La fiesta olímpica entra en su última semana pero Londres sigue de fiesta.
A lo largo de estos días hemos estado compartiendo con ustedes el aire que se respira en la ciudad a través de la visión de los periodistas de BBC Mundo (y algunos invitados).
Desde el principio, nuestras crónicas buscan darles una visión más personal de lo que significa estar en la sede de los Juegos Olímpicos.
¡Sígannos acompañándonos, cada día vendrán nuevas anécdotas!
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Toallas para todos – 12/08/12

Las rutas exlcusivas para los Juegos han funcionado de forma ejemplar.
Uno de los daños colaterales de los Olímpicos pudo haber sido la falta de… ¡toallas!
En el gimnasio al que voy regularmente hay un cartel advirtiendo que debido a los Juegos no pueden garantizar que el despacho llegará a tiempo.
Como tantos otros en Londres –yo incluida-, sus administradores creyeron que el caos que muchos predijeron para la ciudad se haría realidad:
El tráfico sería imposible, necesitaríamos horas para llegar de un lugar a otro, la rutina se vería alterada.
Pero no ha sido así. Más bien lo contrario.
Las calles han tenido un flujo agradable, cada mañana encontré asiento en el metro –lo que raramente sucede en otras épocas del año- y felizmente en el gimnasio siempre hay toallas.
Tantas que si me lavo el pelo puedo darme el lujo de usar dos.
Mamá, quiero uno de esos – 11/08/12

