"La gente se para a mirarme como a un animal raro", el extraño caso del buzo peruano que tiene el cuerpo "inflado" desde hace cuatro años
Minutos después de haber salido a la superficie, el cuerpo de Alejandro Ramos empezó a hincharse y así se ha mantenido durante los últimos cuatro años.No llega a los 1,60 metros de altura, pero viste camisetas gigantes que parecen sacadas del uniforme de un jugador de fútbol americano.Sus hombros apenas caben en ellas y la chaqueta azul que le resguarda del frío en invierno se la debe a un amigo que le añadió retazos del mismo color para que sus brazos pudieran entrar en las mangas.Ramos, o como lo llama su familia, Willy, muestra la prenda con una mezcla de orgullo y cariño en la habitación del Centro Médico Naval que ocupa desde diciembre, cuando la Marina de Guerra del Perú le ofreció estudiar su caso.Hasta entonces, apenas había recibido tratamiento ante la falta de dinero… y la vergüenza de salir a la calle con su nuevo cuerpo.Del codo para abajo, sus brazos podrían pasar como los de cualquier hombre sano de 56 años.Son sus bíceps, con un contorno de 62 y 72 centímetros cada uno, los que hacen que se posen sobre él todas las miradas.
Hasta que la vejiga aguante
El choro se fija con dureza a superficies como barrancos y peñascos gracias a una secreción llamada biso.Los buzos mariscadores que trabajan de manera artesanal, como Willy, pasan largas horas despegándolos y recolectándolos antes de poder retornar a la superficie.El tiempo que permanecen sumergidos bajo las frías aguas de la corriente de Humboldt lo determina la "necesidad de orinar", explican a BBC Mundo varios buzos de Pisco, la ciudad pesquera a 230 kilómetros al sur de Lima donde vive Willy.El accidente
Un buzo nunca sale de pesca solo.Varios metros sobre su cabeza, uno o más tripulantes se encargan de recibir el producto recolectado y de alimentar con gasolina cada 90 minutos una máquina.Esta comprime aire y se lo envía al buzo a través de una manguera que ha de ponerse directamente en la boca, ya que la mayoría de mariscadores peruanos no cuentan con reguladores, un accesorio que les garantizaría entre 10 y 15 minutos de oxígeno en caso de emergencia.Aquella tarde, una lancha se acercó demasiado a la embarcación para la que Willy trabajaba y donde su hijo y otro compañero le esperaban.La maniobra provocó que una hélice rompiera la manguera y condenó al buzo a tener que subir de golpe 36 metros.Un trayecto de pocos minutos, pero que podía haberle costado la vida.El peligro del nitrógeno
"Cuando buceamos, estamos a mayor presión y eso hace que el oxígeno y el aire sufran cambios físicos", explica Raúl Alejandro Aguado, médico subacuático del Centro Médico Naval.El aire está compuesto en un 78%por un gas que el cuerpo humano no utiliza: el nitrógeno.La presión del fondo del mar hace que este se disuelva y busque refugio en el tejido graso.Pero, durante el regreso a la superficie, el nitrógeno se mete en el sistema sanguíneo, donde comienza a retomar su condición gaseosa.Por eso, los buzos necesitan subir a tramos, conparadas cada cierto tiempo.Un ascenso rápido puede empujar al nitrógeno a crear burbujas demasiado grandes que obstruyan la circulación de la sangre, lo que recibe el nombre de síndrome por descompresión.Una subida lenta, en cambio, le da al gas el tiempo suficiente para viajar por los vasos sanguíneos, mientras aún tiene poco volumen, hasta llegar a los pulmones, que lo expulsarán del organismo. Existen tablas que indican cuántos minutos y hasta horas se deben dedicar al ascenso en función del tiempo y la profundidad a la que se ha estado sumergido.42 metros bajo el agua
