La medianoche ha sido la hora mágica para muchas historias. La Cenicienta descubría que sus encantos llegaban a su fin justo a esa hora o los conjuros del aquelarre eran más valederos a la luz de la luna de una fría medianoche.

Para Woody Allen es la perfecta justificación para crear una historia donde la fantasía juega el papel más importante dentro de una trama llena de espacios para la buena comedia.

“Medianoche en París” se convierte en la nueva aventura fílmica de Allen quien pone a un escritor a soñar dentro de un mundo idílico y nostálgico.

El filme inicia con un recurso artístico de presentar la cuidad de París en distintas facetas que va desde la primeras horas de la mañana hasta caída la noche y acompañado de una exquisita música de los años ´20.

Inmediatamente nos adentramos en la situación de Gil (interpretado por Owen Wilson), un guionista californiano cuyas aspiraciones literarias están rezagadas por la maquinaria y las responsabilidades industriales de Hollywood.

Para tomarse un respiro a tal marasmo decide viajar a París junto a su prometida y los padres de esta. Allí descubre una ciudad inspiradora y perfecta para sus elisiones como escritor.

Mientras su prometida y sus padres gastan el tiempo en cenas insulsas y compromisos de compras, él decide buscar otras formas de disfrutar de la ciudad. Y la misma llega de improviso, de forma mágica, una noche cuando sentado enfrente de un edificio llega un extraño auto antiguo y cuyos ocupantes lo invitan a partir con  ellos.

Para sorpresa de él, el viaje lo lleva hacia el pasado, hacia un París de los años ´20, ese Paría en plena ebullición intelectual, lo que le permite conocer a importantes figuras de la bohemia parisina del arte y la literatura como Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Scott Fitzgerald, Salvador Dalí o Luís Buñuel.

Esta experiencia se repetirá cada noche, a partir de la medianoche, lo que le permite buscar también su propia identidad.

Con este filme Allen regresa a sus mejores claves estilísticas y argumentales, poseyendo una soltura y exquisitez para los diálogos y las situaciones. Su estructura recuerda a los mejores temas expuestos en filmes como “Manhattan” o “La Rosa púrpura del Cairo”, mágicas historias repletas de encanto y sensibilidad.

La tesis del filme queda expreso tangiblemente: nunca el pasado fue tan bueno como el presente. Y ahí radica la propuesta de Allen.  A la vez que realiza un homenaje a una de las ciudades más emblemáticas del mundo, se compromete a descifrar la impureza de la nostalgia, a revelar una cuestión de la idiosincrasia del pasado a través del juego que hace con los distintos personajes que han influido en las artes contemporáneas.

Este juego, al final, queda reducido a una sensible historia de amor como sólo el director neoyorkino sabe hacer.