Ilustración de Miriam Menkin

Emmanuel Lafont

En los relatos sobre descubrimientos científicos, el investigador trabaja hasta altas horas de la noche, solo en su laboratorio. De repente, un momento de genialidad: una manzana en la cabeza, un rayo en una llave, una placa de Petri contaminada y… ¡eureka!

La historia de Miriam Menkin es un poco diferente.

Un martes de febrero de 1944, la técnica de laboratorio de 43 años se quedó despierta toda la noche para calmar a su hija de ocho meses, que acababa de comenzar la dentición.

A la mañana siguiente, Menkin fue a su laboratorio, tal como lo había hecho todas las semanas durante los últimos seis años. Los miércoles introducía un óvulo en una solución de esperma en un plato de vidrio y rezaba para que dos se convirtieran en uno.

Como técnica del experto en fertilidad de Harvard John Rock, el objetivo de Menkin era fertilizar un óvulo fuera del cuerpo humano. Este era el primer paso en el plan de Rock para curar la infertilidad. En particular, quería ayudar a las mujeres que tenían ovarios sanos pero las trompas de Falopio dañadas, la causa de un quinto de los casos de infertilidad que veía en su clínica.

En un mundo de hombres

Un día de 1900, un óvulo se encontró con un esperma y se fusionaron. El par se dividió en dos células, luego cuatro, luego ocho. Nueve meses después, Miriam Friedman nacía en Riga, Letonia, el 8 de agosto de 1901.

Cuando era una niña, la familia emigró a Estados Unidos, donde su padre ganaba suficiente dinero como médico para brindarle una infancia cómoda. Más tarde recordaría cómo le escuchaba "hechizada" cuando él le contaba historias sobre cómo la ciencia pronto encontraría una cura para la diabetes.

John Rock.

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Tuvo un comienzo prometedor en su carrera científica, graduándose en la Universidad de Cornell con un título en histología y anatomía comparada en 1922. Al año siguiente obtuvo su maestría en genética en la Universidad de Columbia, y enseñó brevemente biología y fisiología en Nueva York.

Pero cuando decidió seguir los pasos de su padre e ingresar en la escuela de medicina, se encontró con su primer obstáculo: dos de las mejores escuelas de medicina del país la rechazaron. "No sé por qué. Creo que fue principalmente mi personalidad", recordaría más tarde. En realidad, casi seguramente tenía que ver con que era mujer.

En ese momento, pocas escuelas de medicina de élite aceptaban mujeres y las que lo hacían imponían estrictas cuotas.

La Universidad de Cornell restringía el número de alumnas para que la escuela "no se sintiera abrumada por mujeres solicitantes", como dijo un decano en 1917. Otras solo comenzaron a aceptar mujeres durante los años de la guerra, incluida Harvard, que daría la bienvenida a su primera clase de mujeres en 1945.

Precisamente se casó con un estudiante de medicina de Harvard, Valy Menkin. A partir de ese momento, Miriam Menkin aprovechó su proximidad con la academia, tomó cursos de bacteriología y embriología y ayudó a su esposo con experimentos en el laboratorio. Fue allí donde conoció a Gregory Pincus, el biólogo de Harvard que se convertiría, junto con Rock, en el codesarrollador de la píldora anticonceptiva.

Pincus había alcanzado notoriedad como el científico frankensteiniano que había creado "conejos huérfanos" fertilizados.

John Rock pronto surgió en la escena como el especialista en fertilidad que quería llevar las ideas con animales de Pincus a la investigación clínica.

Menkin solicitó trabajo en su laboratorio en Boston y fue aceptada. "Era inteligente, tenaz y meticulosa, una combinación perfecta para Rock", dice Margaret Marsh, historiadora de la Universidad de Rutgers.

"Era brillante, intuitiva y determinada a buscar respuestas, pero tenía poca paciencia para el tedio del laboratorio".

La misma rutina

Afortunadamente para Rock, fue en el tedio del laboratorio donde Miriam prosperó.

