SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En el 45 aniversario de la guerrilla de Caracoles, encabezada por Francis Caamaño, es mucho lo que todavía queda por conocerse. Hamlet Hermann, uno de los protagonistas y participante de la guerrilla, es quien más ha sistematizado al contar la historia, en sus detalles y pormenores hasta su finalización.
Claudio Caamaño, otro de los protagonistas y participante, también ha contado su historia, con una versión diferenciada, en ocasiones, de algunos de los detalles. Acento inicia, con este trabajo de recuento de Claudio Caamaño, una serie de relatos sobre la guerrilla de Caamaño.
No se ha contado toda la historia. Es tiempo que comience un gran debate sobre esos hechos. La distancia de 40 años al parecer no ha borrado las diferencias, sino que las ha profundizado, como podrá verse en una serie de trabajos que publicaremos desde ahora, y en las siguientes semanas.
Estaremos publicando textos con el interés de contribuir al debate. Acento recibirá todas las opiniones y consideraciones que aporten los lectores interesados y con información sustentada y valiosa.
En esta ocasión iniciamos una serie de reportajes del periodista Felipe Nery Ciprián, escritos en exclusiva para este diario.
Caamaño está en Azua viene hacia Ocoa
Felipe Ciprián
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Cuando Norma, la esposa de Titilo Sierra, cruzó los escasos metros que separan su casa en la calle Sánchez de aquella donde nosotros vivíamos en San José de Ocoa aquel amanecer del lunes 5 de febrero de 1973, nos enteramos de que se había producido una incursión guerrillera en las montañas de nuestro pueblo.
– ¿Dónde está Dolores? (mi madre) –preguntó la vecina Norma.
– Se fue a la 6:00 de la mañana para la Capital con Jando (Alejandro Tejeda, chofer de un carro público que llevaba pasajeros a domicilio de Ocoa a Santo Domingo) –respondí casi a coro con varios de mis hermanos.
–Ay Dios, se fue y Caamaño está en Azua y viene hacia Ocoa –completó Norma.
Todo el poblado de Ocoa supo de inmediato que el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el líder de la Revolución de 1965, estaba en las montañas al frente de un destacamento guerrillero y de ahí en adelante habría guerra.
Yo, al igual que decenas de jóvenes (entonces tenía 16 años) estábamos eufóricos porque por fin tendríamos la oportunidad de pelear por una revolución bajo el comando de esa especie de Espartaco que suponíamos era el coronel Caamaño y que había entrado al país para iniciar una nueva guerra para completar la no ganada de 1965.
¿Cómo lo supo Norma? Aun no se lo he preguntado pero muy probablemente se lo informó alguien bien enterado porque el día anterior, domingo 4 de febrero, la patrulla mixta compuesta por el sargento Artemio Pérez Vólquez, el raso Ramón María Roque, ambos del Ejército Nacional, y los rasos Julio Santos Belliard y Héctor Radhamés Ferreira Féliz, de la Policía Nacional, había sido enviada hasta las proximidades de La Mesa de Domingo para indagar la presencia de militares armados que armonizaban con los campesinos de la zona.
El jefe del Destacamento del Ejército Nacional en Ocoa, teniente Francisco Antonio Sandoval Abreu, junto al teniente Domingo Santos y Santos, de la Policía Nacional, recibieron ese domingo el informe de la patrulla mixta de que se trataba de un grupo irregular porque el jefe, identificado como el coronel Román Román, dijo pertenecer a la inexistente Cuarta Brigada del Ejército Nacional.
La patrulla había partido ese domingo para indagar la presencia de militares en El Cercado, 30 kilómetros al oeste de Ocoa, atendiendo a la delación precisa que habían hecho los señores Rafael Bernardo Roa (Rafelito era un reconocido informante) e Ignacio Matos, otro confidente que manejaba un jeep de transporte público y que era llamado en la Policía por el seudónimo de Topo Yiyo.
Cuando regresó la patrulla mixta luego de hablar en horas de la tarde de aquel domingo con Hamlet Hermann primero y luego con Caamaño, fue esperada en el Destacamento de la Policía Nacional de Ocoa por el teniente del Ejército Sandoval Abreu y por el de la Policía, Santos y Santos.
Comprobado el hecho de que se trataba de un grupo con formación militar pero que no pertenecía a ninguna agrupación regular, el teniente Sandoval Abreu emitió, vía la estación de radio de la Policía Nacional de Ocoa (Z-31, Z-33), un telefonema donde informaba al jefe del Estado Mayor del Ejército, al comandante de la Tercera Brigada (San Juan de la Maguana), al comandante y al inspector del 11º Batallón del Ejército con asiento en Elías Piña y al comandante de la 22ª Compañía del Ejército en Azua, un informe de que ocho hombres portando armas largas y otros atuendos militares estaban en las proximidades de Mancebo, a orillas del arroyo La Ciénaga y se encaminaban hacia la Sabana de San Juan llevando pertrechos en dos mulos que habían comprado.
En el pobladito de El Cercado, los guerrilleros disfrutaron de una sopa preparada por Dominga, la esposa del señor Batino Mancebo, madre de mis amigas Rosa y Clara, según me relatara varios años después el propio Batino, quien ya desengañado me dijo que lo hizo con mucho gusto porque confió en que eran militares del gobierno.
Ya las autoridades habían tenido acceso al yate “Black Jak” que el grupo de Caamaño había anclado frente a la playa La Boquita, pero que se arrastró hasta Playa Caracoles donde finalmente fue abordado por los militares que encontraron un escrito donde se informaba que había explosivos programados para estar listos para detonar desde las 10:00 de la mañana y con la inconfundible firma del coronel Caamaño.
