
Fue Pascal quien sentenció sabiamente que “el corazón tiene razones que la razón nunca podrá conocer”, afirmación contra la cual, cuando de decisiones políticas o militares de carácter estratégico se trata, bien podría argumentarse que en las mismas no caben las “razones del corazón”.
Empero, dichas variables nunca deberían ser desechadas al momento de ponderar una acción determinada a la luz de la historiografía científica y es lamentable que esta dejación ocurra con inusual frecuencia por parte de quienes tenemos por hábito dedicarnos a su cultivo. Las actuaciones humanas y los móviles últimos que las originan muchas veces se reducen y simplifican cuando se pretende interpretarlas al sólo dictado de la lógica.
Por ello conviene siempre que el amante de la historia procure auxiliarse también de las ciencias de la conducta. Y formularse preguntas, de esas que no fácilmente o tal vez nunca encontrarán respuesta cabal.
A la luz de estas precedentes consideraciones, siempre han resultado para el estudioso de la historia una especie de enigma las razones últimas que condujeron al Héroe Nacional Coronel Rafael Fernández Domínguez, seis días después de su retorno al país desde Puerto Rico, para aquel fatídico 19 de mayo de 1965, intentar la toma del Palacio, ya en manos de los golpistas, ocasión en la que, tristemente, muere junto a valiosos compañeros que junto a él adoptaron aquella arriesgada determinación.
Para comprender el calibre ético y la pureza del ideal de redención patria que encarnaba el ideólogo del movimiento constitucionalista y hoy Héroe Nacional Coronel Rafael Fernández Domínguez, sólo habría que detenerse a reflexionar sobre lo que de él expresara el Profesor Bosch en el coloquio celebrado en su memoria el 19 de mayo de 1979 al conmemorarse el décimo cuarto aniversario de su cruenta muerte:
Aquel día expresó Don Juan que Fernández Domínguez: “era el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó sin integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz”.
Y el encumbrado poeta Don Mariano Lebrón Saviñon, al prologar el “Ideario del Coronel Fernández Domínguez” del General Héctor Lachapelle Díaz, expresó en su hermoso y alado lenguaje:
“La vida del Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez es una tragedia de Esquilo sumergida en una sinfonía marcial de vibrantes notas que surgen en las tempestades. Pasó como un meteoro, un célico fulgor de amor y patriotismo y hundió su rica juventud en el abismo letal de la epopeya. Vivió para el amor, pero entalló su vida en un airoso pedestal de olímpico pentélico reservado tan sólo a los héroes que exaltan sus errancias por los Campos Elíseos donde los héroes yerran”.
“El auténtico heroísmo es una actitud solariega y un menester raigal. Y Fernández Domínguez viene de una generación con verdadera madera heroica y sentimental… Y por eso a cada instante encaraba la muerte- como trágico regazo del destino- y ésta enarbolaba su guadaña en el límpido venero de su alma virginal”.
Cabría preguntarse hasta donde había influido en su ánimo en hecho de que, también por fuerzas de las circunstancias, no pudiera estar presente en el escenario de batalla cuando en abril de 1965 se produce el alzamiento cívico- militar en defensa de la constitucionalidad del cual fue ideólogo y gestor y que comenzó a fraguar desde mediados de julio de 1963, previendo la posibilidad, consumada después, de que sectores oscurantistas derrocaran el gobierno legítimo del Profesor Bosch.
En el Coronel Fernández Domínguez la autosuperación; el caminar hacia el ideal inmarcesible que se constituyó en causa existencial parece no haber tenido tregua, a pesar de las difíciles circunstancias en que le correspondió actuar y formarse.
Meses después de su muerte, su digna esposa Doña Arlette Vda. Fernández Domínguez, recientemente fallecida, y que tanto hizo por preservar la grandeza de su legado, expresaría en entrevista a la periodista Aleyda Fernández: “en los últimos tiempos que viví junto a él su afán de superarse a sí mismo y su amor a la patria se constituyó en una mística tan grande que había momentos en que yo lo sentía lejos de mí. A veces no le comprendía”.
“A Rafael le obsesionaba el ver disciplinadas las Fuerzas Armadas, le atormentaba el problema de la mendicidad infantil, la corrupción administrativa, pero sobre todo la violación al reglamento militar”.
Y citaba entonces, lo que haría después más extensamente, en el valioso libro de su autoría dedicado a su Esposo, valiosa documentación en la que Fernández Domínguez sustentaba las razones que le habían llevado a gestar el Movimiento Constitucionalista, al afirmar que el mismo:
“Es la gran oportunidad que brinda la historia a las Fuerzas Armadas para que reconquisten su prestigio…Es el clamor de millones de seres que sufren pisoteados por el hambre, las injusticias y sobre todo por el triste destino de nacer y vivir en una patria escarnecida por sus hijos más privilegiados”.
La carta que a principios de mayo de 1965 le envía a su Esposa Arlette desde Rio Piedras, Puerto Rico, es altamente reveladora del elevado nivel de conciencia patriótica que inspiraba su accionar:
Puerto Rico
Mayo del 65, Rio Piedras.
Te estoy haciendo esta carta porque es posible que cuando llegues ya no esté aquí, ya que hay posibilidad de poder entrar a mi patria.
Estoy consciente del peligro, pero tú sabes que lo más sagrado para mi es el deber y hoy debo cumplirlo nada menos que con mi patria y mi pueblo y me siento dichoso de que Dios me brinde la oportunidad de cumplirlo como soldado.
Además, recuerda lo que tanto te he dicho, todos tenemos nuestro destino marcado, y si el mio es morir por mi patria, es el destino más maravilloso que hombre alguna pueda tener y la felicidad que yo sentiría es algo inexplicable. Yo tengo el privilegio de haber aprendido a amar a mi pueblo y a mi patria de esta forma que sólo yo sé, de haber tratado de superarme a mí mismo y tratar de llegar a ser un “HOMBRE”.
Me voy Letty, pero en esta carta te dejo mi corazón y mi alma, miles de besos a los niños, cuídense mucho y que Dios los bendiga”.
Te adora tu
Rafa
Es en el arraigo que tuvieron en el alma del Coronel Fernández Domínguez las precitadas convicciones, donde se encuentra la clave última de su accionar heroico. En su ideario se encuentran frases como estas: “He visto que toda la fortaleza que necesitamos para afrontar cualquiera prueba que se nos presente a lo largo de la vida, la tenemos dentro” o al afirmar “la vida no vale la pena sino es para emplearla en una empresa grande”
El gran poeta Manuel del Cabral, el mismo que expresara que “hay muertos que van subiendo cuando más su ataúd baja”, profetizó para siempre en aquella inmortal poesía que dedicara a su memoria, la acción fecunda e inmortal de Fernández Domínguez en el decurso del tiempo:
“Los discursos
En un metro de tierra le metieron el cuerpo
creyeron que con eso te enterraban;
sin embargo,
los buitres no vinieron a tu limpio cadáver ,
pero vino la abeja, su visita obrera
sabía que tu muerte es una esencia;
sabía
que tu muerte es jabón para la historia,
sabía
que tu cadáver de celeste oficio
anda profundo fumigando raíces de la tierra.