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Carolina Thwaites BBC

Lo prometido: nuestro "Cuento a 13 voces", la creación en cadena o "seguidilla" de 13 jóvenes autores mexicanos*, que les hemos traído por entregas durante nuestro festival digital, el

HayFestivalMéxico@BBCMundo.

Y te revelamos quién escribió cada parte de esta historia.

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Parte I. Por Eduardo Ruiz Sosa

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Sería un año antes cuando empezó a dar graves muestras de su condición: estaba segura ya de que su pie izquierdo había desaparecido"

Cuando la conocí, a principios de septiembre, solamente le quedaban vivas las manos, que usaba para escribir algunas palabras como si enviara mensajes desde la definitiva ausencia. Sería un año antes cuando empezó a dar graves muestras de su condición: estaba segura ya de que su pie izquierdo había desaparecido. Yo sé que los dedos ya no están ahí, le decía al médico, pero todavía los siento como si estuvieran pegados a mi carne, y sin embargo entiendo que están muertos, que no están en ningún lugar, que no son más que trapo y huesos.

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Eduardo Ruiz Sosa es un cuentista y novelista nacido en Culiacán, en 1978. Ganador del premio Nacional de Literatura Inés Arrendondo en 2007 por su colección de cuentos "La voluntad de marcharse", coordina la revista digital literaria "lajuntadecarter".

Pero, ¿usted puede ver su pie?, le preguntó el médico; ella respondió que lo que está muerto puede verse con los ojos del recuerdo, y sentirse, y escucharse incluso, pero que ella sentía muy adentro que sus dedos ya estaban muertos y que lentamente el resto de su cuerpo cumpliría el mismo destino. Ese día, antes de dormirse y después de tirar a la basura los fármacos agregó, a la ya larga lista de desapariciones, a su tío Jorge, al perro de la vecina del segundo piso, a todos los árboles de la calle General Andrade, a tres periodistas, a dos partidos políticos, a una partida del presupuesto municipal, a dos vasos de vidrio de su alacena y a un arroyo que se había secado. Se durmió pensando en las cosas que desaparecerían al día siguiente.

Parte II. Por Juan Pablo Anaya

Según decía, yo no quería engañarla como los demás con falsas esperanzas de recuperar lo que se había ido"

Por la mañana, el arroyo seguía seco pero la jornada transcurrió en calma. Hacía pocos meses que en la oficina alguien había ocupado su puesto. A veces recibía una llamada con una pregunta sobre algún expediente; pero hoy el teléfono murió. A mediodía, la misma pelea con esa mujer que se hacía pasar por su hermana y que intentaba convencerla de bañarse y darle de comer. Bastaba con sorber un poco de sopa. No era necesario más. Quiero que ella me deje tranquila, me dijo cuando fui a visitarla.

Se veía rígida como un muñeco en la cama. Sentía, según me dijo, que sus miembros estaban secos, tenían un peso desconocido y una textura esponjosa, sin vida. Creo que toleró mis visitas pues antes de su enfermedad nunca vio mi rostro. Yo no era una impostora que arremedaba al pasado y, según decía, yo no quería engañarla como los demás con falsas esperanzas de recuperar lo que se había ido.

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Juan Pablo Anaya nació en Ciudad de México en 1980. Ufólogo por convicción, su primer libro, "Kant y los extraterrestres", se publicó en 2012.

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Parte III. Por Eduardo Rabasa

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Cuando irrumpí en la habitación, se mostraba impávida conforme una gruesa aguja atravesaba de un lado a otro la parte inferior del dedo gordo de su pie"

En uno de esos encuentros, la encontré impregnada de esa aura tan particular a la melancolía. Nada más verla, supe que comenzaba a comprender las distintas perspectivas y ventajas que le confería su condición. La sorprendí enfrascada en un perverso juego con las extremidades que creía muertas. Según me relató después, les infligía dolores cada vez más agudos, como incitándolas a demostrarle de una vez por todas si en realidad habían estado engañándola, engañándonos, durante todo ese tiempo.

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El editor y novelista Eduardo Rabasa nació en Ciudad de México en 1978. "La suma de los ceros", publicado en 2015, es su primera novela.