El mini Mini Cooper es una de las atracciones del estadio olímpico.
Salí del estadio olímpico insatisfecho. Quiero un juguete nuevo. Quiero un Mini Cooper mini –sí, más mini que un Mini Cooper– como el que estaban usando para trasladar las jabalinas de un lado a otro del estadio durante las rondas clasificatorias que vi el miércoles.
Este sábado es la final, y ahí estará, otra vez, mi juguete.
¿Qué tengo que hacer para obtenerlo? Convertirme en un experto en conducción de vehículos no tripulados y convencer a la BMW, dueña de Mini Cooper, de que me deje manejar tan preciada joya. Con eso, sería uno de ellos: unos los dos afortunados jóvenes que se sientan a un lado de la zona de competencia del estadio olímpico y manejan con controles remotos los carritos encargados de llevar y traer los martillos, discos y jabalinas que lanzan los atletas. No es tarea fácil.
Y es que tiene sentido. ¿Cómo traer, por ejemplo, una jabalina de 2,5 metros de longitud (2,3 en mujeres) y 800 gramos de peso (600 para las damas) que lanzan los atletas a 98.5 metros de distancia (el record para mujeres es 72.2)? ¿Y después otra, y otra, y otra?
La pregunta es cómo lo hacían antes. ¿Acaso era un caddie corriendo de un lado al otro de la cancha cargando un disco de casi tres kilos? En Pekín y Atenas -así como en los mundiales de atletismo- también se usaron carros miniatura. Pero esos no eran Mini Cooper: son como un lego que no es Lego. No valen.
Ahora bien: estamos en Londres. Es razonable que sea un Mini Cooper, un carro típico de la cultura. Pero habría sido sorprendente que el Mini Cooper hubiese llegado al final de los Juegos Olímpicos sin ser víctima del escepticismo inglés, que es, también, un deporte nacional en estas tierras. En efecto, se ha dicho que el Mini Cooper viola las reglas del Comité Olímpico que prohíben la publicidad no pagada en los Juegos.
Hay tres de estos carros controlables por radio rodando por los escenarios de Stratford. Con motor de diesel, los Minis son un cuarto del tamaño de uno normal. Los martillos, jabalinas y discos que trasportan se ponen sobre su techo corredizo.
No veo que mini Mini esté a la venta en el catálogo de Hamleys, la juguetería londinense.
Mucho ruido y poco caos – 10/08/12
Los pesimistas predijeron un caos. Dijeron que el transporte público no se iba a dar abasto, que las calles del centro de Londres estarían intransitables y que todos llegaríamos tarde a todos lados. ¡Pánico!
Si bien es cierto que algunas líneas del metro presentaron retrasos durante las Olimpiadas y que algunos autobuses se quedaron detenidos en el tráfico, mi experiencia al desplazarme por la ciudad a través del transporte público no fue traumatizante.
Realmente no viví nada diferente a las sorpresas que el underground nos trae los 365 días del año.
A pocos días de que se clausuren los Juegos de Londres 2012, decidí dar un paseo por el centro.
Usé el metro, los buses y mis pies. Me bajé en Charing Cross, la estación de metro perfecta para visitar la emblemática Plaza de Trafalgar; bajé por White Hall, la calle donde se encuentran los ministerios británicos; y llegué al Big Ben.
Crucé la calle y me senté en la grama de la Plaza del Parlamento. En compañía de decenas de personas y bajo la mirada vigilante de las estatuas de Winston Churchill y de Nelson Mandela, aprecié esta instalación llamada House of Flags.
Como su nombre lo indica, esta obra está compuesta por 206 paneles que representan las banderas de las naciones que participan en las Olimpiadas y en los Paraolímpicos.
Este es un buen recordatorio de que la fiesta deportiva no se ha acabado… El turno de lucirse es ahora de los atletas paralímpicos.
Apoyo hasta el final – 09/08/12
De lejos se escuchaban las campanadas sin cesar de la catedral de San Pablo en el centro de Londres, anunciando la inminencia de una ocasión inigualable.
Bajo la lluvia todos se apuraban. Nadie quería perderse uno de los pocos eventos deportivos en que los Juegos desbordan a las calles. No hacía falta una entrada, apenas encontrar un buen lugar en alguno de los puntos de la ruta para alentar a las corredoras de la maratón femenina.
La catedral que sobrevivió a las llamas durante los bombardeos de Londres se transformó en un escenario para otra muestra de la fuerza del espíritu humano, mientras las atletas desfilaban, algunas en pelotón, otras solas, con sus cuerpos magros y musculares. Tiki Gelana, la etíope que se llevó el oro, con 1,65 de altura y 48 kilos de peso, completó la prueba en 2 horas, 23 min y 7 segundos.
Seguramente fue un día de grandes emociones en Bekoji, el pueblo de apenas 17.000 habitantes que ha producido seis campeones mundiales y cinco oros olímpicos, todos entrenados por un ex maestro de escuela. Y el secreto, según aseguran, es entrenar a más de 3.000 metros de altura. Quien pueda correr en esas condiciones de oxígeno reducido podrá competir en cualquier parte.
Pero las campanadas también enmarcaron otras victorias que no llegaron a los titulares. Más de media hora después de las medallistas llegaron a la meta Juventina Napoleao de la pequeña nación de Timor Este, en el lugar 106, y Caitrona Jennings, de Irlanda, en el 107.
El público permaneció fiel para alentar hasta la última corredora. Más allá de la comercialización de los Juegos, las Olimpíadas tienen muchos rostros, desde los medallistas hasta Napoleao o Jennings, desde Diana Gould, la señora que con cien años aún organiza clases de gimnasia y llevó la antorcha durante su recorrido en Londres, hasta Oli, el portero de la BBC oriundo de Nigeria que me contó orgulloso de su esfuerzo para dar un legado "inolvidable" a sus tres hijos: entradas para asistir en el increíble Centro Acuático a las competencias de natación.
Ocasiones personales e inigualables, dignas de las campanadas de la catedral símbolo de la capital británica.
La alegría de dirigir – 08/08/12
Son más de 70 mil y sin ellos los Olímpicos no sería ni la mitad de la fiesta que han sido.
Los voluntarios han hecho de Londres 2012 un éxito. Con una alegría y una buena onda encomiables.
A mí, por ejemplo, me tocó ser guiada a la salida del 02, la sede de la gimnasia, por un conjunto de chicas cantoras.
Vean en este video cómo nos indicaban que para ir a los buses y el metro había que seguir por la derecha y para ir hacia otras partes había que tomar la izquierda.
Y no se pierdan el beso final.
Hola, bienvenido, adiós – 08/08/12

"¡Bienvenidos al Parque Olímpico!"
Hola. Los expertos en enseñanza dicen que la repetición es fundamental para el aprendizaje. A más repetición, más posibilidad de que se retengan los contenidos.
Así que lo que me quedó más grabado en la memoria tras mi visita al parque Olímpico de Londres fueron tres palabras: hola, bienvenido y adiós. Y es que las escuché infinidad de veces, hasta el hartazgo.
Cada pocos metros, durante todo el camino desde la estación de metro de Stratford hasta el acceso al parque, había voluntarios cuya principal función era sin lugar a dudas dar una cálida acogida al visitante: "hola", 20 metros de caminata, "hola, bienvenido", otros 30 metros, "hola, hola", y otro tanto más, "bienvenido". Así, decenas de veces; algunas, por si no había quedado claro, con megáfono.
También daban una mano cuando uno necesitaba orientación, hay que reconocer. Pero la tarea que recibía más tiempo y esmero era el saludo.
A la salida, otra vez lo mismo, pero para despedirse. Durante una media hora de caminata hacia otra estación, West Ham (es que Stratford estaba a reventar), decenas de voluntarios batían sus manos con una sonrisa y un cálido "bye, bye" o a veces un formal "good bye". En fin, adiós.
(Ah, por cierto: lo que había ido a ver era atletismo, pero de eso ya mucho no me acuerdo.)
Dentro de la familia olímpica – 07/08/12

