Durante los 12 días previos la plaza central de la ciudad más grande de Turquía había estado bajo el control de un creciente movimiento de protesta. Hasta que llegó el momento en que el gobierno decidió retomarla.
Los cañones de agua dispararon contra los manifestantes, algunos de los cuales respondieron con bombas molotov y ladrillos.
Durante todo el martes siguió el juego del gato y el ratón. Así hasta bien entrada la noche.
Cuando la policía se retiraba, los manifestantes se reagrupaban. Buscaron refugio en el contiguo parque Gezi, donde inicialmente empezaron los disturbios con los que respondieron a los planes del gobierno para reurbanizarlo.
Allí vi camiones de telecomunicaciones en llamas, el humo negro fusionándose con las columnas blancas de gas lacrimógeno para formar una mezcla acre.
Oídos sordos
Lo que comenzó como una protesta de los ambientalistas se convirtió en algo mucho más grande: una lucha por parte de grupos dispares por tener mayor libertad en Turquía y por la preservación del orden secular del país.
Los manifestantes consideran que el gobierno tiene una agenda autoritaria, neo-islamista. Un país que tiene la mayor cantidad de periodistas en prisión de todo el mundo, con restricciones a la venta de alcohol y donde masivos proyectos de construcción están por encima de los derechos humanos.
"Esto no es una primavera árabe", me dijo una de los manifestantes, Melis Behlil, "Aquí tenemos elecciones libres. El problema es que la persona que elegimos no nos escucha".
Me dijo que había estado en el parque Gezi –en el centro de Estambul– desde la mañana y que vio cómo la policía arrojaba gas lacrimógeno.
"Un bote fue disparado bote hacia la cabeza de un colega mío. Por suerte, él llevaba un casco duro, que se rompió por la mitad", dijo Behlil.
La incursión policial ocurrió un día antes de las conversaciones que debía mantener el primer ministro Recep Tayyip Erdogan con algunos manifestantes, una oportunidad potencial para el diálogo.Esta perspectiva parece ahora arruniada.
Mitades enfrentadas
"Esto no es una primavera árabe. Aquí tenemos elecciones libres. El problema es que la persona que elegimos no nos escucha."
Melis Behlil – Manifestante en Estambul
Erdogan se ha mantenido firme en todo momento y ha calificado a los manifestantes como "vándalos" y "terroristas".
El martes el primer ministro dijo al Parlamento que el movimiento era una conspiración internacional contra Turquía para desestabilizar su economía.
Además fustigó a la prensa extranjera por lanzar "ataques globales" contra el país y advirtió a los manifestantes que eran peones en un juego más amplio.
"No vamos a mostrar más tolerancia", dijo el mandatario quien cuenta con el apoyo de vastas extensiones del país.
Aunque el movimiento de protesta ha generado titulares, también existe otro lado en Turquía: la base de apoyo de Erdogan, que es más conservadora y más religiosa.
Ellos apoyan a un primer ministro que ha ganado tres elecciones, que ha incrementado enormemente el prestigio internacional de Turquía, que ha abierto las negociaciones para la adhesión del país a la Unión Europea y que puso en marcha un proceso de paz con la minoría kurda.
Ahora Erdogan ha movilizado a sus seguidores y para el fin de semana ha convocado a que participen en grandes marchas en Estambul y Ankara.
El temor es que a medida que las dos partes se enfrenten, la división, el cisma en Turquía se profundice, lo que llevará a la parálisis.
Por ahora no hay ninguna señal de acuerdo entre las partes.
Mayoría pacífica
"Si él quiere venir y construir en este parque tendrá que poner el cemento en nuestras cabezas", dice Mert Ustas, un joven manifestante refiriéndose a Erdogan.
El primer ministro ha instado a los manifestantes a expresar su descontento en las urnas en las elecciones municipales y presidenciales del próximo año.
Pero él sabe que los disturbios tendrán que ser frenados mucho antes y que deberá intentar un proceso de reconciliación.
Lo cierto es que los manifestantes violentos son una minoría dentro de un movimiento social que, de otra manera, es pacífico.
He pasado días en Taksim y en el parque Gezi Park y he visto principalmente a jóvenes turcos de izquierda disfrutando de un gran ambiente festivo.
Los lanzadores de bombas molotov son pocos.
Turquía se encuentra en una crisis profunda, insegura del camino que tiene por delante.
Buena parte de su población se siente enajenada por el gobierno y no se dejará intimidar por el gas lacrimógeno.
Una de las democracias musulmanas clave del mundo se encuentra ahora en aguas peligrosas.