SANTO DOMINGO, República Dominicana.- José María Cabral ha tratado de hacer cine dentro de un contexto limitado e influenciado por el cine de acción hollywoodense.
Recuerdo aquellos primeros intentos con los cortos “Traición oculta”, “Excexos” y otros escarceos realizados para la red de YouTube, donde tuvo la oportunidad de marcar territorio.
Este joven ha querido impresionar con una búsqueda de estilo que trata de encausar su ímpetu por hacer cine a pesar de no estar todavía resguardado por un trabajo académico y con mucha disciplina.
Ahora Cabral ha dado su salto, técnicamente hablando, hacia el largometraje, con una historia inspirada en ese juego presente en la televisión de los talk show, realities y demás programas basura.
Es la historia de David Hernández, reconocido presentador de un programa de televisión, que repentinamente se ve empujado hacia la desesperación cuando un televidente llama al programa para anunciarle que tiene secuestrado a su esposa e hijo.
Este tirón dramático inicia una escalada de acciones donde David tiene que hacer todo lo que el secuestrador le ordene para poder salvar la vida de su familia. El juego que lo somete a una espiral ascendente donde él tiene que relevar, ante la tele audiencia, muchas cosas ocultas de su vida.
Planteado este conflicto lo que falta es desenredarlo, y es aquí donde todo inicia y a la vez todo termina. Y es que, al parecer, Cabral y su coguionista César León López cayeron en la propia trampa de la historia. Desarrollar un relato que signifique juego intelectual de escritura, de psicología de personajes y de situaciones externas e internas, es mucho riesgo.
Reconozco que aquella frase “Yo le estoy dando a la televisión lo que siempre ha querido…el morbo”, suena como una confesable crítica a la excesiva manipulación que hacen los medios de comunicación sobre ciertos aspectos de la vida humana.
Pero no logra sustentarse del todo, debido a algunas faltas discursivas. Lo primero en este caso es el perfil psicológico del personaje del secuestrador, responsabilidad de Frank Perozo. La debilidad en su retrato lo reduce a un simple actante que no alcanza la suficiente altura que las circunstancias lo ameritan.
Perozo, ante la poca escritura de diálogos, tiene que rebuscar en su archivo emocional para empujar su personaje y hacerlo creíble ante el público. Su desentono verbal tiene que ver con esa falta de diálogos inteligentes propios de un personaje que ha podido realizar este plan con el uso de tecnología y demás artilugios. Por eso, el tono de su lenguaje soez y, hasta precario, se corresponde con esta debilidad.
Reconozco que a Frank se le dieron pocas herramientas y tuvo que hacerse cargo de todo el arsenal que poseía. Con todo esto logra mantener la atención del espectador hacia él. Esto es un logro actoral.
Con respecto a la construcción dramática, el relato sucumbe a las explicaciones sobre la manera en que intervino toda la estación de televisión, la manera en que se introdujo a la casa y el despliegue de los agentes. Estas están sugeridas más no explicadas.
La parte técnica en cuanto al montaje y fotografía intenta detallar los recursos del género en que se desarrolla la trama, lograda en algunas partes, al conseguir la tensión entre la historia y los personajes.
Adrián trata de implicar algunas cosas de su personaje y lo convierte en un mecanismo simple y poco complicado. Él se somete a las directrices del guión y resuelve, a medias, su justificación en el terreno.
Lo interesante de este filme, y así lo sostengo, es el arrojo de Cabral por encontrar otros caminos en el cine dominicano y justificar un filme que pueda dejar incentivos argumentales.
En esto lo aplaudo. En cuanto al resultado, tengo mis reservas.