Todavía recuerdo el brillo en los ojos de mis interlocutores cuando les decía que vivía en Holanda.
De inmediato se imaginaban una vida salvaje y liberada en uno de los países más progresistas del mundo.
Estuve en Ámsterdam siete años y medio, de octubre de 2004 a enero de 2012 y fui testigo de por qué tenía fama de ser la capital más liberal, tolerante y "cool" de Europa.
No lo digo sólo por la existencia de coffee-shops, locales donde se vende y consume cannabis, o las llamativas vitrinas iluminadas de rojo donde se exhiben mujeres en ropa interior.
El hecho de que ya en aquella época el país tuviera una legislación que permite el matrimonio gay y despenaliza el aborto y la eutanasia me hizo ver que Holanda estaba en una esfera diferente al resto de los países europeos, especialmente la España que dejé atrás.
Sin embargo, durante la reciente campaña electoral holandesa, se temió que esas características se difuminaran para dejar al desnudo un país alineado con las corrientes populistas de los últimos tiempos.
Ya pasada la tensión de unos comicios que despertaron mucho más interés internacional que citas anteriores, volví a Holanda a indagar cuánto queda del lugardesenfadado y con cárceles prácticamente vacías al que llegué hace más de 13 años.
Una ciudad convulsionada
Ámsterdam ha sido tradicionalmente la carta de presentación de esa Holanda progresista y acogedora que vine a intentar descifrar.
Una ciudad que en noviembre de 2004 se vio sacudida por el asesinato, a plena luz del día, del controvertido cineasta holandés Theo van Gogh a manos de Mohamed Bouyeri, un joven holandés de origen marroquí.
En aquel momento yo llevaba en Holanda apenas un mes y el debate que se abrió para desentrañar lo ocurrido me sacó de la burbuja del "país en el que todos caben y todo se puede hacer".
"¿Y si nuestra convivencia no fuera tan pacífica como creíamos?", era la pregunta que más es escuchaba.
Hay muchos holandeses, gente anónima que está haciendo muchas cosas para ayudar a los refugiados. De eso no se habla tanto"
Ingrid de Vries, en Hilversum
Más de una década después, veo que el debate no está cerrado.
"Geert Wilders (el ultraconservador líder del Partido para la Libertad) dice lo que él y muchos de nosotros pensamos. Por hacerlo, necesita seguridad 24/7. Nosotros también la necesitaríamos", sostiene Brigitte, una mujer holandesa que está cansada de lo políticamente correcto.
"Ellos nos pueden llamar fascistas, racistas, cerdos, etc., pero nosotros no podemos decir lo que pensamos o se nos amenaza", se queja Brigitte.
Para ella, hablar negativamente del islam o los musulmanes no merma la fama de Holanda como sociedad tolerante.
"Son ellos los intolerantes, nosotros les seguimos abriendo las puertas", apunta.
Acogida de refugiados
Concretamente, en los últimos dos años esas puertas se las abrieron a 17.000 refugiados sirios, además de a inmigrantes y refugiados procedentes de otros lugares.
"Creo que la prensa tiene parte de responsabilidad en esta percepción de que Holanda es menos abierta", opina Ingrid de Vries mientras nos encontramos en Hilversum, una pequeña ciudad a una media hora de Ámsterdam.
"Hay muchos holandeses, mucha gente anónima que está haciendo muchas cosas para ayudar a los refugiados", me dice. "De eso no se habla tanto".
En otra localidad cercana, Almere, donde Wilders suele obtener muy buenos resultados, están construyendo una gran instalación para acoger más refugiados porque ahora mismo no hay espacio suficiente.
"Los veo paseando mientras yo ruedo con la bicicleta", cuenta Alejandro, que hace años dejó Argentina y se instaló en Holanda.
"Son alegres y amables, saludan, se quedan parados mientras pasas. Yo no veo ninguna tensión ni problema con ellos", subraya.
