Con la globalización y la desregulación se ha asentado la idea de que los sindicatos son una traba al crecimiento económico, un dique que erosiona la competitividad y el empleo por el impacto que tienen en los costos sus exigencias de aumentos salariales y mejores condiciones laborales.
Esta visión ha empezado a cambiar con el estallido financiero de 2008, que puso en entredicho el paradigma reinante desde la revolución privatizadora thatcherista-reaganiana de la década de los años 80.
Según esta nueva visión, el estallido se debió a una explosión descontrolada del crédito impulsada, entre otras cosas, por la necesidad de compensar la caída del salario real y disimular la creciente desigualdad de las últimas décadas.
Las cifras que expone Robert Reich, exministro de Trabajo de Bill Clinton, en el documental "Desigualdad para todos" son elocuentes.
En 1978 un salario medio estadounidense equivalía a unos US$48.000 anuales (en valores actuales), mientras que el promedio del 1% más rico se situaba en los US$390.000. En 2010, el sueldo medio había descendido a US$33.000, mientras que el de los más ricos superaba el millón de dólares.
El panorama es similar en el resto de los países desarrollados y en muchas de las naciones en desarrollo.
Esta desigualdad ocurrió de la mano de otro proceso: la pérdida de poder de los sindicatos y la aparición de un núcleo duro de legislación para limitar sus actividades.
"Lo que se necesita hoy es más demanda. Con sindicatos más fuertes, habría aumentos salariales que estimularían este proceso", le comenta a BBC Mundo Andreas Bieler, profesor de Economía Política de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido.
El mundo es uno solo
"Lo que se necesita hoy es más demanda. Con sindicatos más fuertes, habría aumentos salariales que estimularían este proceso"
Andreas Bieler, Universidad de Nottingham
Nadie pone en duda que la desigualdad entre ricos y el resto ha crecido en todo el mundo, pero muchos cuestionan su significado.
Desde esta perspectiva, el problema no es tanto el crecimiento de la desigualdad como que no se produzca más riqueza.
"El aumento de salarios que buscan los sindicatos es un impuesto a la inversión que reduce los márgenes de ganancia. La reacción de las compañías es reducir la inversión. Esto termina produciendo una pérdida de empleos", dice James Sherk, de la organización ultraliberal estadounidense The Heritage Foundation.
Si la igualdad se mide no en el nivel nacional sino internacional, hay –según esta perspectiva– una redistribución de riqueza desde el Occidente desarrollado hacia Asia, una región que en los años 50 estaba sumida en la pobreza.
En esta región los sindicatos no se han destacado por su presencia, lo que ha permitido una reducción de costos laborales que abarató los productos y allanó el camino a un crecimiento exportador de la mano de la globalización.
"Los gremios se comportan como carteles. Limitan los beneficios a sus miembros, pero afectan a los consumidores y a los que no tienen trabajo al achicar el empleo, ya que las empresas no contratan nuevos trabajadores", afirma Sherk.
La demonización de los sindicatos
Esta idea de "carteles" puede en realidad aplicarse a cualquier asociación humana.
A fines del siglo XVIII, el padre del liberalismo económico, Adam Smith, en su célebre "La riqueza de las Naciones" se quejaba de que raramente se hablaba de los carteles patronales: "Quien imagina que los patrones nunca hacen arreglos se equivoca. Los patrones siempre están combinándose para que el salario no aumente más allá de cierto nivel".
"Los sindicatos se comportan como carteles. Limitan los beneficios a sus miembros, pero afectan a los consumidores y a los que no tienen trabajo al achicar el empleo, ya que las empresas no contratan nuevos trabajadores"
James Sherk, The Heritage Foundation
Casi dos siglos más tarde, el thatcherismo se impuso en Reino Unido en 1979 de la mano de una ola de conflictos sindicales que culminó en el llamado "Invierno del descontento" con huelgas de choferes de ambulancia y sepultureros.
En su libro "Chavs, la demonización de la clase trabajadora", Owen Jones dice que los conservadores aprovecharon el conflicto para una exitosa demonización de los sindicatos.
"El invierno del descontento generó frustración pública. El thatcherismo manipuló esta memoria y comenzó a reformar la ley laboral para echar a huelguistas, reducir la indemnización y prohibir las huelgas en apoyo de otros conflictos", escribe Jones.
El mundo sindicalizado, ideológico y militante británico de los 70 fue sustituido por el desregulado, "financializado" y exitista de los 80, que pronto se diseminó por medio planeta con la caída del Muro de Berlín, las privatizaciones (unos US$700.000 millones en los 90), la flexibilización laboral y la difusión de la tarjeta de crédito.
La paradójica catedral del capitalismo
Si alguno de los terrestres que vivieron en la Guerra Fría resucitaran y se fueran de paseo a China, quedarían pasmados.
Bajo la égida del Partido Comunista, el país se ha convertido en una paradójica catedral del capitalismo a ultranza en el que no existe ni el derecho a la huelga.
Pero también eso parece estar cambiando con el estallido financiero de 2008.
El Partido Comunista chino decidió virar de un modelo basado en la exportación y el bajo costo laboral a uno más centrado en el consumo doméstico. Este cambio es imposible sin aumentos salariales y una mayor presencia de los trabajadores.
"El gobierno comunista está preocupado por el grado de conflictividad laboral y es consciente que los trabajadores necesitan representantes genuinos", le comentó al diario británico Financial Times Auret van Heerden, de la FairLabor Association.
Esta asociación trabaja con Apple para evaluar las condiciones laborales en una de sus proveedoras, la multinacional taiwanesa Foxconn, luego del suicidio de 13 empleados en una de las plantas de la compañía en China hace tres años.
Con más de un millón de empleados, Foxconn es el más importante empleador de China. En un intento por limpiar su imagen, ha anunciado que realizará elecciones de representantes sindicales para sus fábricas.
En el corazón industrial y exportador de China, los municipios de Shenzhen y Guangzhou comenzaron con un proceso similar el año pasado.
Un modelo de mayor consumo doméstico basado, en parte, en una mayor representatividad laboral contribuiría a solucionar uno de los problemas que aqueja a la economía mundial: el desequilibrio entre la China exportadora y el resto del mundo.
Según Andreas Bieler, lo mismo puede decirse de la brecha existente entre Alemania y los países del sur de la eurozona (España, Portugal, Italia, Grecia).
"Si los sindicatos alemanes tienen éxito en su demanda de mejores salarios, esto aumentará el consumo doméstico alemán y mejorará la competitividad de otros países de la eurozona", le dice a BBC Mundo.
Los casos de China y Alemania son particularmente significativos por tratarse del primer y segundo exportador a nivel mundial, respectivamente.
Si a eso se le añade un creciente debate público y el callejón sin salida de la actual crisis, se comprende que los otrora vilipendiados sindicatos empiecen a parecer más parte de la solución que del problema.