La invención de la autora Mary Shelley hace casi doscientos años todavía sigue siendo material para el cine.
Frankenstein, como personaje, continúa como una figura atractiva para su reedición tanto en la literatura popular como en el cine.
Kevin Grevioux co-guionista y autor de la supuesta novela gráfica en que está basada ésta película, junto a los productores de la saga Inframundo, destapa otra historia de personajes de terror, que alejándose de los presupuestos filosóficos y existenciales de la novela original, se decanta por ofrecer un pliego de revoltillo donde esta criatura se enfrenta a una guerra interdimensional entre ángeles guerreros y demonios proscritos.
La idea que plantea el guión y la visión de su novel director Stuart Beattie (Tomorrow When the War Began, 2010), es ofrecer un coctel de muchos otros filmes, apuntando directamente a los malabares que ya hizo famosa la serie Inframundo.
Frankenstein se convierte en una presea que todos quieren tener por la idea de que en su misma característica posee la clave para resucitar a cuerpos inertes para utilizarlos como vehículos con el objetivo de sacar a los demonios de su submundo infernal.
La poca efectividad de su argumento, unido a las débiles incursiones de su logística visual, no detalla mucho lo que el público se enfrenta: si en una continuación de aquella saga o es un circo de criaturas donde Frankenstein es solo una pieza más de este cosmo cinematográfico.
Aaron Eckhart y Bill Nighy no tratan de superar ninguna dificultad del guión y solo se limitan a participar lo más simple posible, sin complicar mucho el asunto interpretativo.
A Yo, Frankenstein solo le queda mezclarse con todos aquellos filmes de terror que no llegan a superar el límite permitido para ser un producto adecuado.