Si algo une a dos venezolanos es la salsa. Incluso a un chavista y un opositor.

El barrio de San Agustín, que se eleva en un cerro sobre el centro de Caracas, es el escenario de una unión que, si uno atiende a la trifulca política, resultaría impensable.

Sin embargo, no es tan extraña.

Pedro García, alias Guapachá, es músico y en el salsero y afrovenezolano barrio de San Agustín dirige una escuela de percusión a la que asisten cinco días por semana una decena de muchachos del barrio en situación de vulnerabilidad por la violencia.

Y Leandro Buzón, músico frustrado y amante de la salsa, le ayuda.

Uno es chavista y el otro opositor. Uno es mayor y el otro joven. Y los dos quieren replicar su experiencia en un país dividido.

Leandro Buzón y Guapachá.

Wil Riera
Guapachá (izquierda) es ejemplo de la tradición salsera del barrio de San Agustín.

Guapachá, nacido en San Agustín e hijo de un músico cubano, tiene 57 años y afirma orgulloso que lleva 37 "limpio", alejado de las drogas que le dejaron, entre otras cosas, seis marcas de disparos que muestra al levantarse la camiseta.

"Ahora tengo dos orquestas, dos escuelas, 12 hijos y 21 nietos", me dice. "Yo pasé por esto para entender a estos chamos (muchachos)", agrega ante la mirada tímida de los niños, poco habituados a las visitas de extranjeros.

Guapachá busca con la música que esos chicos se alejen de la violencia. Los familiares de algunos de los muchachos se han enfrentado entre sí en tiroteos. "Pero ellos aquí están", señala.

Niños de la escuela de percusión de San Agustín.

BBC Mundo
Niños de entre 6 y 19 años asisten a la escuela de Guapachá y se desplazan a tocar a otras zonas de Caracas.

Buzón, de 30 años, también es un joven de barrio. En concreto del 23 de Enero, en Caracas, un bastión tradicional de la izquierda guerrillera y ahora chavista.

Es sociólogo y magister en Ciencia Política, fundador de la organización social Caracas Mi Convive y militante del partido Primero Justicia de Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial.

"Sentémonos"

Un amigo común presentó a los dos protagonistas y hace ya cinco años que Buzón traslada el trabajo del músico en San Agustín a otras comunidades con problemas.

"Mira, Guapachá, me gusta lo que tú haces. Yo hago trabajo comunitario también, sentémonos a hablar", recuerda Buzón el inicio de una colaboración y una amistad.

Pronto se percataron de sus diferencias políticas. Y las dejaron a un lado.

"Guapachá sigue siendo un romántico, sigue siendo chavista, sigue creyendo en su proceso, pero es el tipo con más corazón que he visto", lo elogia Buzón, vestido con camisa oscura.

"Para mí, Leandro es mi pana (amigo), es como si fuera mi hijo", dice Guapachá con una camiseta con los ojos del fallecido presidente Hugo Chávez.

El vínculo es la música y ayudar en los barrios, de los que muchos en Venezuela hablan pero que pocos pisan y aún menos se esfuerzan en entender.

Algunos consideran esa unión, sin embargo, contra natura.

Uno de los niños de la escuela de percusión.

BBC Mundo
Los niños coinciden en qué quieren ser de mayores: "Músicos".

"Me decían que Guapachá era algún infiltrado que estaba capturando información (…) A la gente le parecía ofensivo cuando iba con su camisa de 'Chávez corazón del pueblo'", recuerda Buzón ciertas resistencias desde su lado.

También las hubo en el de Guapachá.

"Me preguntaban, ¿vas a trabajar con esos escuálidos (nombre despectivo para los opositores)?", cuenta el músico, que recuerda una experiencia en la que acudieron juntos al barrio de Antímano y no les dejaron usar el espacio previsto.

Tambores al hombro, buscaron y encontraron otro lugar.

El entonces jefe de Guapachá en el Ministerio de Cultura lo llamó, recuerda el músico. "Le dije que sí, que trabajo con ellos, yo trabajo con todos. ¿Cuál es el peo (problema) de que no pueda trabajar con un venezolano?".

"Juntos somos más fuertes"

Y ese es el mensaje que buscan transmitir y la receta para que el país pueda salir adelante en medio de una severa crisis y de una polarización política que dura años y que ha dividido incluso a familias.

"No existe salsa del este ni del oeste, la salsa es la misma. La historia que se ha pretendido contar de nosotros mismos es una historia macabra para dividir", lamenta Buzón.

Niños de la escuela de percusión de San Agustín.

Wil Riera
La violencia en el barrio de San Agustín es una amenaza para los más jóvenes.

"Juntos somos más fuertes", asegura el activista. "Yo no habría podido entrar con la misma fuerza, aceptación y cariño en San Agustín y él no habría podido entrar en otros sectores en los que yo he podido construir otra historia".

Guapachá ahonda: "Yo tengo una ideología, que es que tenemos que trabajar por nuestro país".

"Yo voy dónde me digan los niños, no me diferencian los colores", afirma.

Y Buzón refuerza. "Los intereses de una comunidad están por encima de la doctrina de un partido. De una vez por todas debemos acabar con este sectarismo y esta polarización porque el país se nos va a acabar a caer a pedazos", clama.

"No es la historia real"

Al fin y al cabo, en el barrio, en las calles empinadas y en el abigarrado conjunto de viviendas improvisadas, unos y otros sufren los mismos problemas.

"Si en algún momento caímos en una disputa miserable, esa fue una historia que contaron unos cuantos desde el poder, pero no es la historia real", refrenda Buzón.

"Fuimos capaces de ponernos de acuerdo en esto y debemos ponernos de acuerdo para ver cómo vamos a organizar el país", agrega, mirando a futuro.

Y Guapachá insiste: "Somos hermanos, vivimos en el mismo país, estamos pasando necesidad, vamos a tendernos la mano, vamos a trabajar juntos".

Ambos hablan junto a los tambores y de fondo se oye a los muchachos tocarlos rítmicamente.

Concentrados por un rato cinco tardes a la semana, los niños -casi todos varones- sólo piensan en la salsa, quizás una vía futura de reconocimiento y un medio de vida alejado de la violencia.

"Yo quiero tocar y ayudar a los niños que están por la calle", me dice Oraiker, un niño de 12 años que pierde la timidez cuando toca y se conecta, sin palabras, con otros compañeros para improvisar una buena sesión de salsa.

"Un tambor te abre el corazón. Esto une hasta el enemigo", dice Guapachá acariciando el terso cuero de la conga.


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