Frases como éstas se ajustan a nuestros tiempos…

Soy un gran creyente en la suerte, y he notado que entre más duro trabajo, más suerte tengo"

Thomas Jefferson, 3º presidente de Estados Unidos (1743 – 1826)

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La suerte es el ídolo de los ociosos"

Proverbio

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Se supone que vivimos en una era de la meritocracia, en las que todos -sin importar clase, raza, credo o género- podemos realizar nuestros sueños si nos esforzamos lo suficiente.

Un mundo que le pertenece a "quienes se han levantado por sus propios medios", que disfrutan de riquezas que consiguieron con el sudor de su frente.

La suerte sólo la tienes cuando te ganas la lotería o una apuesta en el casino.

¿O no?

Para catedrático de economía del Johnson School of Management de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, Robert H. Frank, la verdad se acerca más a otra frase famosa:

La suerte es el encuentro entre la oportunidad y la preparación"

Séneca el Joven, filósofo romano (4 aC – 65 dC)

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Es cierto, comenta Frank, que "contamos con el sistema más cercano a la meritocracia que hemos tenido, por eso tendemos a pensar que quienes logran el éxito son muy trabajadores y talentosos. Pero resulta que también es cierto que, a menos de que tengas suerte en momentos críticos, no triunfarás".

Y es tremendamente importante para la sociedad ser conscientes de ello.

Inmencionable

"La suerte es algo que no puedes mencionar en presencia de los hombres que se han labrado su propio éxito", anotó alguna vez el escritor estadounidense E.B. White.

Y Frank lo confirmó durante su investigación para su libro "Éxito y suerte: la buena fortuna y el mito de la meritocracia".

"Si le dices que han tenido suerte, se molestan".

Efectivamente, según una investigación del centro independiente de investigación Pew Research Center, así como otras encuestas, la abrumadora mayoría de la gente con mayor poder adquisitivo atribuye su propio éxito al trabajo duro y no a factores como la suerte o la serendipia.

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Nada de suerte… puro trabajo y talento.

Sin embargo, Frank notó que si, en vez de decirles que eran suertudos, "les pides que recuerden momentos en los que la fortuna estuvo de su lado en su camino al éxito, la respuesta es completamente distinta".

"Te cuentan lo que pasó en una ocasión, luego se acuerdan de otra, y al final reconocen sin problema que la suerte jugó un papel en su triunfo", le contó a la BBC.

Ese reconocimiento es valioso porque cada vez hay más evidencia de que considerarnos "artífices de nuestro propio éxito" -en vez de talentosos, trabajadores y afortunados- nos lleva a ser menos generosos y solidarios.

Eso se traduce en que los que más pueden contribuir a apoyar las condiciones que hicieron posible su éxito, como una infraestructura pública y educativa de alta calidad, no lo hacen.

En Estados Unidos, por ejemplo, los científicos políticos Benjamin Page, Larry Bartels y Jason Seawright encontraron que el 1% más rico se opone mucho más a los impuestos, las regulaciones y el gasto público que el resto de los ciudadanos de esa nación.

La estructura de la suerte

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Hasta la galletita de la suerte se la ganaron con el sudor de la frente.

"En Estados Unidos -señala Frank- es muy común que la gente exitosa crea que ha conseguido todo sin la ayuda de nadie más. Pero esa actitud se ha extendido a muchas otras sociedades".

Eso es algo que Lynsey Hanley reconoce, pero no comprende.

La autora del libro "Respetable", en el que estudia el caso de una mujer que nació en el seno de una familia de clase baja y se aburguesó –y el caso es ella misma-, subraya que la suerte tiene su estructura.

"Por ejemplo, yo me considero suertuda por haber nacido en los años 70, a diferencia de mis padres -que nacieron en los 50- o mis abuelos -que nacieron a principios del siglo XX-. Todos ellos tenían las capacidades necesarias para estudiar y para que les fuera bien, pero yo fui la única que tuve la oportunidad de ir a la universidad, sólo porque nací cuando nací", le explica a la BBC.

"Para mí, esa es la estructura de la suerte y que pone en evidencia el mito de la meritocracia, porque el mérito siempre estaba ahí".

"Efectivamente -confirma Frank- lo más afortunado que te puede ocurrir es nacer en una buena familia en un lugar en el que, si eres talentoso y trabajador, tengas la posibilidad de triunfar".

"Incluso la gente exitosa tiende a reconocer que si hubieran nacido en lugares del mundo en problemas, las cosas habrían sido distintas".

No obstante, tendemos a olvidar las ventajas con las que contamos y a recordar las desventajas.

Frank cita una metáfora del psicólogo Tom Gilovich para ilustrar esta asimetría.

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Con el viento a tu favor.

"Cuando vas en bicicleta con el viento en contra, estás muy consciente de ello. Apenas doblas y el viento sopla en la dirección de tu viaje, se siente maravilloso. Pero pronto te olvidas, dejas de notar el viento a tus espaldas. Esa es una característica fundamental de la manera en la que funciona nuestra mente -y el mundo-: estamos más conscientes de las barreras que de lo que nos impulsa".

El botín es más grande

Tendemos a sobreestimar nuestra responsabilidad por nuestros éxitos: el segundo tramo de nuestro paseo en la metafórica bicicleta, pensamos, fue más rápido gracias únicamente a nuestro esfuerzo.

Y si hay una medalla que ganar, nos la merecemos.

"Siempre ha habido una tendencia a sentirse con derecho a quedarse con los frutos de la labor. Y ahora que con un triunfo en el mercado el ganador se lleva todo, el éxito es de una escala mucho más grande", comenta Frank.

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El ganador se queda con todo.

Eso gracias a los nuevos métodos de comunicación y demás tecnologías que permiten conquistar territorios enteros a desde cualquier lugar del mundo.

"Ya no tenemos mercados locales. Si eres bueno en algo, puedes tomarte el mercado entero", señala el economista.

"Hay maneras muy baratas de comunicarte con gente que valora lo que haces. Lo que se arma es una disputa para ver quién es el mejor en qué. Y una vez se determina quién es el ganador, todo queda bajo su control".

En ese momento -aclara Frank- no se trata de que ese triunfador no se sienta orgulloso, ni de que no disfrute de su victoria.

Se trata de que no olvide el papel que jugó la suerte pues no reconocerlo hace que la gente afortunada tienda a compartir menos su buena fortuna.