Jenny de la Cruz perdió a su hija de dos años y a otros diez miembros de su familia al paso del supertifón Haiyán. Está embarazada de ocho meses y tiene serias dudas de poder seguir adelante.

"No puedo pensar con claridad, ni sé cómo actuar. Todo lo que nos queda es tratar de resistir día a día pero no sé qué será de mí mañana o pasado. Ni siquiera estoy segura de que podamos sobrevivir", comentó angustiada a las cámaras de la BBC destacadas sobre el terreno.

Tras el paso del que ya se considera uno de los tifones más destructivos que han azotado el archipiélago, miles de supervivientes como ella tratan de continuar su vida sin electricidad y entre una angustiosa escasez de agua y alimentos.

Con las aceras salpicadas de cadáveres en descomposición las condiciones de vida son cada vez menos saludables.

Las autoridades estiman que la cifra de muertos podría llegar a superar los 10.000.

"Este ha sido nuestro hogar durante muchos años y ahora ha desaparecido, no queda nada"

Ian Lou Arrieta, residente de Palo.

Igual que le ha sucedido a Jenny, las vidas de cientos de miles de personas han sido destrozadas por el tifón.

"Este ha sido nuestro hogar durante muchos años y ahora ha desaparecido, no queda nada", comenta Ian Lou Arrieta, refiriéndose a su municipio, Palo, en la provincia oriental de Leyte.

Beverly Buen Consejo, residente del mismo municipio clama porque llegue pronto la ayuda internacional. "Estamos desesperados, necesitamos auxilio. No tenemos agua ni comida para sobrevivir… y ya somos afortunados de poder decir que aún estamos vivos".

"Vivo gracias a mi padre, que sabe nadar"

Entre las personas que han dado su testimonio muchas destacan la fortuna de haber aprendido a nadar o de tener a alguna persona que sabía cerca cuando llegó el supertifón. Dicen que en muchos casos eso ha marcado la diferencia entre sobrevivir o ser arrastrado por las aguas.

Beverly Buenconsejo, superviviente del tifón Haiyan en Filipinas

Beverly Buenconsejo

"Estoy aquí gracias a mi padre. Él sabe nadar y yo no", comenta la joven Janette Bacsal. "Soy consciente de haber sido bendecida porque estoy viva. Es la primera vez que un supertifón llega a esta ciudad y da muchísimo miedo".

"Yo no sé nadar", comenta una mujer de Talcoban, con su bebé en el regazo. "Le pedí a mi marido que fuera a salvar al niño y se olvidara de mí". Después de que los dos lograron salir con vida su preocupación también es obtener el sustento para seguir adelante.

"Hace falta arroz pero también agua para hervirlo. Necesitamos agua caliente y agua potable".

Para conseguir esos productos tan básicos muchos se están acercando a los aeródromos, donde llega a cuentagotas el suministro.

Junto al aeropuerto de Tacloban, la ciudad más afectada, una muchedumbre se agolpa en torno a una valla esperando recibir algo de esa ayuda. Son personas que han perdido todo porque sus casas han sido arrastradas por el viento.

"Tenemos hambre y mucha sed, por eso aguardamos aquí", comenta una de las mujeres que se encuentra entre ese gentío.

A la vez que se encargan de repartir la ayuda, las autoridades han tenido que desplegar a las fuerzas armadas y a la policía para evitar el saqueo.

El secretario del Interior de Filipinas, Max Roxas, que se ha trasladado a la zona, calificó la situación de "horrible".

"Es una gran tragedia humana. No tengo palabras para describirla. No hay electricidad y a la hora en que el sol se pone nos encontramos en total oscuridad y cada uno tiene que buscarse la vida para hallar cobijo".