Muchos pueden pensar que la obra más bella de Giuseppe Verdi, el más notable compositor de ópera italiano, es Rigoletto -con su aria inmortal La donna è mobile-. O La Traviata, Aída, Otelo, Falstaff u otra de sus decenas de composiciones.

Y puede que lo sean.

Pero para él era una enorme caja de música con forma de casa.

"De todas mis obras, la que más me gusta es la casa que hice construir en Milán para acoger artistas ancianos no favorecidos por la fortuna, o quienes de jóvenes no poseyeron la virtud del ahorro. ¡Pobres y queridos compañeros de mi vida! Créeme amigo, esa casa es sin dudas mi obra más bella".

Así describía el mismo Verdi la Casa de Reposo para músicos -o Casa Verdi- que desde su apertura en 1902 ha albergado a más de mil artistas retirados, entre músicos, cantantes, bailarines, profesores de música, directores de orquesta y compositores.

BBC Mundo fue a conocerla.

Vida de hotel

En la obra más bella de Verdi la música circula de una habitación a otra. Las notas flotan en el aire como fantasmas, salen por las cerraduras.

El dulce sonido de una flauta traversa por ahí, una soprano que entona su nota más alta por allá. De repente, un piano.

4 de la tarde en el salotto, la sala donde los huéspedes se reúnen para merendar, conversar y escuchar música.

De a uno van llegando los autosuficientes, algunos auxiliados con bastones, otros con andadores. Lo más ancianos son llevados en sillas de ruedas por el personal.

Lina Vasta es de las primeras en aparecer. Es menuda y elegante. Nada en ella da una pista de sus 80 años.

"Se vive muy bien acá. Recibimos visitas de todo el mundo, escuchamos música, cantamos, conversamos; esta casa es única en el mundo", cuenta orgullosa sobre el que ha sido su hogar en los últimos 28 años.

"¿Y te digo la verdad?", agrega bajando la voz como si estuviera por contarte un secreto importante: "A mí no me gusta cocinar ni hacer mandados. La vida de ama de casa ¡ay madonna santa, no la soportaba! Entrar acá fue liberador. Acá no hago nada".

Lina no pudo dedicarse profesionalmente a la música por mucho tiempo, pero llegó a cantar en Japón donde, dice, puso a llorar de emoción a toda la audiencia.

"¿Qué tipo de voz tengo?", pregunta en tono desafiante. Y sin preámbulos, sin carraspear, sentada y con una mano apoyada en su bastón, se suelta a cantar.

"Esta es mi voz", remata.

El murmullo del salotto se acalla por unos segundos. Lina es soprano.

Una obra que respira

Casa Verdi tiene tres categorías de huéspedes: los no-autosuficientes (25 personas), los autosuficientes (unos 45) y, desde hace pocos años, los jóvenes estudiantes de música (17 en total).

Los mayores de 65 años que pretendan ingresar deben presentar pruebas de haber realizado un trabajo vinculado a la música y sobre su estado de salud. Pasada la preselección y las pruebas médicas, el Consejo de Administración analiza cada caso en base al estricto orden de llegada. Los cónyuges también tienen derecho a ingresar.

"Se les brinda todo: asistencia médica, odontológica, alimentación, entretenimiento, peluquero, servicio de sastrería", le explica a BBC Mundo el presidente de Casa Verdi, profesor Roberto Ruozi.

El rubro entretenimiento incluye la realización de cerca de 80 conciertos anuales, más de uno por semana. El día de la visita de BBC Mundo tocaba la orquesta de alumnos del Wesley College de Australia.

"Tenemos todo tipo de huéspedes. Desde el tenor de 97 años Angelo Lo Forese, famoso en todo el mundo, a simples coristas que han sido casi anónimos, digamos", ilustra Ruozi.

Los huéspedes jóvenes, quienes por reglamento están obligados a compartir al menos una comida diaria con sus colegas veteranos, colaboran en mantener la casa sonando.

"Es formidable vivir aquí, es el lugar perfecto para estudiar, tenemos tantas salas de música donde practicar todos los días", le cuenta a BBC Mundo Chiara, estudiante del Conservatorio de Milán e intérprete de flauta traversa de 21 años. "Vivimos circundados de música. Es bellísimo".

Casa Verdi se financia con el alquiler a terceros de algunos apartamentos, la contribución de la Región Lombardía correspondiente al seguro social de algunos ancianos y la mensualidad de los huéspedes que puedan pagar.

Durante sus primeros años, se solventaba con los derechos de autor cedidos explícitamente por Verdi.

Otra significativa fuente de ingresos son las donaciones que dejan los más de 10.000 visitantes anuales, incluidos turistas, coros y orquestas de todo el mundo.

