Es indudable el atractivo que posee este relato de J.R. Tolkien para los miles de fanáticos de los libros y de la saga cinematográfica que pudo realizar el director neozelandés Peter Jackson.

La idea de Jackson de retomar la historia desde su comienzo con los libros de El Hobbit ha sido como un proyecto de continuación de adaptación de la obra dado su gran éxito que tuvo las sagas anteriores.

Después de haber apreciado la primera parte de esta reestructuración dramática en tres partes que hizo el propio Jackson al libro de El Hobbit con Un Viaje Inesperado, se tiene la continuación de la aventura iniciada por Bilbo Baggins quien huye de los orcos, se interna en el Bosque Oscuro, el reino de los Elfos del Bosque y la Ciudad del Lago, al pie de la Montaña Solitaria.

Es por esto que esta segunda parte se hace más entretenida que la primera pues es más dinámica por presentar varios escenarios de acción donde Thorin Escudo de Roble es el que posee mayor prominencia frente a los demás personajes, aunque Bilbo (interpretado por un magnífico Martin Freeman) continúa manteniendo su importancia junto al mago Gandalf que cae en un segundo plano para facilitar la concentración de la historia frente a otros aspectos.

El Hobbit: La Desolación de Smaug es una superación más de este fantástico relato que en las manos de Jackson adquiere un universo muy particular con  visión artística que es su mayor apoyo de producción.

El guión orquestado por un excelente trío como lo son Guillermo del Toro, Fran Walsh y Phillipa Boyens, descubre nuevos puntos de acción dentro de una dramaturgia interesante.

Lo que noto, y esto puede ser una frustración para el público, es que siendo esta una segunda parte más condensada, el filme termina en un punto álgido y lleno de expectativas que no será saciada hasta su conclusión en su capítulo final.

Habrá que esperar su tercera entrega para apreciar esta conclusión que de seguro llegará a buen término.