Cuando irrumpí en la habitación, se mostraba impávida conforme una gruesa aguja atravesaba de un lado a otro la parte inferior del dedo gordo de su pie. No sé si por sugestión ante la escena, pero debo admitir que la sangre que chorreaba lentamente parecía no estar respirando. Ella permaneció un rato haciendo como si no advirtiera mi presencia, hasta que se volvió para advertirme con una voz yerma:

–¿Qué acaso no lo sabes? Por aquí hubo uno que lo comprendió hace muchos años. Lo dijo una sola vez, de la manera más hermosa posible, y después prefirió guardar silencio. En este lugar, el único mecanismo de defensa que nos queda se llama muerte.

Parte IV. Por Ximena Sánchez Echenique

Sentía su tos seca en las madrugadas. Sentía sus muñones devastados por la enfermedad. Mi madre era un arroyo secándose dentro de ella"

–Él– le respondí y acaricié sus manos mojándose las mías con su llanto. Usualmente tras visitarla leía. Sólo que ese encuentro me había dejado sin ganas de abrir un libro. ¿Lloré? Primero ella. Luego yo. Siempre así. Cayéndonos despacito rompiéndonos en pedazos como esos dos vasos que se le habían resbalado de la alacena porque sus articulaciones se debilitaban cada vez más. Ahora que al fin me veía, ¿tendría que desaparecer también? Cuando ella era una desconocida que se iba a las ocho de la mañana y regresaba a las nueve de la noche, su ausencia me dolía sin dolerme como esa aguja encajada al dedo gordo de su pie. Pero desde que la conocía porque estaba todo el tiempo en la casa, a mi matriz al fin se le había ocurrido sangrar y sentir. Sentía su tos seca en las madrugadas. Sentía sus muñones devastados por la enfermedad. Mi madre era un arroyo secándose dentro de ella, mientras que un chorro de sangre brotaba de mi vagina a borbotones. En eso sonó el teléfono. Contesté. Era el médico. Volví a su cuarto y, sin siquiera mirarla, le saqué la aguja. Te curaste. ¿Qué? ¿Te curaste? Desapareció el cáncer.

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Ximena Sánchez Echenique nació en Ciudad de México en 1979. En ensayista y novelista, ganadora del Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2003, por su primera novela, "Por sobre todas las cosas".

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Parte V. Por Daniel Saldaña París

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Una tarde empezó a anunciar mi propia desaparición, parte por parte como había pasado con ella: ¡Tu páncreas, despareció tu páncreas!"

Desde luego, ella negó desde el principio ninguna mejora. Insistió con las listas de desapariciones que cada día menguaban su cuerpo y el mundo circundante. Yo renuncié a entenderla porque en general reacciono con desapego ante las necedades que me suenan místicas, y volví a dedicarme en cuerpo y alma a mi adorada colección de cactus, que había sufrido por mi ausencia (los cactus requieren más mucha más atención de lo que suele pensarse).

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Nacido en Ciudad de México en 1984, Daniel Saldaña París escribe narrativa, ensayo y poesía. Es autor del libro de poemas "La máquina autobiográfica" (2012) y de la novela "En medio de extrañas víctimas" (2013).

Pero de vez en cuando la oía, en la habitación de al lado, gritar algo, siempre en referencia a un nuevo objeto tragado súbitamente por lo que ella llamaba la espiral de las desapariciones: ¡Un Tsuru en Maravatío! ¡Un Olmo a cuatro cuadras! ¡El Paraguay completo!

Finalmente, una tarde empezó a anunciar mi propia desaparición, parte por parte como había pasado con ella: ¡Tu páncreas, despareció tu páncreas! Y aunque, previendo ese momento, yo me había jurado no reaccionar de ningún modo, lo cierto es que no pude evitar sentir una especie de vacío por dentro.

Parte VI. Por Pergentino José Ruiz

Esa misma tarde me habló la mujer que decía ser la hermana de la enferma, acusándome de que me había encerrado en la habitación, impidiendo que se le diera de comer a su hermana"

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Pergentino José Ruiz (Oaxaca, 1981) es Maestro en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y autor de libros como "Y supe qué responder" en versión bilingüe zapoteco-español. Su más reciente obra es el poemario Lenguaje de pájaros (2014).

Ese vacío me movió ir a su habitación, ella yacía acostada, mientras anunciaba que había desaparecido mi brazo izquierdo y luego unos cuantos postes de la calle General Andrade, se incorporó para apoyarse sobre sus piernas y comenzó a hacer registros en una libreta. Tenía varios días que no la veía escribir nada. Hacía anotaciones mientras susurraba algunas palabras, como si quisiera repasar el sentido de lo que escribiría.

