Andrew Niccol vuelve al género donde se mueve como un pez en el agua. Ya había dejado su huella en filmes referenciales del género  como “Gattaca” (1997) y “Simone” (2002).

Ahora asume un nuevo tema donde la referencia al tiempo es manejado como una metáfora para contar la historia donde este factor es considerado, literalmente, dinero.

La historia  toma parte dentro de una sociedad en la que se ha conseguido anular el gen que provoca el envejecimiento y donde el tiempo se utiliza como moneda de cambio para evitar la superpoblación.

Pero esto crea un desbalance en las oportunidades que le toca a cada quien puesto que los ricos pueden vivir para siempre, mientras que los pobres tienen que negociarlo a precios altos para seguir con vida.

Dentro de este panorama se encuentra un joven que ha recibido de manera sorpresiva una ganancia de tiempo que le permite acceder al mundo de los ricos. Allí se enamora de una  a una rica heredera y ambos le declaran la guerra al sistema.

Andrew Niccol vuelve a tomar sus mismas claves para interesar al público con una historia que es una analogía con la situación actual de compra y venta de bienes y servicios, con una crítica al mundo financiero.

Con una dirección artística simplista y sin muchos rebuscamientos, Niccol busca confeccionar un filme con sustento reflexivo y que a la vez sea entretenido para el público.

Aunque en momentos puede parecer un relato de fábula futurista simplona y poco equilibrada, su intención, al menos, es evidente y resalta ante los ojos de los espectadores.

Amanda Seyfried y Justin Timberlake hacen la pareja dentro de esta historia, dejando establecido las funciones y limitaciones de sus respectivos personajes que independiente de algunas situaciones forzadas en su guión, es una entretenida propuesta de ciencia-ficción.