Todos los martes a las 8:00 de la mañana, Menkin merodeaba fuera de la sala de operaciones en el sótano del Free Hospital for Women, un centro de caridad en Massachusetts para mujeres de bajos ingresos.

Si tenía suerte, Rock le entregaría una pequeña muestra de un ovario que acababa de extraer de una paciente, generalmente un folículo "del tamaño de una pequeña avellana", recordó. Tomaba la muestra y subía con ella los cuatro tramos de escaleras hasta su laboratorio. Allí, cortaba el folículo y buscaba el precioso óvulo dentro.

Esta no era tarea fácil. Aunque es una de las células más grandes del cuerpo, el óvulo humano es aún más pequeño que el punto final al final de esta oración. La mayoría de las personas necesita una lupa para ver uno e incluso entonces es solo una mancha oscura.

Para Menkin, era un universo. Podía identificar un óvulo a simple vista e incluso podría saber si estaba deformado o normal. Con orgullo, se autodenominaba la "cazadora de óvulos" de Rock.

Semana tras semana, Menkin seguía la misma rutina: perseguir los óvulos el martes, mezclar con esperma el miércoles, rezar el jueves y mirar el microscopio el viernes. Todos los viernes, cuando miraba en la incubadora, todo lo que veía era una célula, un óvulo sin fertilizar y un montón de esperma muerto. Hizo esto 138 veces. Más de seis años. Hasta aquel fatídico viernes de 1944.

La siesta que lo cambió todo

Normalmente, Menkin dejaba el óvulo en la solución de espera durante unos 30 minutos. No esta vez.

Años más tarde, recordó lo que le ocurrió a un periodista: "Estaba tan exhausta y somnolienta que, mientras miraba bajo el microscopio cómo se movían los espermatozoides alrededor del óvulo, olvidé mirar el reloj hasta que de repente me di cuenta de que había pasado una hora entera. En otras palabras, debo admitir que mi éxito, después de casi seis años de fracaso, no se debió a un momento de genialidad ¡sino simplemente a una siesta en el trabajo!".

El viernes, cuando regresó al laboratorio, vio algo milagroso: las células se habían fusionado y ahora se estaban dividiendo, dándole la primera imagen en el mundo de un embrión humano fertilizado in vitro.

Mientras el laboratorio se llenaba de espectadores -"todos vinieron corriendo a mirar al bebé humano más joven que jamás se había visto"- Menkin se mantuvo observando el óvulo. Tenía "miedo de perder de vista ese precioso objeto, que había sido un sueño incumplido durante seis años", se lee en sus notas para una charla con escolares.

Ese primer óvulo se le escaparía: "El primer aborto involuntario en un tubo de ensayo", recordó con pesar. Pero repetiría el logro tres veces más. Esos especímenes eran "orgullo y alegría", dijo Menkin.

A partir de ese momento, Rock y Menkin recibieron cientos de cartas de mujeres infértiles preguntando si la ciencia podría curarlas.

Nuevas dificultades

Menkin estaba lista para convertirse en una científica reproductiva que pretendía mover aún más las fronteras de la fertilidad.

Pero entonces sucedió algo que ni ella ni Rock podrían haber anticipado: su esposo perdió su trabajo en Boston y lo siguió a la Universidad de Duke, Carolina del Norte, donde la fertilización in vitro era considerada un escándalo.

Sin las habilidades de Menkin, la investigación en Boston se detuvo. Ninguno de los asistentes de Rock lograría fertilizar un óvulo in vitro nunca más.

En 1945, Menkin le escribió a Rock desde Carolina del Norte diciéndole que "las perspectivas en cuanto a hacer cualquier trabajo con óvulos siguen siendo algo desalentadoras".

Y pronto enfrentó nuevas limitaciones. Durante años, había pospuesto su divorcio de Valy, quien le retenía fondos y con frecuencia la amenazaba con violencia delante de los niños, Lucy y Gabriel. Pero cuando el comportamiento de su esposo continuó empeorando, ella decidió irse.

