SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Cualquier cinéfilo sabe que la cultura cinematográfica de Quentin Tarantino ha sido educada a través de ese inmenso placer del visionado de todas esas películas en VHS que desbordaba los anaqueles de esos videoclubes donde tenía la oportunidad de conocer el spaghetti wéstern, el cine de kárate, kung-fu y yudo, pero también del cine vanguardista de la Nueva Ola francesa, los clásicos orientales, así como las series televisivas de esa época.

Título original: Once Upon a Time in Hollywood. Año: 2019.Género: Drama. País: USA. Dirección: Quentin Tarantino. Guion: Quentin Tarantino. Elenco: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Al Pacino, Kurt Russell. Duración: 2 horas 25 minutos
Tarantino ha sido y será un director cinéfilo, un aprovechador de su propia cultura audiovisual del cual ha hecho alarde en sus ocho anteriores películas.
Ahora con “Érase una vez en Hollywood” su rebose se concentra en hacer un friso estético y fílmico de esa cultura norteamericana de finales de los años 60 en Hollywood.

Su preconizada idea se centra en la estrella de un western televisivo, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) quien intenta amoldarse a los cambios de una industria que empieza a cambiar sus modelos de estrellas tanto del cine como de la televisión.
En este proceso lo acompaña su fiel amigo de aventuras y su propio doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt) el cual ayuda a Dalton a resolver la cotidianidad complementaria de su desajustada vida.
Un detalle de contexto que Tarantino propone en este universo industrial y cultural es la aproximación residencial que Dalton tiene con la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate que acaba de casarse con el prestigioso director Roman Polanski.
Esta referencia que Tarantino establece sirve para dejar pendiente el detalle de uno de los más horrendos acontecimientos que vivió la industria a finales de los años 60 con el asesinato de Tate.

Margot Robbie en la interpretación de Sharon Tate, destella luces en su rostro para mostrarla radiante y angelical, y es así como la prefiere Tarantino.
Por eso, una de las secuencias es cuando Tate entra en un cine de Los Ángeles para disfrutar de su última película, “The Wrecking Crew”, donde se muestra encantada con la reacción del público y en la que Tarantino le dedica sus mejores momentos.
Esa mirada de Robbie, como Tate, viendo a la original Tate en la pantalla, se convierte en un espejo de doble reflejo en la que el director persigue fusionar ambas realidades en un solo espacio donde la sala oscura se convierte en un cómplice para el homenaje.
Lo demás que hace Tarantino es perseguir sus deseos a través de los personajes de Dalton y Booth, revistiéndolo de cierta armadura para que sobrevivan a la intemperie de ese caluroso verano del 69.
Las referencias a la cultura del entretenimiento, los hippies y el pensamiento nihilista de esa época cubren todo el espectro visual y auditivo en la que su realizador se encarga de sazonarla de anécdotas, personajes emblemáticos, anuncios, letreros, series de tv y un conjunto de detalles simbólicos que se esparcen por las más de dos horas de metraje de esta película.

Lo extraño es que Tarantino no logra que me concentre tanto como en sus anteriores filmes. Aquí las historias no llenan las expectativas que se pudiera tener de este emblemático realizador de dos de las más referenciales películas del cine norteamericano moderno como “Reservoir Dogs” (1992) y “Pulp Fiction” (1994).
“Érase una vez en Hollywood” pudiera tener los diálogos más sosos de todas sus películas y, proviniendo de uno de los mejores dialoguistas que tiene Hollywood, era de suponer que estuvieran plagados de su peculiar destreza, aunque intente envanecernos con unos buenos personajes, pero que no expresan nada sustancial frente al público.
La tarea de Tarantino es pues llenar espacios verbales para diferenciar las características de los personajes y explicar lo que le pasa en su interior, como el paralelismo de la vida de Dalton, en la que el realizador gasta mucho metraje dentro de la ficción de sus películas, degastando tiempo básico para otras historias.
La unión de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio sirve para integrar a dos actores que han sabido adaptarse a las reglas de Hollywood y, en este caso, a sus respectivos personajes, siendo Pitt el mejor favorecido, pues su personaje no intenta eclipsar a nadie, pero consigue una aproximación justa con el público a través de las escenas escritas por Tarantino para él como la escena de la comunidad de hippies que visita o las que él interactúa con su perro.
Filmada en 35mm, como una forma de recuperar la calidez que sólo el celuloide puede ofrecer, “Érase una vez en Hollywood” retrata a Los Ángeles con la mejor dimensión posible, sacándole esos filtros de colores cálidos a través de ese prisma del magnífico cinematógrafo Robert Richardson.
Pienso que no es la mejor de Tarantino, aunque puede resultar un ejercicio cinéfilo de nostalgia y cultura pop angelina. Además, él asume el derecho de reescribir cierto acontecimiento trágico para gratificación de una generación utilizando aquella licencia artística ya utilizada en “Inglourious Basterds” (2009), la de: “Érase una vez…”