Desde que el personaje de John McClane asomó su cabeza en 1988 con la primera entrega de este detective de la ciudad de New York, ha sido mucho el beneficio reportado a la carrera de Bruce Willis.

El carisma del actor sirvió para hacer potable las aventuras del detective y asimilar los tantos riesgos mortales que  ha tenido que enfrentar.

No es de dudar que mientras Willis esté en la carrera de actor, una que otra vez, tendrá que mantener en la memoria de los espectadores a este personaje.

Después de varios años de la última incursión con el peligro, McClane vuelve a la batalla para integrarse a una historia donde tendrá que hacer lo mismo de siempre y contando con su habilidad para salir ileso.

Esta vez McClane cambia su nativa ciudad de Nueva York para buscar su misión fuera de los Estados Unidos, específicamente en Moscú. Su justificación es rescatar a su hijo Jack que se encuentra encerrado en una prisión.

De esta manera la relación padre e hijo se convierte en la razón principal para empujar la historia por un camino que cumpla con el objetivo final que es la entretención.

John Moore (Max Payne) no es McTiernan aquel director responsable de la primera parte, aunque lucha por emular ciertas condiciones de la misma tratando de focalizar su atención en todo momento sobre McClane.

Escenas de acción bien logradas, aunque falta de originalidad, circunda todo el terreno de la historia sin dejar visos de algún avance para la serie.