María Adela Pérez, presidenta de la Federación Venezolana de Vela, junto a dos médicos de la delegación venezolana sentados en la feria de comida.
Vivo en Streatham, un distrito ubicado en el sur de Londres. Desde que comenzaron los Juegos Olímpicos ha estado bastante tranquilo… Demasiado, diría yo.
Un día, mientras caminaba, me pareció que las Olimpiadas estaban pasando inadvertidas en mi vecindario. El paso de un autobús de dos pisos con una foto de Usain Bolt me hizo recordar que la ciudad vive un momento realmente histórico.
Quizás la indiferencia se deba a que estamos alejados de los principales escenarios de la justa olímpica.
Por eso decidí irme al epicentro de Londres 2012: Stratford, en el este de la capital. Desde que salí de la estación de metro, la fiesta de colores, banderas y nacionalidades me envolvió.
Decenas de voluntarios nos guiaban para evitar aglomeraciones. Nos separaron en dos grupos: los que tenían entradas para ingresar al Parque Olímpico y los que no.
Con nostalgia vi avanzar a los afortunados que tenían boletas. A lo lejos vi el estadio olímpico y la villa olímpica. Me quedé y seguí al resto de "desafortunados" hacia Westfield Stratford City.
Pensé en dar unas vueltas para conocer este centro comercial que abrió sus puertas en septiembre de 2011. "Después -me dije- me iré a casa a seguir disfrutando los juegos desde el sofá, en mi tranquila Streatham".

Estos atletas de España (Izq.) me dieron su mejor pose, mientras que dos basquetbolistas croatas (Der.) sonrieron al ver mi cámara.
Apenas empecé a caminar las vitrinas, las tiendas, las ofertas, todo pasó a un segundo plano. La principal atracción eran las decenas de atletas y miembros de delegaciones de diferentes países que decidieron ir de compras, a pasear o a comer allí.
Los supuestos desafortunados nos armamos con nuestras cámaras para fotografiar a los atletas que, vestidos con sus uniformes, se cruzaban con la gente, sonreían, posaban, compraban. Vi representantes de Malasia, Corea del Sur, Francia, Japón, Australia, China, Croacia, España, Serbia, Sudáfrica, Alemania, Venezuela, Colombia, Italia, Zimbabue, Trinidad y Tobago, Brasil…
Fue un desfile espectacular. No recuerdo cuántas horas pasaron. Sólo sé que me sentí entre la crema y nata de la familia olímpica. La afortunada ahora era yo.
Silencio – 06/08/12
Los diccionarios bien podrían cambiar su definición de silencio. El más atronador lo escuché en esos segundos luego del "En sus marcas", cuando los ocho hombres más veloces del planeta colocan sus pies en los tacos, y piensan vaya uno a saber qué.
Hay 80.000 privilegiados en el estadio. Hay medio planeta pendiente de 100 metros. Y en el este de Londres uno dimensiona una nueva acepción de la falta de ruido.
La excitación desborda a la gente, la cámara muestra uno por uno a los corredores. Llega Bolt. La estrella. El rayo. Arden las gargantas y arden los flashes. Una divinidad en unos Juegos terrenales, un súper hombre compitiendo con mortales.
Y luego ya no es momento de respirar. Van a largar y es momento de contener el aire. No se escucha nada. Ni una exhalación. Asusta.
Impresiona darse cuenta que uno también está dejando de respirar. Hay un estadio paralizado.
(Salvo por un innombrable que lanza detrás de los corredores una botella de plástico, desde lejos pocos los advierten. De cerca, una yudoca holandesa, bronce la semana pasada, lo ve y lo ataca. Cae y la policía lo detiene. No miento, véanlo en la foto).
El aire sigue dentro. Se cuela rápido un pensamiento: estoy acá. ¡Y largan! Desde la otra punta del estadio, uno los ve volar antes de que llegue el sonido del tiro de largada. Explotan las tribunas, las gargantas y las cámaras.
Y es Bolt otra vez. Un rayo, y un silencio, único.
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