"¿Por qué no podemos juntarnos y levantar el país entre todos?: cómo un chavista y un opositor en Venezuela se unieron (y qué mensaje envían a los políticos)
Si algo une a dos venezolanos es la salsa. Incluso a un chavista y un opositor.El barrio de San Agustín, que se eleva en un cerro sobre el centro de Caracas, es el escenario de una unión que, si uno atiende a la trifulca política, resultaría impensable.Sin embargo, no es tan extraña.Pedro García, alias Guapachá, es músico y en el salsero y afrovenezolano barrio de San Agustín dirige una escuela de percusión a la que asisten cinco días por semana una decena de muchachos del barrio en situación de vulnerabilidad por la violencia.
Y Leandro Buzón, músico frustrado y amante de la salsa, le ayuda. Uno es chavista y el otro opositor. Uno es mayor y el otro joven. Y los dos quieren replicar su experiencia en un país dividido."Sentémonos"
Un amigo común presentó a los dos protagonistas y hace ya cinco años que Buzón traslada el trabajo del músico en San Agustín a otras comunidades con problemas. "Mira, Guapachá, me gusta lo que tú haces. Yo hago trabajo comunitario también, sentémonos a hablar", recuerda Buzón el inicio de una colaboración y una amistad.Pronto se percataron de sus diferencias políticas. Y las dejaron a un lado. "Guapachá sigue siendo un romántico, sigue siendo chavista, sigue creyendo en su proceso, pero es el tipo con más corazón que he visto", lo elogia Buzón, vestido con camisa oscura."Para mí, Leandro es mi pana (amigo), es como si fuera mi hijo", dice Guapachá con una camiseta con los ojos del fallecido presidente Hugo Chávez.El vínculo es la música y ayudar en los barrios, de los que muchos en Venezuela hablan pero que pocos pisan y aún menos se esfuerzan en entender. Algunos consideran esa unión, sin embargo, contra natura."No es la historia real"
Al fin y al cabo, en el barrio, en las calles empinadas y en el abigarrado conjunto de viviendas improvisadas, unos y otros sufren los mismos problemas."Si en algún momento caímos en una disputa miserable, esa fue una historia que contaron unos cuantos desde el poder, pero no es la historia real", refrenda Buzón. "Fuimos capaces de ponernos de acuerdo en esto y debemos ponernos de acuerdo para ver cómo vamos a organizar el país", agrega, mirando a futuro.Y Guapachá insiste: "Somos hermanos, vivimos en el mismo país, estamos pasando necesidad, vamos a tendernos la mano, vamos a trabajar juntos".Ambos hablan junto a los tambores y de fondo se oye a los muchachos tocarlos rítmicamente.Concentrados por un rato cinco tardes a la semana, los niños -casi todos varones- sólo piensan en la salsa, quizás una vía futura de reconocimiento y un medio de vida alejado de la violencia."Yo quiero tocar y ayudar a los niños que están por la calle", me dice Oraiker, un niño de 12 años que pierde la timidez cuando toca y se conecta, sin palabras, con otros compañeros para improvisar una buena sesión de salsa."Un tambor te abre el corazón. Esto une hasta el enemigo", dice Guapachá acariciando el terso cuero de la conga.Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.
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