BBC Mundo visitó a los que viven y trabajan en el nombrado oficialmente "Corredor étnico" de migrantes de El Salvador.
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Son unos dos kilómetros en el corazón de Los Ángeles donde los inmigrantes de El Salvador han marcado terreno, entre carteles de pupuserías que venden la tortilla rellena típica, banderas blanquicelestes y referencias a "Mi Pulgarcito", como apodan al pequeño país centroamericano que dejaron atrás para viajar hacia Estados Unidos.
Cuando Sonia Zaldívar llegó, hace 28 años, nadie le dio la bienvenida en su idioma en esta zona, que estaba ocupada mayoritariamente por afroamericanos y mexicanos.
"Aquí no había mucho, yo decidí instalarme con mi negocio y de a poco fueron más y más compatriotas, escapando de la guerra civil que tuvimos allá en los (años) ‘80″, dice la salvadoreña a BBC Mundo, desde su oficina de asesoramiento legal que funciona en la planta alta de un pequeño centro comercial.
Muchos de aquellos refugiados se quedaron y les siguieron otras oleadas de migrantes: hoy se estima que los salvadoreños de Los Ángeles son más de 350.000, según datos del censo estadounidense, y suman casi un millón solamente en el estado de California.
Y en la calle donde hizo pie Zaldívar, una avenida ajetreada y ruidosa llamada Vermont, tienen ahora un flamante barrio propio: el gobierno angelino ha reconocido al "Corredor comunitario de El Salvador" entre sus variados enclaves étnicos, que van desde Koreatown a la Pequeña Armenia, el rincón etíope o el Pueblo Filipino.
"Lo más importante que queremos hacer desde aquí es cambiar la imagen, mostrar que no somos la Mara Salvatrucha sino gente emprendedora y trabajadora", opina la abogada, que es una de las integrantes del comité empresarial que impulsó el reconocimiento del primer vecindario salvadoreño "oficial" en la ciudad.
Negocios al frente
La denominación del barrio está en banderines sobre los postes de luz, fresca en murales recién pintados, en folletos y calcomanías que se reparten para promocionar la causa: "Yo apoyo el corredor comunitario salvadoreño", rezan.
"Es conveniente estar aquí porque vienen muchos que saben que consiguen productos del país, ropas típicas, artesanías. Incluso si no compran vienen a charlar"
Nubia Aguirre, comerciante del Corredor salvadoreño
La próxima meta, dicen, es lograr un cartel verde de esos que indican la salida más cercana desde las autopistas, como tienen los demás vecindarios étnicos.
Para una comunidad que crece sin pausa –el censo dice que hay 1,8 millones de salvadoreños en Estados Unidos; extraoficialmente se habla de al menos 2,5 millones con aquellos que no han sido censados-, no se trata sólo de un nombre para adornar las calles: es parte de una estrategia para fortalecer los negocios en la zona y permitir la llegada de nuevos inversores y comerciantes.
Tienen un ejemplo vivo apenas unas calles más al norte: Koreatown, con sus avisos publicitarios y marquesinas en caracteres hangul y sus servicios a medida de la comunidad surcoreana, es uno de los vecindarios de minorías más extendido y reconocible.
"Ellos tienen sus propios bancos, sus propias compañías financieras y son súper unidos entre ellos, algo que entre latinos no existe", señala Zaldívar.
Así fue que comenzaron a pelear por un territorio donde mostrarse como comunidad con identidad propia y distinguirse de otros grupos de centroamericanos y de los mexicanos que son mayoría entre los latinos de la costa oeste.
Juntos es mejor
Entre los 80 negocios y casi 30 restaurantes a lo largo de 2,3 kilómetros de Corredor, hay muchos recién llegados.
"Es conveniente estar aquí porque vienen muchos que saben que consiguen productos del país, ropas típicas, artesanías. Incluso si no compran vienen a charlar", dice a BBC Mundo Nubia Aguirre, desde su local de "ropa nueva para toda la familia", según lo promociona, inaugurado hace cuatro meses.
"Lo que ayuda mucho es el asesoramiento que uno recibe de otros pequeños empresarios que han pasado por lo mismo", apunta Noemí Muñoz, asesora impositiva que mudó su negocio aquí y lo vio crecer 28% el año pasado, según dice.
Más allá de la compraventa, el Corredor es aprovechado como espacio para mostrar la cultura salvadoreña, una de las metas propuestas por el comité de empresarios para lograr la aprobación gubernamental.
A la inauguración de murales callejeros se ha sumado la denominación de una Esquina Oscar Romero -en homenaje al obispo defensor de los derechos humanos asesinado en 1980 en San Salvador- y la apertura de un centro cultural para dar espacio a artistas plásticos y ferias de libros.
A Mártir Benítez Espinal, que trabaja en el sector de la construcción, le toca hacer su aporte desde el fútbol: se dedica a entrenar jóvenes aficionados, con lo que aprendió como hincha confeso del Deportivo Alianza de su país.
"Es muy fácil crecer como comunidad en cantidad, pero no tan fácil hacerlo como comunidad unida. Quienes tenemos más experiencia como líderes tenemos que ser los que impulsemos ese paso. A eso ayuda esta oficialización del Corredor", dice el hombre, que trabaja en grupos locales desde hace tres décadas.
Pero no todos…
"Es muy fácil crecer como comunidad en cantidad, pero no tan fácil hacerlo como comunidad unida. A eso ayuda esta oficialización del Corredor"
Mártir Benítez Espinal, inmigrante salvadoreño
Sin embargo, no todo es armonía en torno al Corredor: dentro de la misma comunidad reconocen que distintas organizaciones de salvadoreños se disputan la titularidad cuando se trata de organizar eventos en nombre de todo un país.
Así, el Día del Salvadoreño, en agosto, se celebró en al menos tres sitios distintos, a la vez que circula un proyecto de crear un más genérico "Distrito Centroamericano" muy cerca del de la avenida Vermont.
"Es feo decirlo pero lamentablemente entre nosotros no hay una unión, como hermanos que somos", señala a BBC Mundo Ana Griselda Rivera, empleada en uno de los restaurantes de comida típica del Corredor.
A ello se suma la abrumadora presencia de coreano-estadounidenses en las inmediaciones: Koreatown se expande y para los salvadoreños es clave encontrar una manera de trabajar en conjunto con los vecinos.
"Nos tocó pelear esta zona, pero ellos son personas que saben perder y legalmente vieron que esta zona no es era asignada. Ahora estamos en buenas relaciones, de hecho somos la única organización a la que invitan a participar en su desfile anual. Tienen mucho poder como comunidad y mucho dinero: tenemos que aprender a convivir para crecer", señala Zaldívar.