El Valle Kou, en Burkina Faso, es una de las zonas más fértiles del país. Es tierra de exuberantes campos de arroz, ondulantes colinas y un río serpenteante.
Pero por décadas permaneció vacío. Sus habitantes tenían demasiado miedo para cultivar ahí.
Lo que los mantenía alejados, y a muchos más de las cuencas de ríos en toda África, es la ceguera de los ríos (oncocercosis), una enfermedad transmitida por la mosca negra, un pequeño insecto que se cría en las aguas de corrientes rápidas.
Una leyenda de Burkina Faso sostiene que si vives muy cerca del río Kou, éste te comerá los ojos.
Tras grandes esfuerzos de prevención desde 1970, la enfermedad es casi una cuestión del pasado en este país africano.
Sus residentes han recuperado la tierra y ya son pocos quienes recuerdan cuando la gente quedaba ciega por la enfermedad.
Se estima que para 2025 la oncocercosis quedará erradicada del planeta.
Los esfuerzos se están desplazando de la prevención a la vigilancia debido a que, a pesar de que la enfermedad ha desaparecido en algunos países, las moscas no y el temor de un recrudecimiento permanece.
En Bodadougou, un pintoresco pueblo al borde del río Comoue, conocí a Yacouba y Harouna, dos residentes, así como a Koala Lassane, un entomólogo de la Universidad de Ouagadougou, la capital de Burkina Faso.
Atrapa moscas
Nos vamos de caza de moscas.
En la medida que pasamos por árboles de mango y campos de mijo, Koala explica que la razón por la que la vigilancia se centra en las moscas se debe a que es muy difícil detectar la enfermedad en humanos cuando está en una etapa temprana. En las moscas negras aparece sistemáticamente.
En pueblos como Bodadougou se recogen los insectos y se envían para examinar. El método de captura es inusual: estos insectos deben estar vivos y completos, por lo que se debe hacer a mano y usando a humanos como carnada.
Koala es responsable del entrenamiento, supervisando y pagando a los atrapamoscas locales.
Llegamos a la orilla de Comoue, y el lugar es idílico; verde, soleado, con un suave sonido del agua corriente, básicamente el lugar perfecto para la reproducción de moscas negras.
"¿La mordida duele?, pregunto medio en broma a Koala. "Lo sabrás pronto", responde impávido.
Yacouba y Harouna empiezan a pasear en busca del lugar perfecto para cazar.
Traen unas sillas de madera y en seguida se sientan. Yo acompaño a Koala.
Vi a Yacouba enrollar las mangas del pantalón y desempacar una carga de tubos de plástico en frente de él.
Tomó uno, lo abrió y esperó mientras se miraba las piernas.
En la medida que las moscas se posaban en sus piernas, Yacouba las metía en el tubo.
Tiene que ser rápido, pues estos insectos pican en cuestión de 10 segundos de hacer contacto con la piel, y a pesar de su pequeño tamaño -menos de un milímetro- son feroces.
"En el momento álgido de la temporada de mosquitos, sólo puedes usar una pierna, a veces sólo un pie", explica Koala.
Los atrapamoscas tienen jornadas de trabajo de 12 horas, alternando la caza con la preparación de muestras.
Contando moscas
MDSC, el laboratorio de pruebas en Ouagadougou, es uno de los tres laboratorios en el mundo capaces de hacer este trabajo. Se requiere de 9.000 moscas por lugar, preparadas en muestras de 300.
Una vez en el laboratorio, se secan, congelan y decapitan a las moscas. También se cuentan a mano, se muelen y se mezclan para los exámenes.
Es un trabajo meticuloso y concienzudo, pero los resultados son cruciales para establecer si la oncocercosis sigue a raya.
El doctor Laurent Toe, director del laboratorio, parece no inmutarse por la tarea mientras hace cuentas. "9.000 moscas por lugar, diez sitios por país, siete países hasta ahora, eso son… 630.000 moscas al año. Algunas veces sube al millón".
En la medida en que más países africanos avanzan hacia la eliminación de la enfermedad, en el MDSC saben que hay cientos de miles más de moscas esperando a ser examinadas.
Toe explica que están viendo formas de mecanizar el proceso de conteo. También están intentando desarrollar trampas debido a la preocupación ética de usar atrapamoscas como Yacouba y Harouna.
"Somos pueblerinos, así que el dinero nos ayuda en la temporada de vacas flacas. Pero lo que realmente queremos es deshacernos de la oncocercosis, para siempre", señala Yacouba.