Foto antigua de cinco jóvenes neonazis, entre ellos, Christian Picciolini.Derechos de autor de la imagen
Cortesía de Christian Picciolini

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Christian Picciolini formó parte de uno de los grupos neonazis más influyentes de Estados Unidos, los Chicago Area Skin Heads (CASH) entre 1987 y 1995 e incluso llegó a dirigirlo.

¿Qué tienen en común un neonazi y un yihadista?

Mucho, según Christian Picciolini, quien en la década de los 80, con solo 16 años, se convirtió en el líder de uno de los grupos de skinheads neonazis más influyentes de Estados Unidos: los Chicago’s CASH.

Neonazis e islamistas son seducidos con las mismas tácticas: les inculcan el miedo al otro, les prometen una vida mejor, les convencen de que algo les ha sido arrebatado y les hacen creer que luchan por una causa "noble" como la supervivencia de su raza o su religión.

"Mentiras", asegura a BBC Mundo Picciolini, que se dedica desde hace siete años a ayudar a neonazis que quieren dejar una vida llena de violencia y odio.

El expandillero tuvo la oportunidad de confirmarlo el pasado mes de diciembre, al llegar a Bélgica para hablar sobre los peligros del extremismo de derechas. Un hombre que había visto el anuncio de la conferencia había solicitado reunirse con él.

No se trataba del típico caso del neonazi que necesitaba un empujón para salir de la banda. Esta vez, era otra clase de radical el que requería su ayuda: un excombatiente del autodenominado Estado Islámico.

"Todo joven es vulnerable"

Para Picciolini, no existe un perfil de quién puede convertirse en un extremista. "Todo joven es vulnerable a caer en grupos radicales porque todos están en busca de una identidad, de aceptación y de dar un propósito a su vida", sostiene.

Él siempre insiste en que no creció siendo racista. Sus padres eran inmigrantes italianos llegados a Estados Unidos a mediados de los 60 y habían sufrido en carne propia los prejuicios contra los extranjeros.

Ambos trabajaban largas jornadas siete días a la semana. "Me sentía muy abandonado", recuerda.

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Picciolini formó una banda de música que hacía apología a la supremacía blanca para atraer gente joven a su pandilla.

Tenía 14 años el día en que un hombre se bajó de su auto para arrancarle el porro que llevaba en la boca. "¿No sabes que esto es lo que los comunistas y los judíos quieren que hagas para poder controlarte?", le dijo.

"Yo no sabía qué era un comunista y creo que nunca había conocido a un judío. Pero estaba seguro de que no quería que nadie me controlara", cuenta Picciolini. Lo que tampoco sabía era que ese hombre se llamaba Clark Martell, cabecilla de los Chicago’s CASH.

"Me dijo que mis problemas no eran mi culpa, sino que los causaban otros. Me adoctrinó sobre cómo los negros cometían crímenes, los mexicanos nos robaban los empleos y los judíos manejaban los medios de comunicación", relata.

Le proveyó de la excusa perfecta para canalizar su ira adolescente: "Me ofreció una familia y poder justo en el momento en el que me sentía más impotente".

"He destruido muchas vidas"

"Nunca fui a prisión, pero hice cosas por las que debería haber acabado en la cárcel", admite el expandillero.

Los Chicago’s CASH saltaron a los titulares de la prensa en esa época por atacar a mujeres hispanas, pintar esvásticas en sinagogas y cometer actos vandálicos en negocios de propietarios judíos, como recoge el libro "Terrorismo en Perspectiva", de Sue Mahan y Pamala L. Griset.

He destruido muchas vidas. Mis palabras sirvieron para que algunos ya no estén vivos; otros, en prisión o para que arruinen su vida de alguna otra manera.

Christian Picciolini

Pero fue la agresión a una antigua integrante de la pandilla lo que hizo que Martell acabara entre rejas. Un Picciolini adolescente fue el encargado de reemplazarlo.

"Era bueno reclutando gente", recuerda. Creó una banda de música que proclamaba la supremacía blanca para atraer a gente joven. Fue el primer grupo de cabezas rapadas estadounidense que hizo una gira por Europa.

Convenció a centenares de que se unieran a los Chicago’s CASH. "He destruido muchas vidas. Mis palabras sirvieron para que algunos ya no estén vivos; otros, en prisión o para que arruinen su vida de alguna manera. Me siento muy responsable por lo que hice", confiesa.

Miedo a empezar de cero

¿Qué lleva a un neonazi a querer dejar de serlo? Según la experiencia de Picciolini, la razón más común es conocer al objeto de su odio.

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Picciolini decidió dejar de ser un skinhead a los 19 años, cuando tuvo un hijo. Pero el miedo a empezar de cero hizo que tardara tres años en hacerlo.