Cambios en asuntos sociales
Si bien la inmigración y los refugiados protagonizan el discurso colectivo que encuentro en Holanda, las cuestiones sociales son la carta de identidad de este pequeño país, sobre todo de cara al exterior.
Así que, de regreso en Ámsterdam, camino hacia el Barrio Rojo.
Las prostitutas tienen derecho a la seguridad social y se pueden sindicar en Holanda.
Pero en Ámsterdam se sienten amenazadas por el Proyecto 1012, por el que el gobierno de la ciudad comenzó hace unos años a ofrecer incentivos a los dueños de las famosas vitrinas de luz roja para que cambiaran el negocio por boutiques de diseño o tiendas de arte.
El plan (denominado así por el código postal al que pertenece el barrio) lo estableció el ayuntamiento para "limpiar" la zona y combatir el crimen organizado.
Desde que se puso en marcha, en 2007, se han cerrado unas 126 vitrinas, lo que ha generado fuertes protestas.
Muchas están vacías. Y detrás de muchas de ellas me encuentro con tiendas de ropa o galerías.
En las cercanías de la Vieja Iglesia está el Centro de Información sobre Prostitución.
Es a la vez punto de información, negocio turístico y tienda de pasteles, de luz tenue y decoración reivindicativa.
Yo no hubiera venido a Ámsterdam si no fuera por los coffee-shops y la política respecto al cannabis
Francisco
"Ya hay muchas chicas que, por la tarde o primera hora de la noche tienen que caminar por la calle buscando trabajo porque ahora hay más mujeres que escaparates", explica una joven.
Restricciones al cannabis
Entre los escaparates, se ven también muchos coffee-shops, los locales donde se puede consumir o comprar cannabis y que también son un rasgo definitorio de Holanda.
Siempre ha sido ilegal cultivar marihuana en Holanda, pero las autoridades hacen ver que no saben de dónde proviene el cannabis y permiten que los coffee-shops lo vendan.
Sin embargo, la normativa se ha vuelto más restrictiva y se nota en el negocio.
Ámsterdam tenía unos 300 coffee-shops de los cerca de 1.000 que había repartidos por todo el país. Ahora hay menos de 200 en la ciudad y 617 en el paisaje nacional.
En el coffee-shop Amnesia, situado en uno de los canales más emblemáticos de Ámsterdam, un grupo de españoles fuma y comparte anécdotas.
Algunos de ellos han venido varias veces a la ciudad holandesa y no tienen reparo en reconocer que el poder fumar es uno de los principales atractivos de esta ciudad para ellos.
"Yo no hubiera venido a Ámsterdam si no fuera por los coffee-shops y la política respecto al cannabis", admite Francisco.
Alrededor de un tercio de todos los visitantes de Ámsterdam entra en un coffee-shop en algún momento.
En todo el país, la proporción es de uno por cada cinco.
No dejarles fumar golpearía muy duro a la industria del turismo y por eso Ámsterdam se negó a aplicar una ley que prohibía el consumo de marihuana a los visitantes o turistas.
La bandera arcoiris
En cuanto a la aceptación de la homosexualidad. Holanda es uno de los países pioneros.
Fue el primero en aprobar el matrimonio igualitario y casi nadie se gira cuando dos personas del mismo sexo caminan de la mano.
Aun así, Tanja Ineke, presidenta de la organización COC, defensora de los derechos de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), dice que hay mucho trabajo por hacer.
"Es verdad que se ha avanzado mucho en cuestión de derechos, pero los insultos homófobos siguen muy presentes en las escuelas holandesas y la comunidad transgénero sigue estando discriminada", indica.
La diversidad es para Gabriella, una mujer italio-holandesa que lleva 37 años viviendo en Holanda. el rasgo favorito de su país de acogida.
"Uno de los candidatos en las pasadas elecciones tenía como lema de campaña 'Sé normal'.
"Pero ¿cómo? ¡Los holandeses no somos gente normal!", exclama.
De eso ya me di cuenta hace más de 10 años y sigo creyendo que eso es gran parte de su originalidad y atractivo.