Quentin Tarantino se ha decantado esta vez por el western, el género más americano de todos. Nacido y fraguado en Norteamérica desde los propios inicios del cine, teniendo muchas décadas después en el llamado “western spaguetti”, su contraparte europea.
Y ha sido este estilo es que más ha calado en la nuevas generaciones de cineastas. Tarantino, un autor que ha bebido de muchas fuentes, busca una vez más establecer su estilo ecléctico para jugar con las formas de un género que le ha venido muy bien.
Una vez más utiliza al actor austríaco Christoph Waltz, proporcionándole un rol más protagónico y afable que en “Bastardos sin gloria” (2009). Para esto le reservó el personaje del Dr. Schult, un caza recompensas que tiene la misión de capturar a los hermanos Brittle, unos forajidos buscados por la ley.
Esto lo obliga a valerse de Django, un esclavo que los conoce físicamente, para que lo ayude a encontrarlos, dando inicio a una amistad de compromiso que luego se vuelve de respeto mutuo.
A su vez, Schult le ayuda a Django a rescatar a su esposa de una de las más importantes plantaciones del sur. Estos son los dos pivotes de la historia que estarán presentes en todo el recorrido del relato.
Tarantino toma su tiempo para explicar la propia historia. Toda la primera parte es la construcción de la amistad de los personajes de Schult y Django, elemento esencial para entender el resto.
Jamie Foxx como Django busca reconocer en su propio personaje la capacidad de llevarlo dentro de la historia, aunque su relevancia queda opacada por Waltz quien se muestra superior.
Ya en su tramo final salen a relucir dos personajes: el de Leonardo DiCaprio como Calvin Candie, un terrateniente que compra esclavos para las peleas de mandingos y el de Samuel L. Jackson, un esclavo racista, mayordomo de Candie.
Ambos demuestran su entereza para lograr dos personajes polémicos y hasta repulsivos que solamente por ellos vale la venganza de Django.
Completado el cuadro de personajes de la historia, Tarantino se despacha con esa naturalidad que le caracteriza para apoderarse de los resortes del género y jugar a su antojo con todo y su expresión visual.
Hasta a veces llega a mofarse del mismo género, pero sin descargarlo de su seriedad construyendo un panorama favorable para lo que está contando. Los diálogos siguen siendo parte esencial dentro de la trama y, aunque no superan a los “Bastardos…”, funcionan como elemento narrativo de información y de delineamiento de los personajes.
No es de dudar que su Oscar como guión original es el resultado de un gran reconocimiento a su habilidad para escribir historias atractivas y siempre pensando en el deleite del público.