Deslizaba con dureza el lápiz sobre la hoja, escribió varias líneas, en un descanso, mientras acomodaba su espalda sobre la cabecera de la cama, dijo: esto demuestra que mis manos son invulnerables. Pareció arrepentirse inmediatamente de lo que había dicho y con un tono de voz distante, como si no me reconociera declaró: quiero que me dejes sola, distorsionas el sentido de las cosas que estoy percibiendo. Tuvo la cortesía de disculparse, como reconociendo su error.

Esa misma tarde me habló la mujer que decía ser la hermana de la enferma, acusándome de que me había encerrado en la habitación, impidiendo que se le diera de comer a su hermana.

Parte VII. Por Brenda Lozano

Descansé al ver que en la lista no estaba mi páncreas, pero, por la noche, al volver a casa, me inquietó no encontrar el encendedor en la cocina"

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Tal vez ella mentía como una forma de desvanecer hasta desaparecer los hechos. También mentía esa mujer que se hacía pasar por su hermana, pues yo no impedí que se le diera de comer. No quiero que desaparezca este hecho: le compré unas galletas cremosas en la máquina dispensadora. Y me llevé su lista de desapariciones a la cafetería, que ahora copio por si acaso desaparece más tarde:

Todos los Tsurus dorados.

Belice.

Las botellas de shampoo en las canastitas de los hoteles.

El color azul de las ilustraciones en las enciclopedias y diccionarios.

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Brenda Lozano (ciudad de México, 1981) es narradora y ensayista. Edita la sección dedicada a la narrativa en lengua española de la revista literaria Make. Su primera novela Todo nada (Tusquets, 2009) será llevada próximamente al cine.

Las canciones infantiles.

El tostador descompuesto en casa del vecino.

La bandera de Nepal.

Los sonidos que se superponen en la calle.

Un volcán pequeño.

El dodo disecado en el Museo de Historia Natural.

Un charco en el que se reflejaba el cielo.

Un poema sublime.

Ese pelo entre los dientes frontales.

Todos los encendedores amarillos.

Descansé al ver que en la lista no estaba mi páncreas, pero, por la noche, al volver a casa, me inquietó no encontrar el encendedor en la cocina. No recuerdo bien, era amarillo tal vez.

Parte VIII. Por Verónica Gerber Bicecci

La bandera de Nepal. Subrayo ese ítem de la lista. Es la única bandera de una nación que no es rectangular. Los triángulos representan al Himalaya; aquí un diagrama sin color que encontré en Internet:

Le muestro el dibujo, ella señala los picos y me dice: "fue la nieve".

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Nacida en Ciudad de México en 1981, Verónica Gerber Bicecci se define como una "artista visual que escribe". Ha publicados libros: "Mudanza", en 2010 y "Conjunto Vacío", en 2015.

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Parte IX. Por Luis Lomeli

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Soy un país lleno de muertos y yo no puedo morirme"

Aunque nunca la hubiera visto. Otrosí, la memoria: como lastre, cual coyunda; romería de hojas secas y lamento monocorde –Kodak dixit: recordar es volver a vivir. Primero, las cosquillas y la risa, el fulgor de la sangre ante el orgasmo. Segundo, la ausencia. Tercero, repetir.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

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Nacido en Etzatlán, en 1975, Luis Lomeli es ingeniero, ecólogo y doctor en Ciencia y Cultura. Obras suyas han recibido el Premio de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Su más reciente libro es "Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta", publicado en 2015.

Ahí la letanía.

Hasta inventar: la desconocida se vuelve madre; la metáfora un cáncer –Susan, será como la lepra, mejor: ya ES como la lepra y su frivolidad en los que se sienten lejos.

(Olía a yodo y crisantemos. La pared era blanca. Había una cortina de sol y nubes ondulando en la ventana).

Todos deberíamos sentirnos lejos, pensé entonces al darme cuenta del contagio. Pero eso no fue lo que dije, sino:

–¿Quién es Susan?

–Soy un país lleno de muertos y yo no puedo morirme.

Ahora ya no sé si me contestó eso o lo imaginé. Supongo que fue lo último, porque la imaginación es acicate y ponzoña. Lo que sí recuerdo es que era septiembre, un año después, cuando llamaron a la puerta.

