Un día, un geek de 20 años de edad puso a prueba un artilugio que había confeccionado en el ático de la casa de sus padres. El aparato funcionó y cambió el mundo.
Podría ser una historia reciente, pero ese día fue en 1885; el geek era Guillermo Marconi; su pasión, la electrónica; el artilugio era un transmisor; la casa era una mansión en Boloña y la prueba consistía en enviarle una señal en código Morse a su asistente, que se encontraba en algún lugar detrás de una loma con un recibidor y una pistola.
La pistola era para que disparara un tiro si recibía un mensaje.
Marconi marcó "…" (la letra "s" en código Morse") y, acompañado por su madre que fungía de testigo, esperó lo que le pareció una eternidad hasta que escuchó el sonido del disparo.
Un disparo que simbólicamente le dio la salida a una carrera que lo convertirían en un emprendedor, fundador de una marca global, diplomático, estrella internacional en los medios y célebre donjuán.
También parece una historia salida de Silicon Valley.
"Sí y no", le dice a BBC Mundo Marc Raboy, autor de la aplaudida biografía "Marconi: el hombre que interconectó el mundo".
"La gran diferencia es que, una vez se estableció, Marconi estaba tan adelantado que realmente era una figura singular en el desarrollo de las comunicaciones en su época. Hoy en día podemos nombrar a varias personas que comparten el honor pero, en su tiempo, él era único".
Su pasión
Al principio tenía competencia, pero -como indica Raboy- cuando logró enviar la primera señal transatlántica en 1901 "no sólo mostró que realmente no había límite para lo que se podía hacer con la radiotelegrafía inalámbrica, sino también que él tenía un monopolio global".
Durante los siguientes 20 años, mantuvo su lugar como la persona dominante en ese campo.
Para Raboy, quien por supuesto dedicó mucho tiempo a conocer al protagonista de su libro, Marconi no era un genio, como algunos lo califican, sino una persona con mucho empeño.
"Tuvo una idea original y estaba decidido a seguir trabajándola. Y lo hizo toda su vida. La idea era usar el espectro radial, las ondas electromagnéticas, para la comunicación a larga distancia, inalámbrica, móvil. Se la pasó desarrollándolas, superando la distancia, usando menos electricidad, etc., etc.".
La compañía que controlaba se convirtió en el instrumento que le permitió continuar con sus investigaciones.
"Es interesante que cuando era joven lo que quería era interesar a algún gobierno en lo que estaba haciendo. Estaba dispuesto a venderle su invento a la oficina de correo británica pero su familia lo convenció de mantener el control de la patente en sus manos y fundar su propia compañía".
Aceptó el consejo pues "a él lo único que le importaba era 'qué me va a permitir continuar con mi investigación y controlar la tecnología'".
Comunicaciones para todos
La compañía, Wireless Telegraph and Signal Company, fue fundada en Londres en 1897 y Marconi quedó en control de su comité de dirección cuando tenía apenas 24 años.
Si bien su obsesión era desarrollar aparatos que facilitaran la comunicación, la manera en que se usaban no le concernía tanto.
Su compañía ayudaba a los gobiernos europeos en sus aventuras coloniales, supliendo a sus ejércitos con sistemas inalámbricos y operadores y, aunque a menudo hablaba de que cómo sus productos eran una herramienta para la paz, en conflictos armados le ofrecía sus servicios a ambas partes.
Pero eso todavía se parece a los dilemas actuales: sigue siendo difícil culpar al medio por el mensaje que transmite quien lo utiliza.
Lo que le interesaba a Marconi era seguir desarrollando el campo de las comunicaciones de la manera en la que le parecía apropiada y "otra cosa que le permitió hacer lo que quería era que estaba dispuesto y capacitado para trabajar con todo tipo de gobiernos".
El poder le atraía y él mismo provenía de una familia que lo ejercía: su padre era un aristócrata italiano y su madre, hija de un noble irlandés.
Así que tenía todas las aptitudes para moverse con comodidad en esos círculos.
"Pero, claro, al final de su vida eso se tornó muy problemático pues amarró su destino al de Benito Mussolini y el régimen fascista", cuenta Raboy.
Il Duce
Marconi se enroló al Partido Fascista Italiano en 1923 y aceptó la presidencia honoraria del brazo británico del partido, para la que organizó una "gala de camisas negras" en el hotel Savoy, que incluyó una comunicación inalámbrica con Roma a medianoche para que los invitados pudieran ser saludados personalmente por Il Duce.
"Yo no creo que le gustara particularmente Mussolini, pero le gustaba el poder. Sin embargo, en el momento en el que su movimiento político surgió, Marconi era un buen candidato para esa filosofía, particularmente el nacionalismo", señala Raboy.
"Había vivido en Reino Unido por varios años y observado que algunos de los grandes poderes de la época menospreciaban a Italia. Cuando Mussolini empezó, parte de su plan era restaurar el lugar de Italia en el escenario político mundial y reclamar lo que no le habían concedido después de la Primera Guerra Mundial".
Marconi había sido parte de la delegación de Italia en la Conferencia de Paz en París, la reunión en 1919 de los Aliados después del armisticio para acordar las condiciones de paz, y por ende testigo de las dificultades con las que se encontró su país para conseguir lo que deseaba.
"Logros titánicos de un genio infalible"
Además de patriotismo, había otro aspecto de Il Duce que lo sedujo.
"Le atraía la idea de que no fuera parte del establishment ni tenía una larga carrera política".
Mussolini, feliz de poder contar con tan adulado partidario, lo nombró presidente del consejo nacional de investigación y de la Real Academia Italiana, tornándolo en un miembro de oficio del Gran Concejo del Fascismo.
Marconi por su parte, aplaudió el asalto colonialista de Mussolini a Etiopía, aunque la campaña violó el pacto de la Liga de las Naciones y utilizó armas químicas, ejecutó a los prisioneros y se valió de una política de terror y exterminación contra la población nativa.
En el Senado italiano, del que era miembro vitalicio, alabó los logros "titánicos del genio infalible de Mussolini".
"Fue la única vez en su vida en que se unió a un partido político. Fue más allá: formó parte del aparato de gobierno", señala Raboy.
En su entierro, en 1937, la corona de flores más grande, adornada con la swastika, era la de Adolfo Hitler.