Los filmes “basados en hechos reales” siempre me predisponen. Puesto que su trayectoria tiene dos posibilidades: ser fiel a los mismos hechos o relatar una historia con muchas situaciones creadas en pos de aumentar el dramatismo de la historia.
Por eso son pocos los filmes que han podido establecer un equilibro en ambas posibilidades. El título que me ocupa comentar, en esta ocasión, se refiere a la primera producción dominicana de este año 2012.
“El rey de Najayo”, cinta de Fernando Báez Mella, un avezado realizador de documentales que ahora da su salto hacia el largometraje de ficción, es un producto que intenta reflejar un mal social que está afectando a la sociedad dominicana con relación al narcotráfico y a los actores que envuelve tal negocio.
Con el protagonismo de Manny Pérez, después de estelarizar otro filme criollo como “La Soga”, esta cinta vuelve a tocar el ambiente carcelario en el cine dominicano después de aquel filme “La cárcel de La Victoria”.
Bajo este contexto se cuenta el auge y la caída de uno de los más temibles capos del país de nombre Julián, el cual representa esa cadena de complicidad dentro del amplio negocio de las drogas el cual toca a políticos, empresarios, militares y gente común.
Fernando Báez y Franklin Soto construyen una historia que apunta a visualizar la dimensión de este capo y la justificación de su accionar. Se presenta cuando era un niño y que vio morir a su padre a manos de militares, por haber entregado una paca de drogas que había encontrado en el mar.
Esa sed de venganza es que lo convierte en un poderoso narcotraficante que elimina a los culpables de la muerte de su padre, incluyendo a su mejor amigo de infancia.
Pero en el trayecto de su vida conoce a Laura quien había sido víctima también del negocio de las drogas, pero que toma el camino de ayudar a los necesitados para acabar con ese flagelo.
El filme se va construyendo a sí mismo desde el momento que le disparan en la cárcel quedando mortalmente herido, alternando esta acción con los flashback de su vida anterior. Este recurso va permitiendo ofrecer la mayor cantidad de información sobre lo que fue y su trágico final.
Independiente de su factura técnica que, en ocasiones salva la sensiblería de su discurso, el filme se decanta por la reiteración del problema de las drogas en el país, cuestión que se remarca constantemente que hasta cansa.
No me gustan los discursos evidentes ni reiterativos. Es mejor que los mismos hechos y los personajes sean que lo descubran al igual que el público. Ejemplo de esto, es el personaje de Laura, bálsamo existencial de Julián, quien le enseña en una escena, mirando a un grupo de personajes en el cementerio, las fatalidades que produce el mismo negocio.
Por su parte, Manny Pérez toma la idea del capo Julián y hace de su interpretación un simbolismo a medias de la convicción de un personaje para representar el mal de la sociedad y la espina que hay que erradicar.
Es imposible alejarse de las odiosas comparaciones, pero la película posee personajes calcados de otros filmes, léase como “Caracortada” o “La chica del dragón tatuado” (Laura Godoy como una criminal), aunque estereotipado, en su cuerpo cobra una dimensión distinta que hasta me llega a gustar esa “Femme Nikita”.
La película se distribuye entre los vaivenes de una historia dramática y un mensaje de moralina, que en ocasiones funciona y en otras se empantana por lo edulcorado de las situaciones.
De todas maneras, “El rey de Najayo” no puede ser comparado con otros filmes extranjeros de la misma línea. Al cine dominicano hay que compararlo y evaluarlo con los mismos productos realizados en el país. Este ejercicio es lo que determinará si se está avanzando en el cinema dominicano o por el contrario hay que buscar otros motivos para revitalizar los temas.