Como madre soltera, ahora le resultaba mucho más difícil llegar a fin de mes. Además de sus responsabilidades, Lucy, que tenía epilepsia, a menudo estaba enferma y necesitaba ver a psiquiatras y médicos.

Cuando a Menkin le ofrecían oportunidades no remuneradas para usar los laboratorios de los investigadores durante las noches y los fines de semana, solía resultarle imposible hacerlo.

A principios de la década de 1950, Menkin regresó a Boston para inscribir a Lucy en una escuela para niños con necesidades especiales. Se reunió con Rock en el laboratorio, pero mucho había cambiado en la última década.

Ahora la tarea reproductiva del momento no era hacer más bebés, sino evitar que nacieran más bebés. Rock tenía su propio laboratorio y su misión principal era desarrollar un método anticonceptivo, una tarea que llevaría a la histórica aprobación de la píldora anticonceptiva en 1960.

Un lugar en la historia

El logro de Menkin marcaría el comienzo de una nueva era de tecnología reproductiva: una en la que las mujeres infértiles quedaban embarazadas, concebían en tubos y los científicos miraban de cerca las primeras etapas de su desarrollo.

En 1978, el mundo se encontraría con su primer bebé in vitro, Louise Brown. Pronto, la fertilización in vitro se convertiría en un gran negocio: en 2017 constituyó la mayoría de los 284.385 intentos de reproducción asistida en EE.UU., lo que resultó en 78.052 bebés como Brown.

Pero, a pesar de la forma en la que le contó la historia al periodista, el éxito de Menkin no fue accidental.

Al igual que esos otros grandes momentos eureka, llegar ahí llevó años de investigación, habilidades técnicas duramente logradas y la paciencia necesaria para repetir el mismo experimento una y otra vez.

Portada de un periódico con el nacimiento del primer bebé in vitro, Louise Brown.

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El nacimiento del primer bebé in vitro, Louise Brown, ocupó portadas alrededor del mundo.

Menkin escribió o coescribió 18 artículos científicos, incluidos dos históricos informes sobre ese primer éxito en la revista Science. Pero a diferencia de su coautor, John Rock, ella no se volvería en un nombre familiar.

Sin embargo, la historia no puede ponerse de acuerdo sobre el papel de Menkin. La han llamado muchas cosas: técnica, asistente de investigación, bióloga, doctora Menkin, señora, señorita. En cierto modo, todo es verdad.

Lo que se puede decir es que era más que una simple asistente de Rock, dice Teresa Woodruff, profesora de Obstetricia y Ginecología y jefa del Departamento de ciencias de la reproducción en la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern.

"Creo que se la puede considerar realmente igual a John Rock", agrega Woodruff. "No solo una técnica o un par de manos, como la gente ha argumentado, sino la persona intelectual que hace el trabajo".

Marsh, de la Universidad de Rutgers, está de acuerdo. "Rock era básicamente un médico clínico", dice. "Ella era una científica, con la mente de una científica, la precisión de una científica y la creencia de una científica en la importancia de seguir los protocolos".

Es difícil saber lo que Miriam Menkin podría haber logrado si su vida hubiera sido diferente, si no se hubiera casado con Valy o si hubiera recibido su doctorado. Lo que se puede decir es que su época y circunstancias la obligaron a entrar en una caja en particular.

Incluso en su cenit científico, el relato de su vida sfue el de una madre desconcertada que se topó con un gran avance. Pero uno solo tiene que mirar sus notas cuidadosas, sus protocolos rigurosos y sus bibliografías bien investigadas para ver que aquí había una científica por derecho propio.

*Rachel E Gross está escribiendo un libro para WW Norton sobre la historia de cómo los anatomistas mapearon las partes femeninas. Síguela en @rachelegross en Twitter.

Puedes leer el artículo publicado originalmente en inglés en BBC Future.


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