Willy se quedó cojo a los 30 años, poco después de haber decidido seguirle los pasos a su padre y dedicarse al buceo marisquero."Pero eso es normal que le pase a los buzos", afirma.En aquella época, sus compañeros lo llamaban "pampito" porque no se atrevía a bajar muy hondo (los pescadores peruanos llaman "pampa" a la parte poco profunda)."Pero mi hijo mayor era asmático y sufría ataques. Con las justas respiraba". Así que comenzó a adentrarse más en las aguas de Pisco para encontrar más marisco y poder pagar su tratamiento, ya que al ser artesano, carecía de seguro médico."En la época de mi padre todas las islas de Pisco tenían choros. No necesitabas bajar a más de 14 metros. Ahora sólo crece hasta los 25 metros", lamenta Willy."Deforme", pero vivo
El día del accidente, cuando Willy por fin salió a la superficie tuvo que recurrir a una maniobra de emergencia que utilizan los buzos artesanales.Consiste en volver a sumergirse a la misma profundidad y ascender, esta vez sí, respetando las paradas de seguridad."Es como retomar una descompresión que fue omitida", explica Aguado. "Ayuda en algo… pero no es muy seguro porque, ¿qué pasa si el buzo pierde el conocimiento en el agua? Se puede ahogar".El mariscador asumió el riesgo y se hundió una vez más en el mar con la compresora que le prestaron los pescadores de una lancha cercana.Pero los hombres estaban impacientes.Ya habían terminado su jornada de pesca, así que tenían que ir al puerto a intentar vender la mercadería.Un tratamiento a ciegas
Willy intentó buscar una cura a su hinchazón durante los primeros meses después del accidente, pero no pudo costearla por mucho tiempo.Los doctores, que no habían visto nunca un caso parecido, le pedían al menos una resonancia magnética para ver qué había debajo de esa gran masa de carne que le hacía cargar con 30 kilos de más. Pero se trata de una prueba cara que se debe hacer en una parte del cuerpo a la vez.El oxígeno como medicina
Los buzos saben que la mejor arma contra el síndrome de descompresión es una especie de habitáculo en el que se aumenta la presión atmosférica y donde se respira oxígeno puro.Así, el gas logra alcanzar zonas dañadas donde ya no podía llegar de forma natural. El aparato recibe el nombre de cámara hiperbáricay, según Aguado, a veces incluso consigue "crear vasos sanguíneos donde antes no existían".El Hospital San Juan de Dios de Pisco cuenta con dos porque el Consorcio de Camisea, que lidera la petrolera argentina Pluspetrol, las donó con el fin de beneficiar al colectivo de buzos de artesanales de la región.Pero el precio de las sesiones disuade a los mariscadores."¡Estás horroroso!"
Si bien puede dejar secuelas de por vida, la enfermedad descompresiva en sí nunca es crónica, afirma Aguado.Incluso sin tratamiento, el cuerpo de Willy debería haber vuelto a la normalidadpoco tiempo después del accidente.¿Descompresión o tumor?
Durante cuatro años, Willy sólo se dejó ver cuando visitaba a sus hermanos o, en ocasiones, cuando se acercaba a la playa a horas poco concurridas para ver el mar. "Casi no salgo a la calle porque me da vergüenza que la gente se pare a mirarme como a un animal raro", confesó en septiembre por teléfono a BBC Mundo desde su casa, en Pisco.Ahora que un equipo de médicos estudia su caso, asegura haber recibido una "inyección de ánimo" y que la "psicosis" ya ha pasado.Su aparición en un programa de televisión peruana hizo que el Centro Médico Naval se enterara de su caso y le ofreciera atención gratuita.Así que, en las últimas semanas, a Willy le han hecho todas las resonancias magnéticas, ecografías y estudios de medicina nuclear que tanto necesitaba. Aunque, de momento, sólo recibe tratamiento para el dolor porque los doctores no quieren dar por sentado que su problema haya sido causado por el buceo e intentan llegar a un diagnóstico preciso.El fin de una carrera
Mientras tanto, el buzo aprovecha los días libres que le dan de vez en cuando los médicos para viajar a Pisco. Allí, pasa tiempo con su familia y se acerca al puerto a recordar sus días de buzo.Lo hace siempre un lunes, miércoles o viernes: los días en que los mariscadores van al terminal a vender su producto.Noticias relacionadas