Margarita Selene Restrepo observa por encima de los techos corrugados de la Comuna 13, uno de los distritos más pobres y violentos de Medellín.
Desde ahí, a pocos pasos de su casa, puede ver una gigantesca y deforestada cicatriz en la colina que se alza del otro lado.
Los locales la conocen como "La Escombrera" y, a la distancia, Margarita apenas puede distinguir algunas las áreas del vertedero recientemente cercadas con plástico verde barato.
"Todos los días cuando miro para allá me entra una gran tristeza", le dice a la BBC.
"Si está ahí, está muy cerca. Pero al mismo tiempo está muy, muy lejos", agrega.
Margarita está hablando de su hija, Carol Vanesa Restrepo.
Carol tenía 17 años cuando desapareció, en octubre de 2002, y su madre cree que sus restos están enterrados cerca de la cima de la colina.
Espera que algún día, no muy lejano, estos finalmente sean exhumados.
Y por ello monta guardia: todos los días revisa para asegurarse que no se haya vertido más basura cerca de las cercas verdes.
"Operación Orión"
Durante muchos años la Comuna 13 estuvo bajo el control de los grupos guerrilleros que combaten al Estado colombiano desde hace más de 50 años.
La influencia estatal ahí era muy limitada, hasta que se lanzó la llamada "Operación Orión", justo antes de la desaparición de Vanesa.
"El Estado decidió que tenía que retomar el control de la Comuna 13″, explica Jenny Pearce, profesora de política latinoamericana en la Universidad de Bradford.
"Pero parece que lo hicieron en alianza con los grupos paramilitares. Y los paramilitares luego llegaron e hicieron 'desaparecer' a al menos 200-300 personas de la zona, lo que significa que los cuerpos de La Escombrera pertenecen a víctimas de los que sólo puede ser considerado un crimen de Estado", agrega.
Los pobladores locales recuerdan la operación y los días subsiguientes como un período de "terror absoluto".
"Había más de 1.000 hombres de las fuerzas armadas, dos helicópteros y más de 800 paramilitares", cuenta Jeihhco, el fundador del centro cultural local Casa Kolacho.
"Entraron indiscriminadamente bajo el pretexto de desalojar a las guerrillas", recuerda.
Y cuando el ejército se retiró, después de cuatro días, los paramilitares se hicieron con el control de la Comuna 13.
Carol Vanesa Restrepo y dos de sus amigas nunca volvieron a ser vistas.
Reclamo de décadas
Los familiares de los desparecidos –mujeres como Margarita– han estado pidiendo que se excave en La Escombrera desde hace más de una década.
Pero no es sino hasta ahora que el gobierno local empezó a hacer análisis técnicos de algunas de las zonas del cerro, basado en el testimonio de un antiguo comandante paramilitar conocido como Móvil 8.
"Él creció en la Comuna 13, entonces conoce el área bien y ha ayudado a identificar los lugares donde cree que los cuerpos fueron enterrados, usando referencias como árboles y postes eléctricos", explica Jorge Mejía Martínez, quien trabaja en la oficina de la Alcaldía de Medellín que supervisa los planes pare excavar el cerro.
No hay certezas sobre el número de personas enterradas bajos las toneladas de tierra y escombros depositadas en la colina durante años
Se cree que cadáveres ya eran abandonados ahí antes de las muertes de 2002 y que los paramilitares no son los únicos responsables.
"La historia comenzó mucho antes, con los grupos guerrilleros", dice Martínez.
"También han participado otros grupos criminales, que han traído cuerpos desde otras partes de la ciudad e incluso de la región", agrega.
Y algunos creen incluso que el sitio todavía se sigue usando para disponer de restos humanos.
Una ciudad que cambia
Medellín se convirtió en la ciudad con más homicidios en el planeta en los días de Pablo Escobar, el hombre que industrializó la producción y exportación de cocaína a finales de la década de 1970.
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Pero el Cartel de Medellín fundado por Escobar no despareció cuando este murió en un tiroteo con la policía en 1993. Nada más mutó.
Sus socios –y sus sucesores– se organizaron en grupos paramilitares que combatían a las guerrillas de izquierda y continuaron con el tráfico de drogas.
También reforzaron viejas organizaciones criminales. Y crearon nuevas.
Y aunque la tasa de homicidios de Medellín actualmente está en uno de sus puntos más bajos de las últimas tres décadas, el número de desapariciones forzosas ha aumentado, afirma Fernando Quijano, el director de Corpades, un centro de investigación que monitorea la violencia en la ciudad.
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Para un visitante, sin embargo, Medellín ahora se siente muy segura. Su sistema de transporte –metro y metrocable– es todo un referente; abundan los centros de innovación, museos, nuevas escuelas y parques-bibliotecas.
