Mientras el gobierno del coronel Muamar Gadafi colapsaba, me encontré con Salá al Margani en la recién liberada prisión de Abú Salim.

Entonces era un abogado de Derechos Humanos más bien callado, pero determinado, que supervisaba a un grupo de sudorosos y polvorientos jóvenes, abogados como él, que estaban tratando de salvar los registros de la cárcel.

Eran pilas de documentos, fotografías, vídeos y cintas de audio amontonadas en cajas de frutas y que iban metiendo en un camión.

Trabajaban a toda prisa porque los partidarios de Gadafi ya habían estado en la prisión y le habían pegado fuego a los archivos. Salá y sus colegas no querían que se perdiera todo.

Al Margani es ahora ministro de Justicia. Cuando habla de lo duro que ha sido intentar cambiar Libia para mejor se emociona visiblemente.

Como en los viejos tiempos

Cuando se manifestó contra la ilegal y a veces brutal detención de los prisioneros por milicias armadas, hombres armados ocuparon su ministerio y lo echaron.

Su mayor temor, como el de muchos de los que compartían la esperanza en derrocar al coronel Gadafi, es que las costumbres de los viejos tiempos no hayan sido erradicadas y que permanezcan vivas en parte de las milicias.

Ministro de Justicia

Para el ministro de Justicia, el futuro depende de la seguridad.

"Todavía tengo esperanzas", dice. "Creo que fracasamos a la hora de mostrarle a los libios lo difícil que sería gestionar la caída de una revolución que había provocado miles de muertes, desaparecidos y violaciones. Me preocupa que no estemos enfrentándonos a los verdaderos problemas con valor".

En Libia el poder todavía viene de los cañones de las armas de milicias rivales. El país carece de un gobierno verdaderamente efectivo.

Milicias armadas son el poder real. Son desde antiguos revolucionarios a criminales, pasando por miembros de Al Qaeda. Algunos han alcanzado campos petrolíferos clave. Otros dan apoyo a los que han puesto en marcha una entidad autónoma en el este del país.

En los últimos diez días, Tripoli ha sufrido su peor ola de violencia desde la caída de Gadafi. Milicias se enfrentan en tiroteos, y pueden llegar a disparar a civiles cuando protestan. Muchos han resultado muertos.

El primer ministro libio, Ali Zeidan, hizo un llamamiento de ayuda internacional para desarmar a las milicias si no entregan voluntariamente sus armas.

Zeidan dijo que si los libios querían un país civilizado, tendrían que pedir a las milicias que entreguen sus armas.

"Vivimos encañonados"

El problema es que las milicias no responden a requerimientos educados. Varios intentos de integrar milicianos en el nuevo ejército han fracasado o tenido un éxito muy limitado. Hace semanas, Zeidan fue secuestrado por una milicia. Fue liberado a las pocas horas. Otros menos influyentes no tienen tanta suerte.

"Yo soy la víctima. Debería ser el primero en vengarme de los que nos torturaron. Pero la tortura sólo engendra tortura, la venganza engendra venganza"

Alí Alekermi, 30 años prisionero político

Un hombre que prefirió no dar su nombre por temor a represalias habló del secuestro de su hijo por una milicia.

"Los problemas que tenemos ahora no existían en los tiempos de Gadafi. Las milicias, la proliferación de armas, la falta de respeto. Vivimos encañonados", dijo.

"Caminas con miedo, sales de casa con miedo, vuelves a casa con miedo. No estás seguro en la calle. No hay justicia, sólo el gobierno de las milicias. Implementan sus propias leyes y son jueces y jurado y todo".

Se informa frecuentemente de bombas, secuestros y asesinatos desde la segunda ciudad libia, Bengasi. Trípoli es más tranquila, la mayor parte del tiempo, pero es una especie de calma chicha.

Lo que está pasando en Libia alarma a Ali Alekermi, que pasó 30 años como prisionero político. Me enseñó la celda en Abú Salim en que pasó 11 años.

Cuenta cómo las ratas salían por las tuberías del lavabo, lo sofocante que era el calor en verano y lo frío que era en invierno. Cada día temía que lo iban a matar.

Pese a que se dejó lo que llama los mejores años de su vida en prisión, Alekermi es de los que llama a una reconciliación nacional.

Protestas en Libia

La presencia de milicias en Trípoli ha desatado protestas.

Alekermi es el presidente de la Asociación Libia de Prisioneros de Opinión y muchos de sus antiguos compañeros de celda sienten lo mismo: quieren justicia pero temen que la sed de venganza esté destruyendo las posibilidades de Libia de constituirse en estado de Derecho.

"Yo soy la víctima. Debería ser el primero en vengarme de los que nos torturaron. Pero la tortura sólo engendra tortura, la venganza engendra venganza", dijo con los ojos llenándosele de lágrimas.

"Por supuesto, es porque estoy pensando en mis hijos e hijas. Tienen que vivir en un país en orden, ellos tienen que vivir pacíficamente".

Sed de venganza

Pero muchos libios sí quieren venganza.

Tal vez si el coronel Gadafi hubiera sido arrestado y llevado a juicio en lugar de apuñalado, golpeado y linchado en una polvorienta carretera, los últimos dos años hubieran sido diferentes. Los libios hubieran tenido un ejemplo de cómo el estado de Derecho hace justicia.

Algunos de los países occidentales que ayudaron a derrocar a Gadafi están ahora entrenando a las fuerzas armadas.

Libia

La inseguridad se ha apoderado de Libia.

En un desfile de nuevos reclutas había enérgicas demostraciones de artes marciales, ejercicios extremos y otras habilidades militares.

La pregunta, sin embargo, es si este valiente intento de crear unas fuerzas armadas cohesionadas va a sobrevivir su primer contacto con la confusión que puede estallar muy rápido fuera de las barracas.

Si el nuevo ejército termina como un jugador débil en un país lleno de grupos armados en competencia, el infeliz, inestable y violento presente libio puede ser su futuro también.

El ministro de Justicia lo pone de la siguiente manera: "La economía depende de la seguridad, la educación depende de la seguridad, la justicia depende de la seguridad".

Todos los libios se sienten inseguros respecto al futuro. La reconciliación después de revoluciones y guerras civiles toman generaciones. Sin seguridad para todos, las vidas seguirán arruinándose. Libia sigue sin poder escapar del legado tóxico de Gadafi.