Establecida la presencia del yate en Caracoles y los hombres armados en El Cercado, San José de Ocoa, las autoridades militares comenzaron a ponerse a la altura de las circunstancias: convirtieron el Destacamento de la Policía Nacional en la 36ª Compañía y ascendieron al teniente Santos y Santos a capitán, enviándole al menos veinte policías más.
El cabo Mamerto Liriano Saldaña, quien era el jefe del Puesto de la Policía Nacional en El Pinar, Ocoa, el poblado más grande en las proximidades del teatro de operaciones, recibió el refuerzo de más hombres para superar su dotación de cinco.
En la medida en que avanzaba la mañana comenzaron a llegar camiones y jeeps militares procedentes de Azua, asiento de la 22 Compañía del Ejército Nacional comandada por el capitán Fernando Sánchez Aybar, y de San Cristóbal, donde estaba el batallón Ramón Matías Mella, así como de la Tercera Brigada del Ejército.
La persecución a la guerrilla en el norte de El Cercado tuvo un primer saldo trágico para los militares: Tras el inesperado combate entre dos guerrilleros (Eberto Lalane José, segundo jefe y encargado de la agrupación de retaguardia, y Hamlet Hermann Pérez) con una Sección del Ejército (agrupamiento menor que un pelotón y mayor que una escuadra) donde mueren tres militares y quedan tres heridos ese día 5 de febrero, el presidente Joaquín Balaguer se inquieta y decide ir personalmente en la que sería la primera de las tres visitas que hizo a las montañas y al mayor agrupamiento de tropas que estaba en la manzana donde se localizaba la recién creada 36ª Compañía de la Policía Nacional, en la calle Duarte esquina avenida Canadá de Ocoa, donde a su vez se había improvisado el campamento de comando de la Tercera Brigada del Ejército Nacional y el resto de tropas provistas por otros cuerpos de las Fuerzas Armadas.
Desde la mañana de ese lunes 5 de febrero se había desatado una persecución general contra todos los dirigentes de los partidos de oposición, yendo a parar a la cárcel los señores Luis Pujols, el odontólogo Luis Concepción, el dirigente estudiantil Enrique Chalas Velásquez, el sastre Rafael Tejeda (Lindo), el periodista Alexis Read, entre otros, mientras que el resto de los opositores se ocultaba ante la búsqueda incesante por casas y barrios de todo el que tuviera la más mínima sospecha de ser revolucionario.
Entre los que lograron escapar estaban mi primo Félix Nicolás Sánchez Ciprián, secretario general del Partido Revolucionario Dominicano (PRD); Alberto Estrella Ovalles, su hermano Pascual Estrella y Juan Minyetty (Kan), todos dirigentes municipales del PRD, los que contaron con el apoyo decidido del sacerdote Luis José Quinn, quien primero los ocultó en el Asilo de Ancianos “San Antonio”, en las afueras sur de la ciudad y en horas de la noche los sacó hacia Santo Domingo en un volteo en el que estuvo entrando y saliendo todo el día para familiarizar a los militares con su rutina diaria.
La noche del lunes 5 de febrero había cientos de militares y policías patrullando las calles de Ocoa, controlando todas sus entradas y salidas, tanto de carreteras como de caminos de animales y de personas a pie, mientras en Santo Domingo las Fuerzas Armadas emitían una declaración afirmando que un desembarco guerrillero procedente de Cuba se había registrado por Azua y sería combatido por las fuerzas regulares.
Juan Bosch, oculto desde la mañana del domingo 4 de febrero de 1973, emitiría ese lunes 5 una declaración manuscrita en la que expresaba su sorpresa por el supuesto desembarco de guerrilleros pese a que ya tenía la información entregada por Federico Lalane José de que Caamaño y otros ocho guerrilleros habían llegado al país por el sur y estaban en la cordillera Central. No obstante, uno de ellos, Toribio Peña Jáquez, había viajado a la capital y confirmaba que la guerrilla era dirigida por Caamaño.
Sin poner en duda la seriedad de Federico Lalane José, Bosch “analizó” y orientó a los dirigentes del PRD (José Francisco Peña Gómez le rebatió diciendo que era cierta la llegada de la guerrilla) que era imposible que Caamaño estuviera al frente de un grupo de ocho guerrilleros en Ocoa si precisamente el viernes 2 de febrero de 1973 había recibido un mensaje del coronel de Abril, a través de Emilio Ludovino Fernández, donde le informaba que el líder militar revolucionario apoyaba la línea del PRD de llevar al gobierno de Balaguer a su propia legalidad.
Con la duda de Bosch, que era el principal líder del PRD y de la oposición de Balaguer, gran parte de la población comenzó a poner en entredicho la existencia de la guerrilla y se creyó el cuento de Bosch de que se trataba de una trama urdida por el gobierno para sacar del país a los principales dirigentes de la oposición.
Como dato fundamental para entender cómo Balaguer encaró personalmente el desafío de la guerrilla, vale resaltar el testimonio de Chalas Velásquez quien durante una entrevista que le hice hace un mes, reveló que cuando él era sacado de la cárcel preventiva de Ocoa junto a los demás prisioneros para ser llevado hacia el Palacio de la Policía Nacional en Santo Domingo, vio en la madrugada del día 6 de febrero al Presidente de la República cuando despachaba con los jefes militares. A su lado estaba el comerciante Teófilo Sepúlveda, hombre honesto y de trabajo incapaz de hacerle daño a nadie, pero que era de la confianza absoluta del Jefe del Estado.