Entrar a la fábrica de Dale Más, una marca de pelotas de fútbol en la provincia de Córdoba, en el centro de Argentina, es como viajar en el tiempo.
Al son de unos polvorientos receptores de radio, enormes galpones con paredes de ladrillo enmohecido acogen diariamente a veteranos trabajadores que fabrican, con las manos, lo que se considera uno de los mejores esféricos en este país futbolero.
"La calidad de una pelota está en su interior", explica Fernando Fugilini, el dueño y presidente de la empresa, quien muestra orgulloso cómo es imposible romper con las manos el forrado interior, hecho de un látex de doble enmallado.
Pero esta manera 90% artesanal de fabricar balones, reconoce, ha sido remplazada a nivel mundial por una más eficiente y más barata: la pelota termo sellada que se desarrolla, según él, "en consultorios médicos" en el sudeste asiático.
Esa es la pelota que hoy se encuentra en los centros comerciales. Y en los pies de Lionel Messi y Cristino Ronaldo.
Pero eso no había sido un problema para Fugilini hasta ahora, cuando las importaciones en Argentina de rubros como éste se han disparado en medio de el cambio económico que ha promovido el gobierno de Mauricio Macri.
La apertura no solo afecta a los fabricantes de pelotas que hay en esta zona al sur de la provincia de Córdoba: desde textiles hasta computadoras, los productores locales están en riesgo por el rumbo, para algunos necesario, que Macri ha dado a la economía.
Capital nacional ¿y mundial? de la pelota
No hay pelota en el mundo que no siga el legado de esta industria de Bell Ville.
En 1931, tres bellvillenses convirtieron el viejo balón de tiento en la pelota que se utiliza hoy día, con válvula y costuras invisibles.
No en vano este pueblo, que está en el corazón de la pujante industria agrícola argentina, es conocido como la "capital nacional de la pelota".
Pero el actual intendente de Bell Ville, Carlos Briner, busca que el Congreso de la Nación declare formalmente la localidad como tal, algo que le puede dar la denominación de origen a las pelotas y quizá alargue la subsistencia de sus fábricas.
Hace 52 años Dale Más fue fundada por Roberto Angel Fuglini, un bellvillense que adaptó máquinas para zapatos a la fabricación de pelotas.
Desde entonces las pelotas Dale Más pasaron por los pies de Maradona, Kempes y Messi.
En 1995 un incendio acabó con la fábrica, pero la empresa resucitó y en 2005 fue reconocida por el Libro Guinness de los Récords por tener la colección de pelotas más grande del mundo.
En estos 52 años la situación económica argentina nunca ha sido estable.
"En Argentina pasa de todo", retoma Fuglini, entre risas. "Así que tenemos cintura".
El problema de las importaciones
"Pero no te voy a negar que estamos asustados", admite, en una oficina decorada con pelotas y camisetas de fútbol.
"Y si llega el momento en que resulte necesario importar para mantener al personal y la empresa, lo haremos", explica sobre su carta menos deseada.
Por ahora, sin embargo, espera más protección del Estado.
Y se queja de que se permita a la petrolera estatal, YPF, importar de un día para otro 900.000 pelotas de China y Pakistán para regalar a quien llene el auto de combustible por 500 pesos (US$33) y pague 180 más (US$12).
"Nosotros cotizamos la pelota, a precio de fábrica, a 220 pesos (US$14)", asegura Fuglini.
"Es imposible que compitamos con una pelota que cuesta 70 pesos (US$5), a precio de puerto, y es traída del sudeste asiático", añade.
Su propuesta, que es la misma del Círculo Argentino de Fabricantes de Pelotas y Afines, es que haya algún tipo de restricción a las importaciones.
"No te digo que cerremos el país, porque así dejamos de avanzar".
"Pero si se calcula que se consumen 4 millones de pelotas al año y nosotros producimos 1 millón, que solo se importen 3, ni más ni menos. Pero es que ahora se están importando de manera indiscriminada", concluye.
Un dilema local y global
Fuglini ha viajado a países como Pakistán y China y ha visto cómo se trabaja allá: por salarios muy bajos, en jornadas de 14 horas, con última tecnología.
Aunque la competencia del sudeste asiático no es nueva, para Argentina sí que lo es de cierta manera.
Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández los controles a las importaciones y al cambio de divisas cerraron las fronteras, en parte para proteger a los trabajadores locales.
Pero el control, según los críticos, disparó la inflación, aumentó el déficit fiscal, eliminó mercados, redujo la inversión y obligó a cientos de empresarios a cambiar de actividad.
Macri, quien ganó las elecciones de 2015 prometiendo cambios, levantó el control de divisas, quitó las restricciones a las importaciones y promovió las inversiones extranjeras.
Aunque las importaciones totales no han aumentado en este año y medio de gobierno de signo neoliberal, algunos sectores manufactureros se han visto afectados por la llegada de productos en rubros específicos.
"Te enfrentas al dilema de las sábanas cortas", le dice a BBC Mundo el economista Hector Rubini, de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires.
"O proteges con subsidios y financiamiento, o resuelves la economía cortando el gasto público y el déficit", explica.
Es el viejo dilema -ajustar con perjudicados o gastar con inflación- al que se enfrenta cada gobernante argentino que busca ordenar las finanzas del Estado.
"Alguien, sí o sí, va a tener que perder", concluye el economista.
Y ese alguien, al menos por ahora, parece estar fabricando pelotas en Bell Ville.