Basada en el cuento de 1956 titulado “Acero”, de Richard Matheson, “Gigantes de acero” (Real Steel) contiene muchos de los componentes narrativos que pueden asegurar una historia con ribetes sentimentales atrayentes para el público.
La misma es ambientada en un futuro cercano, donde el boxeo se ha transformado en un deporte de alta tecnología. Un ex boxeador se gana la vida reparando robots de pelea. Atrás ha quedado su pasado glorioso cuando era un pugilista famoso.
El mundo del boxeo ha quedado transformado, donde los seres humanos han sido reemplazados por gigantes de acero dentro de una sociedad que demanda cada vez más violencia.
Dentro de este contexto se mueve el personaje principal con el agregado de que vuelve a tener un reencuentro con su hijo de onces años tras el fallecimiento de su madre. Esta situación lo empuja a compartir parte de su vida con este pequeño.
Sin desmeritar su efectividad como historia, “Gigantes de acero” se apoya en una serie de fórmulas y resortes esenciales para denotar ciertas sensaciones en el espectador.
Hugo Jackman y el pequeño Dakota Goyo se convierten en los pilares de una historia mecánica con el objetivo esencial de navegar por convencionalidades de un relato de aventura que resumen muchos factores de varios filmes.
Centrado en la relación del padre y su hijo, aderezado de una atmósfera que va entre lo pesimista y lo real y pintado bajo un telón de tecnología robótica, “Gigantes de acero” se convierte en un filme de un entretenido espectáculo visual.
Shawn Levy (de la franquicia Una noche en el museo y Una noche fuera de serie), se dispone a trazar un camino trillado sin importar las comparaciones, porque sabe que de todas maneras funcionará.