Roma ha sido invadida por miles de gaviotas.
Estos modernos invasores roban la comida, vuelven las estatuas un desastre e incluso atacan las palomas de la paz del propio Papa.
Estaba en el bus esta mañana, todavía somnoliento camino al trabajo, cuando a través de la ventana vi algo que me despertó, una escena horrible.
En el pavimento, una gaviota grande, poderosa, estaba parada sobre la paloma que acababa de matar. Luego, agarró el cadáver con su pico, voló sobre mi bus, se posó en una Piazza y comenzó a despedazar lo que quedaba de paloma.
Gaviotas urbanas y sin respeto
Creo que tenía una idea más romántica de las gaviotas, esas aves que sobrevolaban al viento las costas solitarias, seguían a los barcos de arrastre, vivían de las sobras de pescado… no devoraban palomas en el medio de la ciudad.
Pero en muchos lugares, estos pájaros renunciaron al mar y se movieron a la ciudad. Roma no es la excepción.
Por miles de años no hubo nidos de gaviota. Sólo comenzaron a aparecer en los 1980, impulsados por basureros y vertederos gimientes de comida desechada por los romanos modernos. Ahora hay decenas de miles de gaviotas aquí. Y esta última invasión de la Ciudad Eterna puede ser bastante bárbara.
Este año el papa Francisco estaba en su ventana, rezando el tradicional Angelus en el balcón que da a la Plaza de San Pedro. A su lado, dos niños sostenían dos puras y blancas palomas de la paz. Las soltaron ante una multitud que vitoreaba.
Lo que siguió fue horrible. Uno de los pájaros fue casi inmediatamente atacado por una gaviota a medio vuelo. Ésta la azotó contra la muralla del palacio papal, pero sólo logró capturar su cola.
La paloma logró zafar, dejando a la gaviota con el pico lleno de plumas. Aun con final feliz, es difícil imaginar un homenaje a la paz más perturbador.
El futuro de la otra paloma no fue más alentador. Un vicioso cuervo la atacó salvajemente.
Pero las gaviotas romanas seguramente aman más el otoño, cuando millones de estorninos llegan a la ciudad. Su pulular en la oscuridad es uno de los más grandes espectáculos aéreos de la naturaleza.
Las aves forman grandes manchas arremolinadas en el cielo. Cientos de miles de pájaros en movimiento a la vez, giran y dan vueltas a través de la luz que se desvanece. Luego se posan en una masa de chirriantes árboles a lo largo del Tíber.
En la Roma antigua, las figuras formadas por los estorninos en el cielo eran vistas como señales, una manera de saber el ánimo de los dioses. Pero, por estos días, las aves están siendo cazadas por gaviotas. Para ellas, más que mensajes divinos, son un banquete estacional.
Disfrutando el bar en la terraza
Las gaviotas no sólo molestan al ecosistema local. Estaba en un bar en una terraza el otro día, al final de la tarde. Un lugar elegante, con mesas de manteles blancos y una amplia vista de la silueta de la ciudad.
Ahí estaban las gaviotas, instaladas en la orilla del balcón, a pocos metros de distancia, con su hambrienta mirada fijada en ti. Querían tu comida.
Vi como una gran gaviota se movió. Tan pronto como una mesa fue abandonada por sus comensales, se posó sobre el plato, tragando vorazmente sus sobras.
Junto a nosotros, otra gaviota amenazaba con asaltar una mesa aun ocupada. Una mujer elegantemente vestida con pelo rubio tomado en un moño no estaba cómoda y a su acompañante le costaba mantenerla tranquila.
Pero no era una escena como la de Los Pájaros de Alfred Hitchcock, sino más una pantomima. Un polluelo de gaviota se deslizaba alrededor de los azulejos pidiéndole comida a su madre, chillando y chillando.
El pianista del restaurante hacía lo que podía con su melodía. Pero el lugar igual se parecía más a Aberdeen cuando los pescadores regresan a casa que a un elegante local en Roma.
Tan pronto como nos paramos de nuestra mesa, esta fue ocupada por una gaviota, comiéndose nuestros maníes. Un mozo regordete se abalanzó y espantó, carta en mano, al enorme pájaro.
Los pocos afortunados que tienen apartamentos con azotea deben espantar las gaviotas, que se han convertido en sus vecinos más ruidosos, especialmente en la temporada de anidación.
Las aves pueden ser agresivas si piensan que sus polluelos están amenazados. Sus enemigos pueden ser sometidos a un concierto de graznidos, ataques varios o incluso ser blanco de un certero chorro de excrementos de gaviota. Definitivamente algo que arruinará su feliz mañana en la terraza.
Pero sucede que no vivo en la parte superior de un palazzo y no me importan las gaviotas. De hecho, reconozco que su reciente llegada le ha añadido un toque a la antigua ciudad.
Me gusta ver a las bandadas refrescarse en el río al cruzar el Tíber en una tarde de verano. Me gusta ver que se vuelen a la deriva, con sus alas desplegadas a través de los tejados rojos, deslizándose con gracia entre las cúpulas de las iglesias con el sol del atardecer.
Están aquí para quedarse. Las gaviotas ya se han convertido en romanos.