Pone de ejemplo al exmilitar neoyorquino que lo llamó después de leer sus memorias, "Violencia Romántica", para contarle que odiaba a los musulmanes y que a veces tenía ganas de atacarlos.

Picciolini viajó desde Chicago para hablar con él y concertó una reunión en la mezquita de su barrio. "Se hizo amigo del imán y ahora quedan para comer cada viernes", asegura.

En su caso, el motivo para alejarse de la violencia fue otro: su hijo. "Fue lo primero que me permitió volver a amar después de tantos años de odio: me reconectó con la inocencia que había perdido a los 14, cuando me uní al movimiento", explica.

Sentirse bien con uno mismo es el primer paso, según Picciolini: "Una vez lo consigues, la ideología se rompe".

Pero el camino aún es largo. "Cuando te unes, dejas atrás todo: tu familia, amigos y pasatiempos. Yo quería irme pero tenía miedo de abandonar lo que ahora eran mi identidad y mi comunidad. No quería empezar de cero", cuenta.

Tardó tres años en retirarse.

La vida después del odio

Una vez fuera, Picciolini fue a la universidad y consiguió un título en Relaciones y Negocios Internacionales. En 2010, creó la ONG "Life after Hate" (La vida después del odio), que se dedica a ayudar a neonazis que quieren dejar de serlo.

"He estado 22 años fuera del movimiento, intentando entender y desmantelar lo que había ayudado a construir", dice. Una experiencia que inspira confianza a muchos, incluso a exyihadistas como el que pidió reunirse con él en Bélgica.

El hombre había viajado a Siria y, al volver, se entregó a las autoridades. Cumplió su pena en prisión pero, al salir, tenía problemas para comenzar una nueva vida. "Los combatientes extranjeros de Estado Islámico recién están regresando y no tienen a nadie que haya pasado por una transformación similar a la mía que les pueda orientar", explica Picciolini.

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Picciolini fundó en 2010 la ONG 'Life after Hate' (La vida después del odio), que se dedica a ayudar a neonazis que han decidido abandonar el radicalismo.

El antiguo yihadista vio que la historia del ex neonazi y la suya tenían algo en común. Y no se equivocó: los motivos que les habían llevado a militar y a desertar eran los mismos. Ambos seguían viviendo en los barrios donde habían sido captados por el radicalismo, así que tenían un pasado difícil de borrar.

"Muchos de sus antiguos amigos lo ven como un traidor y un cobarde. Y está siendo rechazado de ofertas laborales pese a ser ingeniero y tener mucha experiencia. No tenía con quién hablar", afirma Picciolini.

"La gente que deja estos grupos, ya sea neonazi o yihadista, necesita el apoyo de otros que hayan pasado por lo mismo porque para el resto no es fácil entender por qué cayeron en el extremismo", defiende.

Un racismo "más suave" para el ciudadano medio

El exlíder de los Chicago’s CASH alerta del error de centrarse en el terrorismo yihadista y relajar los esfuerzos de prevención de la expansión de movimientos de extrema derecha. Herramientas como Internet y la propagación de sitios de noticias falsas han hecho que grupos como los neonazis tengan más facilidad para reclutar gente.

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Picciolini reconoce haber hecho cosas por las que debería haber ido en la cárcel.

"Además, nuestros políticos están repitiendo mensajes que nosotros (los neonazis) utilizábamos. No sé si las elecciones (estadounidenses) hayan provocado más racismo, pero sí han dado fuerza a los racistas parar salir de las sombras y para que sus mensajes ganen credibilidad", advierte. "A veces, oigo a los políticos decir las mismas cosas que yo decía cuando era neonazi".

El expandillero insiste en que hace 30 años se inició una estrategia para normalizar el racismo:"Dejamos de lado la indumentaria neonazi y las esvásticas porque nos dimos cuenta de que eso estaba ahuyentando incluso a la gente que ya era racista".

Picciolini asegura que se promovió difundir el mensaje de odio "de una forma más suave para que fuera más fácil de engullir por el ciudadano medio".

Hasta mediados del año pasado, las víctimas mortales del extremismo de derechas en Estados Unidos superaban a las del terrorismo yihadista. Aunque, con la masacre de la discoteca Pulse en Orlando, estas últimas sobrepasaron a las primeras, según el centro de investigación New America.

Antes de dejar la Casa Blanca, la administración de Barack Obama otorgó a Life after Hate una ayuda de US$400.000 para desarrollar un programa de intervención en línea dirigido a todo tipo de radicales.

Hoy, esta y otras subvenciones con el mismo fin están siendo revisadas por el nuevo gobierno, según informó la prensa estadounidense y confirmó Picciolini.