La Comuna 13, por ejemplo, hospeda el Parque-Biblioteca San Javier, un hermoso y luminoso edificio que sirve como lugar de estudio y para eventos culturales, que se ha convertido en un punto de encuentro para la comunidad.
Y, para Sergio Fajardo, el exalcalde que inició lo que se conoce como "el milagro de Medellín", es un ejemplo de una filosofía de planificación urbana que busca la inclusión de los excluidos y una mayor gobernabilidad para distritos como la Comuna 13.
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"Esos edificios le dan a nuestra gente esperanza de que también pueden pasarle cosas buenas, que los lugares más hermosos también pueden estar en sus comunidades. Es un mensaje de dignidad. Y es muy poderoso", dice al actual gobernador de Antioquia.
Pero, a pesar de esas mejoras, La Escombrera y sus secretos todavía se cierne sobre Medellín.
Y, como dice Fajardo, hay muchas otras "escombreras" por toda Colombia.
El conflicto armado, que ya dura más de cincuenta años, le ha costado la vida a casi un cuarto de millón de colombianos, en su mayoría civiles.
Y en Medellín, son muchas las personas que arrastran una historia de violencia y pérdida.
Pasado y presente
En el edificio "Parque de la vida", parte de la Universidad de Antioquia, un grupo de mujeres se ha reunido semanalmente durante los últimos siete años.
Se reúnen y cosen. Fabrican muñecos. Y cada uno representa a un ser querido muerto o desaparecido.
El de María Lucely Delgado representa a su hijo de 17 años, asesinado en 2011 por cruzar una "frontera invisible" que separaba los territorios de dos bandas rivales con presencia en su barrio.
Y María Lucely vistió a Juan Felipe Henao en su túnica de graduación, la representación de un hijo que no pudo hacer realidad ese sueño. El círculo de costura se ha convertido en una valiosa terapia para estas mujeres y les ha ayudado con su duelo.
A menudo sus historias son la demostración de lo cruel e indiscriminada que ha sido la violencia en Colombia: una madre perdió a su hijo a mano de los guerrilleros de izquierda y a su hija a manos de los paramilitares de extrema derecha.
Pero la mayor parte de las madres que asisten al grupo perdió a sus seres queridos en operaciones paramilitares.
Y muchos se preguntan si todas las familias de as víctimas que están en La Escombrera verán alguna vez la exhumación de sus desaparecidos.
Por el momento, con la ayuda de Móvil 8, se han identificado tres sitios para posibles excavaciones.
"Estamos recomendando que se proceda con las excavaciones en las áreas uno y dos", dice el ingeniero que ha estado analizando el cerro, Gabriel Jaime Cardón Londoño.
"Pero no creemos que sea seguro hacerlo en el área tres, porque habría que escavar a mayor profundidad, a unos 25 metros. Y cualquier movimiento de tierra ahí sería mucho más peligroso", advierte.
Y los retos no son solo físicos. El costo también podría resultar prohibitivo: entre US$4 millones y US$5 millones, según una estimación echa en 2010.
"Esperamos poder reducir esa cifra", dice Jorge Mejía Martínez.
"Pero cualquiera que sea el costo, la decisión del alcalde es desenterrar la verdad que está escondida ahí", agrega.
Cuenta pendiente
Para Jeanny Pearce, La Escombrera es ilustrativa de la violencia que ha sufrido Colombia durante la última década.
"Es un símbolo de la impunidad y la ausencia de un verdadero estado de derecho que le diga a la gente que no es posible asesinar a alguien, tirar su cuerpo en un vertedero y salirse con la suya", le dice a la BBC.
"Y La Escombrera también deja en evidencia las diferentes capas de violencia de parte de todos los grupos armados, la que se remonta décadas", explica.
"Obviamente, hay gente que quiere mostrar cómo la ciudad ya dejó atrás sus peores momentos, Medellín quiere dejar atrás su pasado", reconoce Pearce.
"Pero mientras no se lidie con ese pasado, y la gente pueda volver a confiar, eso va a ser difícil", agrega.
Margarita Selene Restrepo, por su parte, vive en uno de los puntos más elevados de la Comuna 13, al final de una empinada cuesta que ahora es más fácil de subir gracias a otra de las innovaciones de Medellín: una escalera eléctrica que remplazó a los 350 escalones que antes tenía que subir con mucho esfuerzo.
Pero aunque esa parte del trayecto ahora sólo le toma cuatro minutos, en lugar de una ora, Margarita no está particularmente impresionada por las escaleras: para ella, la inversión municipal en infraestructura sólo hace más evidente la falta de compromiso para víctimas como ella.
"Si le importáramos al gobierno, ya hubieran hecho algo con La Escombrera", dice.
Pero si se procede con la exhumación, hay al menos una posibilidad de que Margarita finalmente sepa qué fue lo que pasó con su hija en aquel día de octubre de 2002.
Esta historia es una adaptación de
una nota publicada originalmente en BBC Magazine.