"Si hay algún amante de Verdi que quiera donarnos algo, lo recibiremos felices", dice el presidente.

El ingreso a los conciertos y a la cripta donde están enterrados el maestro y su esposa, Giuseppina Strepponi, es gratuito.

"La voz libre"

—"Ella es un personaje muy importante", comenta una señora con gafas de sol señalando a otra que está sentada a su lado en el salotto.

—"Yo soy nadie", responde la indicada, un tanto malhumorada.

"Nadie" es una señora de 89 años llamada Stefania Sina, excorista del Teatro de la Scala de Milán y de la RAI (Radiotelevisión Italiana), que antes de presentarse como cantante contralto, prefiere decir que es la directora del periódico trimestral Va Pensiero, "la voz libre de los ancianos músicos de Casa Verdi".

"Aquí tenemos un periódico oficial y este, que es el contra oficial", explica con picardía y me entrega un ejemplar de diciembre pasado.

Allí, además de pequeñas biografías de los recién llegados y de los ya fallecidos, los huéspedes hacen públicas sus quejas y pedidos en la sección El tren de los deseos.

Stefania Sina fue solista durante 15 años, pero como no le gustaba viajar decidió ingresar al coro del Teatro de la Scala, donde estuvo hasta cumplir la edad de pensión.

Y hoy del canto no quiere saber nada.

"No, no, basta, ya lo di todo. Ahora escucho a los demás… Hay tanto para escuchar aquí, a veces demasiado", dice con un dejo de hastío.

Pero su expresión cambia radicalmente al recordar aquel día de hace 17 años cuando ingresó en la casa. "Fue una emoción. Conocía Casa Verdi de toda la vida y cuando entré me reencontré con viejos profesores y amigos. Fue como entrar a mi casa".

Para Angelo Buonamore, en cambio, el ingreso a la casa fue un poco más difícil.

"Terminé acá porque me pasó una desgracia: perdí a mi mujer de un infarto. Tenía 18 años menos que yo. No lo esperaba", explica.

La pérdida lo sumió en una profunda depresión. De aquellas noches de gloria tocando el piano y cantando en los hoteles y salones de fiestas más lujosos de Milán no quedaba nada.

Una vez pasada esa "gran tristeza", Angelo decidió pedir el ingreso a Casa Verdi, seis meses atrás.

"Ahora estoy bien pero los primeros meses fueron difíciles", cuenta.

Parece que el hecho de que no fuera un músico clásico y "ni siquiera verdiano" no fue visto con buenos ojos por sus compañeros.

"Yo jamás toqué para cantantes líricos y la ópera solo la conocía por televisión", explica.

Pero poco a poco todos fueron dejando los prejuicios de lado.

Angelo tuvo la posibilidad de mostrar su talento en una jornada de cantautores realizada en marzo y los compañeros lo valoran más.

Ya lo llevaron a ver tres óperas y lo guían en los pormenores de ese arte.

"Claro que me gusta, no te puede no gustar Verdi. Aparte que no podría decirte que no me gusta porque acá me hacen pedazos", remata con una carcajada estruendosa.

Un buen compañero

Giuseppe Verdi agonizó seis días antes de morir. Entonces estaba alojado en el Gran Hotel de Milán.

Cuentan las crónicas que durante esos días los milaneses juntaban las hojas caídas de los árboles de las calles aledañas para evitar cualquier rumor que pudiese molestar al maestro.

Y que a su funeral, realizado a las seis de la mañana del 30 de octubre de 1901, acudieron miles de personas que vieron pasar el cortejo en el más absoluto silencio.

"Era un hombre muy humilde, no quiso grandes cosas para su funeral, apenas una carroza tirada por un solo caballo. Y pidió que se realizara al alba o al atardecer para no perturbar la vida de la ciudad. Era excepcional", cuenta Biancamaria Longoni, asistente de la dirección de Casa Verdi.

Un mes después y en una ceremonia de Estado, los restos del creador de las óperas más representadas en el mundo fueron trasladados a la cripta de Casa Verdi.

En la ocasión, un coro de 850 personas dirigidos por el director de orquesta Arturo Toscanini cantó Va, pensiero mientras el féretro era sacado del Cementerio Monumental de Milán.

Un año más tarde, el 10 de octubre de 1902, fecha del cumpleaños de Verdi, la casa de reposo para músicos abrió sus puertas por primera vez. Ese día entraron los primeros nueve huéspedes.

Giuseppe Verdi nunca habitó en su "obra más bella", pero pidió ser enterrado allí.

Como si pensar en sus colegas menos afortunados no le haya sido suficiente, como si además hubiese querido acompañarlos para siempre.