Creo que me estoy ganando la reputación de ser un excéntrico. Al final de la calle donde se encuentra la oficina de la BBC en París, en la esquina de la avenida de los Campos Elíseos, alguien obtuvo recientemente la autorización para montar un negocio callejero que hace hervir mi sangre.

Cada mañana hay tres o cuatro coches convertibles de colores brillantes y ultracaros –Lamborettis o Maserghinis o algo así– con las palabras "Condúceme" pintadas en los laterales.

Unos individuos con estilo rapero se pasean alrededor de ellos con vestimenta que lleva el logo "Dream on Board" ("Sueñe a bordo"). (¿Puede imaginar un lema más feo y aburrido que "Sueñe a bordo"?).

De todos modos, es evidente que es efectivo, pues constantemente hay turistas alrededor tomándose fotos frente a estos chillones tótems de la ostentación extrema. Ocasionalmente algunos de ellos pagan 90 euros (unos US$120) para dar unas vueltas a la manzana supervisados muy de cerca.

Entonces, ¿por qué me estoy convirtiendo en el excéntrico de la zona? Debido a que cada mañana cuando paso en bicibleta no puedo dejar de rechinar los dientes, gruñir, un poco al estilo de Clint Eastwood en la película Gran Torino, y murmurar, no muy sotto voce, frases patéticas como "¡No es más que un coche!" hacia los embobados turistas y engreídos cuidadores que, al escucharme, me miran con completa perplejidad. ¿En qué planeta está?, es la actitud generalizada.

Pero, para mí, "Dream on Board" es el moderno Champs-Élysées: vulgar y sin estilo, caro pero pasado de moda.

Visión falsa

Hace uno o dos años vi una larga fila de personas fuera de una elegante construcción de principios del siglo XIX cerca de la avenida Montaigne. ¡Ajá!, pensé. Tal vez una nueva galería. O algún rico filántropo abrió las puertas de su mansión para las masas.

Avenida de los Campos Elíseos

"Les aseguro que la mayoría de los parisinos se sienten exactamente de la misma forma", asegura este corresponsal de la BBC.

Pero no, este hotel particulier (mansión o palacete) había sido adquirido por una muy conocida empresa estadounidense de ropa, y hasta el día de hoy las colas de los compradores (algunos de ellos, curiosamente, estadounidenses) aún dan la vuelta a la manzana, mientras que chicos narcisistas les dan la bienvenida, convirtiendo la vanidad en una forma de arte, posando junto a extasiadas jóvenes de Colombia y Taiwán.

Para que no tomen esto como el disperso discurso de un xenófobo amargado, les aseguro que la mayoría de los parisinos se sienten exactamente de la misma forma.

La mayoría no va a los Campos Elíseos, salvo quizá en Navidad para ver las luces. Saben que está atestado de gente, es estresante y demasiado caro: esencialmente un lugar para que la gente que no es de la ciudad tenga una visión de un París imaginario que en realidad no existe.

De hecho, es ya un clásico en la BBC que si uno quiere atravesar ese esencial ritual periodístico conocido como el "vox pop" (entrevistas a la gente en la vía pública), lo que no se debe hacer es ir a la calle más famosa de París. ¿Por qué? Porque resulta casi imposible encontrar a un francés en Champs-Élysées.

Dormido en sus laureles

Avenida de los Campos Elíseos

La avenida va desde el Arco del Triunfo hasta la Plaza de la Concordia.

Alguien que sé que está de acuerdo conmigo es Florian Anselme, autor de un libro llamado "La vida oculta de los Campos Elíseos". Se lamentó conmigo por la pérdida del viejo Champs-Élysées, donde los parisinos venían a flaner: pasear bajo los árboles, tomar un café, reunirse con amigos, mirar las vidrieras de las tiendas de lujo. Todo bastante encantador y francés.

Hace 30 años, dijo, cuando Jacques Chirac era alcalde, todo empezó a cambiar. Llegaron las grandes marcas. Los árabes del Golfo comenzaron a comprar propiedades. Los paseantes empezaron a alejarse.

Y lo que dejaron también es, en parte, cada vez más insalubre. La Rue de Ponthieu, por ejemplo, un calle lateral de los Campos Elíseos, aunque mantiene su romántico nombre, ahora tiene varios clubes nocturnos preferidos por futbolistas, los ricos en drogas de los suburbios y las mujeres de compañía.

Trasladado al París moderno, el caricaturista William Hogarth podría haber hecho un dibujo maravilloso allí sobre los males de la cocaína, la violencia y la música electrónica a un volumen muy alto. La joven que vi orinar en la calle a las 7 de la mañána el domingo pasado probablemente habría aparecido.

Todo es una gran pena, porque Champs-Élysée es en su concepción una pieza majestuosa del urbanismo. La larga vista sigue siendo impresionante y, la parte inferior, donde están los jardines, se mantiene prácticamente sin cambios. Pero durante demasiado tiempo se durmió en los laureles.

Hoy, si alguien que llega a París por primera vez y me pregunta a dónde debería ir, mi consejo es claro. Ama el Louvre. Maravíllate en el barrio del Marais. Regocígate en la Ile de la Cité. Llénate con la Torre Eiffel. Pero como Lewis Carroll dijo del "frumious Bandersnatch" ("frumioso Magnapresa"): evita los Campos Elíseos.