Este segundo largometraje de la saga de “Los juegos del hambre” de la escritora estadounidense Suzanne Collins, viene a remarcar una tendencia industrial de fabricar éxitos taquilleros a base de adaptar novelas con una amplia aceptación por parte de los lectores.

Esto viene a asegurar, por lo menos un mercado cautivo que permita introducir el producto cinematográfico sin mayores problemas.

En Los Juegos del Hambre: En llamas, se retoma  la historia de Katniss Everdeen que vuelve a su hogar tras ganar la lucha a muerte que tuvo con sus oponentes en la versión anterior de estos juegos sangrientos.

Ella y su tributo Peeta Mellark, tras ganar la batalla, tendrán que someterse a itinerario de relaciones públicas para el gobierno visitando otros distritos y tratando de apaciguar una rebelión que viene formándose.

Esto poco a poco irá cambiando la perspectiva de Everdeen con respecto a la política que el Capitolio está manejando en contra de todo atisbo de libertad.

Este es el planteamiento de una segunda parte que se extiende entre unos vericuetos argumentales que la hace lenta y reiterativa en toda su primera parte.

El filme se centra más en los cambios que experimentan sus protagonistas  que van hacia una salida a una lucha inminente.

Francis Lawrence (Constantine, 2005) busca darle al filme un aspecto más formal centrándose en la psicología de los personajes, pero dejando atrás cuestiones esenciales que le pudieron dar mejor ritmo a la historia.

Su protagonista Jennifer Lawrence se deja seducir por la imagen ya creada para este filme y no ofrece nada más significativo que aportar su presencia en el mismo.

Por lo menos su estética y visual se componen de una manera adecuada, reflejando ese mundo consumido por la marginalidad y el abandono.

El público tendrá en cuenta que este segundo episodio no es más que un avance narrativo de lo que sucederá en su tercera parte donde se explicará mejor el objetivo de la rebelión y los verdaderos personajes que están detrás de su misión.

La lucha final no es más que una justificación o un resarcir al público por esperar tanto tiempo para que la acción esparciera el cansancio en la sala.