Amour habla de muchas cosas. De la soledad, la vida, la vejez, la enfermedad, la muerte…el amor
Todos estos factores que hacen que la vida misma sea dinámica e irremediablemente cambiante, es lo que Michael Haneke (La cinta blanca, 2009) ofrece como un coctel existencial de múltiples interpretaciones.
Anne y Georges, un matrimonio octogenario viven en París una vida apacible. Hasta que Anne sufre una parálisis degenerativa de la mitad de su cuerpo. Esto provoca que ambos enfrenten esta enfermedad con toda y sus implicaciones.
Este vuelco del destino busca manifestar una cuestión real y cruda. Heneke no es complaciente y tampoco le interesa serlo. El controla hasta cierto punto su discurso dejando que el público exprese pasiva o activamente sus sentimientos por la posición que adoptan los personajes.
Amour sería diferente si no se contara con el apoyo de Jean-Louis Trintignant (Un hombre y una mujer, 1966) y Emmanuelle Riva (Hiroshima mon amour, 1959). Ambos, con una simpleza de dramatización, empujan este drama por el lado correcto, sin detenerse en cuestiones filosóficas innecesarias y determinar su realismo estremecedor.
Haneke utiliza la cámara como un espectador más dejando espacios de absoluta libertad. Aunque clásica en su forma narrativa, su experiencia en la dirección siempre le ha señalado los ángulos adecuados para exponer su argumento.
Cinta ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, además un premio Óscar en la categoría de mejor película extranjera, siendo nominada a otras cuatro categorías: mejor película, mejor director, mejor guion original y mejor actriz (Emmanuelle Riva), Amour en un drama tan simple y cotidiano que implica mucha profundidad al momento de su abordaje, y en la mano de Haneke se convierte en una mirada fatalmente realista.