En el largo mostrador acristalado de la panadería de Fredy López ya no hay pan. "Pura chuchería", dice señalando las bolsas de snacks.
"Antes tenía pan campesino, tortas…", recuerda con cierta nostalgia en el humilde barrio Boquerón, en el oeste de Caracas.
Ofrece también en su tienda café, jugos y charcutería. Todo para sustituir su principal producto, el pan, casi un artículo de lujo en la Venezuela actual de la crisis económica.
Fredy no tiene casi pan porque, como casi todos los panaderos del país, no dispone de harina.
No producir trigo no impide que Venezuela sea un país de gran tradición panadera gracias, sobre todo, a la numerosa inmigración española y portuguesa.
Como casi todo en el país, el trigo también es importado. Y ahora escasea, como sucede con los productos cuya presencia en el mercado depende de un Estado con ingresos mermados por la caída de los precios del petróleo, principal y casi única exportación del país.
El largo camino del pan hasta la mesa
Hasta que un pan llega al estómago de un venezolano/a pasa por un complejo proceso.
El trigo comprado por el gobierno (o con los dólares otorgados por él) llega a precio subsidiado a los molinos, que se encargan de convertirlo en la harina que luego distribuyen.
Los panaderos tienen que dedicar parte de esa harina que compran a producir pan a un precio justo recomendado por la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde).
En Boquerón, una canilla, que es un pan delgado y alargado muy simple, cuesta apenas 80 bolívares (US$0,11 al cambio oficial controlado por el gobierno y US$0,01 en el mercado paralelo).
En la Venezuela de la inflación desbocada, en la que los precios aumentan de un día para otro, es casi regalado.
Por ello, en las panaderías se forman largas filas varias veces al día, cuando sale a la venta el pan más barato, el más demandado en tiempos de crisis en un país donde el salario mínimo es de 40.000 bolívares mensuales (US$10 al cambio paralelo en este momento).
"Pero yo no hago canillas desde noviembre del año pasado", me dice Fredy, que ha pasado de recibir 200 sacos de harina al mes a sólo 30.
En enero le llevaron 40. En febrero, de momento, 15. Y ya sólo le queda éste.
Si dedicara la poca harina que consigue al pan de precio bajo, Fredy debería cerrar el negocio, como han hecho tantos otros.
"Por eso tengo puro pan dulce", me dice señalando pan de guayaba, pan de coco y pan piñita.
Esta mañana sólo horneó el pan piñita, una cadena de panecillos dulces y esponjosos del tamaño de un puño que se separan y se venden por apenas 100 bolívares.
"Es lo más rentable, llena el mostrador y parece que hay volumen", explica su estrategia de marketing.
Mejor croissant que pan
En una panadería al otro lado de Caracas, en el este, una zona mucho más pudiente, la situación es similar a la de Boquerón. Es mediodía y salen del horno varias decenas de anchos panes andinos al precio de 2.200 bolívares. Hay fila, pero la cifra provoca que sea corta.
Hace mucho tiempo que tampoco aquí se ven las canillas. "Hacerlas es producir a pérdidas. Hay poca harina como para cubrir los gastos", me dice Adrián, responsable de una panadería que recibe un 50% menos de harina que hace dos años.
Por ello produce productos dulces o panes más elaborados, que se venden a un precio mayor.
Si hay algo de harina, es más rentable hornear croissants que pan normal.
Todos estos factores hacen que haya menos pan que hace años. Y ello en un momento en el que precisamente aumentó la demanda.
Pese a que un pan de los más elaborados supera los 2.000 bolívares, aún resulta más económico que el arroz o la harina de maíz precocida para hacer las tradicionales arepas.
Ambos productos no sólo son casi imposibles de encontrar, sino que cuando aparecen alcanzan fácilmente un precio de más de 3.000 bolívares y solo se pueden comprar tras soportar una larga fila de varias horas.
"La guerra del pan"
La lógica de rentabilidad y supervivencia de los panaderos, sin embargo, enfurece al gobierno.
"La federación de panaderos de Caracas le declaró la guerra al pueblo. Tiene al pueblo haciendo colas pero por maldad, ya tienen varios meses en eso, y yo me he propuesto un plan especial para ganar la guerra del pan", dijo en televisión el domingo 12 de febrero el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
El gobierno habla de forma recurrente de la "guerra del pan" y de la "mafia del trigo". Y a través de la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) ha criticado los "precios de usura".
Por ello, el organismo gubernamental realiza inspecciones e incluso alienta a los ciudadanos a denunciar a las panaderías.
"Han venido y nos han hecho advertencias", dice Adrián, poco preocupado por una labor fiscalizadora intermitente.
Más harina
Ante la mala imagen creada, Tomás Ramos López, presidente de la Federación de la Industria de la Panificación (Fevipan), defiende al gremio y reclama al gobierno materia prima.
"Al 9 de febrero había en existencia en los molinos sólo 18.000 toneladas de trigo panadero y se necesitan 120.000", expresó en un comunicado el 14 de febrero, dos días después de las críticas de Maduro.
El sector pide harina y mientras llega, rentabiliza la que tiene. Por eso en las panaderías de Venezuela hay más pan dulce que salado.