En balsas que bordean la costa del Océano Pacífico. A pie por brechas entre cerros, en caminatas que a veces superan 100 kilómetros. Escondidos en camiones de carga, en taxis o autobuses de pasajeros.
Es la forma como desde hace varios meses se mueven miles de migrantes centroamericanos que ingresan a México sin documentos migratorios.
Son quienes solían utilizar el tren carguero conocido como La Bestia, que debieron abandonar ante el endurecimiento de la vigilancia que aplica el gobierno mexicano en los estados de la frontera sur.
En su camino a Estados Unidos los migrantes han encontrado nuevas rutas, o usan otras que se encontraban en desuso.
Pero en todos los casos enfrentan un riesgo mayor al que tenían cuando utilizaban el ferrocarril, coinciden organizaciones civiles.
"Los están asaltando personas de la policía federal, también agentes de migración. Desde luego también delincuentes comunes, están pasando por todo eso ellos", le dice a BBC Mundo el sacerdote Alejandro Solalinde, fundador del albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca.
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"Contención migratoria"
Desde agosto del año pasado el gobierno mexicano estableció el Plan Frontera Sur, que contempla entre otras acciones reforzar la seguridad en los estados fronterizos con Guatemala.
La estrategia incluye evitar que los migrantes utilicen el tren de carga para viajar al norte, pues las autoridades consideran que eso pone en riesgo sus vidas. Sin embargo, muchos todavía utilizan este medio de transporte.
El plan también contempla operaciones para combatir a las bandas de asaltantes, así como un programa que facilite el ingreso regular de extranjeros por la frontera sur.
La estrategia se aplica fundamentalmente en los estados de Chiapas, Tabasco, Oaxaca y Quintana Roo. Oficialmente el objetivo es promover el desarrollo de la región, donde existen algunos de los municipios más pobres del país.
Sin embargo, organizaciones civiles han denunciado que en realidad el Plan Frontera Sur se ha convertido en un dique para la migración irregular.
También ha provocado que se alejen de los albergues y centros de derechos humanos, la mayoría instalados cerca de las vías del tren.
"Lejos de ser un plan para potencializar el desarrollo de la frontera sur y la seguridad, es un plan meramente de contención migratoria", le dice a BBC Mundo Alberto Xicoténcatl, de la organización Belén, Posada del Migrante de Saltillo, Coahuila, en el norte del país.
Ruta marítima
El aumento de la vigilancia no impide el flujo de migrantes, especialmente de Centroamérica que han encontrado caminos alternos al ferrocarril.
Una de las rutas es marítima. Organizaciones civiles y albergues que operan en el sur de México han detectado que los traficantes de personas –conocidos como "polleros" o "coyotes"– utilizan balsas o pequeñas embarcaciones para bordear las costas de Chiapas.
Algunas zarpan del puerto de Ocós en el Departamento de San Marcos, Guatemala, y realizan escalas en pueblos costeros de los municipios de Mazatán, Acapetahua y Tonalá, Chiapas, ya en México.
De allí siguen por el Golfo de Tehuantepec, sin alejarse mucho de la costa, hasta el puerto de Salina Cruz, en Oaxaca.
Otra ruta parte de Mazatán y de allí recorre el mar o canales intercosteros, con escalas en pueblos de Acapetahua y Tonalá hasta Salina Cruz.
A veces se detienen en playas del municipio de San Francisco Ixhuatán, Oaxaca.
De Salina Cruz los migrantes se dirigen a Ixtepec, también en Oaxaca, por donde pasa el ferrocarril que va hacia Veracruz, al este del país, y de allí siguen el viaje por tren o autobuses hasta Tamaulipas, en el noreste y frontera con Texas, Estados Unidos.
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Otros se desvían a la capital del estado, Oaxaca, y de allí siguen en autobuses de pasajeros hacia Puebla. Luego se mueven a Ciudad de México.
Es la llamada ruta tradicional, la más corta pero también peligrosa pues de acuerdo con la independiente Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en el trayecto los migrantes sufren golpes, secuestros, abusos sexuales y robos.
La ruta del Pacífico
Antes de que se estableciera el Plan Frontera Sur, muchos migrantes empezaron a utilizar la línea de ferrocarril carguero que cruza los estados ribereños al Océano Pacífico.
Es una ruta que sale de Ciudad de México, cruza los estados del centro del país y sigue por Jalisco, Sinaloa y Sonora hasta Mexicali, Baja California, al noroeste del país y fronterizo con California.
Se trata de un viejo camino, utilizado por millones de mexicanos que desde el siglo antepasado viajan a Estados Unidos.
Ahora lo usan centroamericanos que huyen de la violencia en el noreste y particularmente del cartel de narcotráfico de Los Zetas.
Pero el camino del Pacífico no está exento de riesgos. Organizaciones civiles han documentado agresiones a migrantes en Irapuato, Guanajuato, en el centro del país.
También algunos secuestros en Escuinapa y Los Mochis, Sinaloa, al noroeste.
La ruta de Altar
Para muchos migrantes que no pueden abordar el tren carguero en el sureste del país, hay pocas alternativas para viajar a Estados Unidos.
Los están asaltando personas de la policía federal, también agentes de migración. Desde luego también delincuentes comunes, están pasando por todo eso ellos
Caminar por brechas entre cerros para evadir los controles migratorios, o arriesgarse a tomar transporte público que es frecuentemente revisado por la Policía Federal y el Instituto Nacional de Migración (INM).
Algunos abordan autobuses particulares que viajan desde Chiapas hasta Tijuana, un recorrido de varios días por unos 3.000 kilómetros de carreteras.
Es un negocio irregular, pues no son empresas registradas como transportistas pero realizan varios viajes cada semana. Oficialmente son compañías de turismo.
La ruta es muy utilizada por mujeres y niños migrantes, quienes también suelen viajar en transporte público.
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A diferencia de otros caminos, quienes usan este medio suelen dirigirse a Altar, Sonora, que desde 1995 es uno de los principales puntos de cruce a Estados Unidos, primero de mexicanos y ahora de migrantes de Centroamérica.
El lugar cambió su vocación: hace 20 años era un pueblo ganadero, pero ahora los vecinos viven de los migrantes a quienes venden agua, frazadas, comida, hospedaje y hasta zapatos especiales para caminar por el desierto sin dejar huellas.