“Abraham Lincoln: cazador de vampiros” se basa en una novela de ficción de Seth Grahame-Smith y su idea es tan insólita como fantástica y creo que esto es lo que la industria del cine, en muchos de los casos, les gusta promocionar.

Y no es que esté en contra de las vertientes creativas literarias, sino que hay ciertos límites en la propia creación. Lo que se trata en esta historia, como premisa principal, es la vida oculta de Abraham Lincoln, quien además de haber sido presidente de los Estados Unidos también fue un cazador de vampiros.

Esta agenda oculta fue gestada desde que él era un niño cuando fue testigo de la muerte de su madre producto de la mordida de una de esas criaturas. Esto impulsó la carrera de este personaje histórico dentro de los más impresionante mitos y  tradiciones vampíricas, siendo Lincoln un gran cazador de estos seres de la sombra.

El director de origen ruso Timor Bekmambeov (Wanted), con una aportación en la producción de Tim Burton, reinterpreta la biografía de Lincoln según la novela homónima de Seth promoviendo aún más esta nueva moda de cine de vampiros que en los últimos años ha estado caracterizando al cine hollywoodense.

Para esto se vale de la actuación de Benjamín Walter (The War Boys) para interpretar al famoso político norteamericano del siglo XIX. Ayudado de ajustes de maquillaje, Benjamín reduce el control del personaje a una simple manifestación de un héroe con convicciones e ideales patriótico-místicos.

La estructura visual del filme aparenta codificar la atmósfera del género con algunas revalorizaciones del aspecto histórico en que se desarrolla el relato.

Escenas de salvaje paroxismo como la estampida de caballos o la secuencia final, caracteriza gran parte del filme que se decanta más en ofrecer un entretenimiento infantil, más que detallar en los motivos históricos de la guerra y en la representación genuina de Lincoln.

Un filme cuyo tema inverosímil aprovecha esta moda vampiresca solo para ofrecer un puro y simple entretenimiento.