A los actores feos lo único que tienen que hacer es actuar bien. Y esto se aplica a muchos que han entendido el valor de una buena actuación.

Esto se lo puedo aplicar a un actor en particular que siempre me ha revelado su gran carga emocional al interpretar a cualquier personaje por más simple que sea. Paul Giamatti, un actor que no está dando rodeos y que solo se ha empeñado en dejar una impronta con cada personaje que asume,  incurre, esta vez, en un nuevo riesgo al interpretar a un personaje que puede verse desde varias aristas.

Barney Panofsky, un hombre aparentemente simple, pero que tiene una vida extraordinaria, es la pieza clave de este filme basado en la premiada novela cómica “La versión de Barney”, de Mordecai Richler.

En el epicentro de la misma se encuentra Barney, aquel personaje que todos de alguna forma terminamos amándolo u odiándolo, puesto que su vida es contada desde una perspectiva intimista y hasta egoísta que deja muchos espacio para verlo desde todos los ángulos posibles.

El filme  recorre cuatro décadas de la vida de Barney, un viejo productor de televisión que tiene numerosos buenos momentos y otros  malos mezclados con alcohol.

Desde que su enemigo publica un libro contando su sórdida vida, todo el filme, entonces, empieza a contarse desde la perspectiva del propio Barney, como una especie de defensa presentando su particular versión, como sus tres matrimonios, la misteriosa desaparición de su mejor amigo donde él  sigue siendo el principal sospechoso y su estremecedora relación con su padre.

Estos pasajes constituyen parte de ese rompecabezas existencial que él va reconstruyendo antes de que pierda la memoria.

Giamatti  carga todo el peso de la historia dejando su convicción de que le dejará algo al espectador para recordar. Richard J. Lewis en la dirección se compromete a dejar un filme magníficamente contado que ha dejado una lección narrativa extraordinaria.