Parte X. Por Nadia Villafuerte

’Es fácil, el mundo desaparece mientras los ojos estén cerrados', murmuró y se quedó dormida"

Era la vecina. Preguntó si todo estaba bien porque había escuchado ruidos en el pasillo, aunque me pareció que se trataba de un pretexto para acercarse y hablar. Contó su desconcierto sobre el hueco rojizo que habían dejado los árboles en la calle General Andrade y luego una historia que no alcancé a entender. ¿Los zapatos de su hijo? ¿Las piedras y un prado? Llevaba un vestido amarillo y un lazo del mismo color en el pelo.

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Nadia Villafuerte (México, 1978) es autora de los libros de relatos "Barcos en Houston", "¿Te gusta el látex, cielo?", y de la novela "Por el lado salvaje".

Hizo un comentario final sobre el olor a yodo y crisantemos y luego se marchó cerrando suavemente la puerta. "Otra sobreviviente", dijo ella, con tristeza. Agotada, se recostó frente a la cortina de sol. Con un gesto peculiar, cerraba los ojos cuando el sol por instantes se nublaba y los abría cuando sentía que volvía a fulgurar sobre sus párpados. "Es fácil, el mundo desaparece mientras los ojos estén cerrados", murmuró y se quedó dormida. Agregué a la lista de desapariciones: los vestidos. Ese fatal chasquido que sufren los vestidos al quemarse. La hierba que se aferra discreta a los zapatos.

Parte XI. Por Fernanda Melchor

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Tenía veinticinco años cuando se la llevaron. Fue culpa del marido. De él ya no volvió a saberse nada pero a ella la encontraron a los tres días"

Recordé la tarde en que la conocí, aquel día a principios de septiembre cuando todavía tenía vivas las manos. Su hermana me había llamado a la cocina con el pretexto de invitarme una taza de café, y en susurros, mientras el agua bullía en el pocillo sobre la estufa, me contó la historia de la primera desaparecida: la hija.

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Nacida en Veracruz, en 1982, es autora del libro de crónicas Aquí no es Miami y de la novela Falsa liebre, ambos publicados en 2013 por la editorial Almadía.

-Se llamaba Susan. Tenía veinticinco años cuando se la llevaron. Fue culpa del marido. De él ya no volvió a saberse nada pero a ella la encontraron a los tres días, flotando sobre el canal al final de General Andrade. Le faltaban partes. Yo no entré al anfiteatro pero ella –y miró hacia el pasillo con culpa-, ella lo vio todo y me contó lo que le habían hecho. Cuando trajimos las cenizas a casa me dijo: ya no tengo pie, se me ha desaparecido. Así fue como empezó. En un inicio el médico pensó en un tumor, pero ahora dice que todo está en su cabeza.

Asentí. Sin saber realmente quién era esa mujer le dije: no se preocupe, para eso me mandaron.

Cómo iba yo a saber que un año después sería yo la que comenzaría a disiparse.

Parte XII. Por Carlos Velázquez

Principios de alzhéimer nos diagnosticaron. Pero cuando salieron varios casos en televisión nacional, la medicina tuvo que aceptar su derrota.Nos bautizaron como las desaparecidas"

Desaparecíamos del pabellón. No, no para ser dadas de alta. Tampoco para morir. Ni siquiera para ser violadas por los guardias. Nos llamábamos entre nosotras hijas, madres, enfermeras. Sucedía en cierta etapa de la enfermedad. Cuando la confusión nos hacía creer que en lugar de estar encerradas en un psiquiátrico continuábamos en nuestros hogares. Entonces el terror comenzaba por los dedos de los pies.

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Carlos Velásquez es autor de varios libros destacados como obras del año por algunos de los periódicos más importantes de México. Ha sido distinguido con el Premio Bellas Artes de testimonio Carlos Montemayor y fue finalista del Premio Rodolfo Walsh. Su último libro, "El karma de vivir al norte", fue publicado en 2013.

Me desvanezco, me desvanezco, chillábamos. Principios de alzhéimer nos diagnosticaron. Pero cuando salieron varios casos en televisión nacional, la medicina tuvo que aceptar su derrota. Nos bautizaron como las desaparecidas. Porque nos volvemos un vegetal. Nadie ha podido dar con nuestro padecimiento. Si fuera esclerosis múltiple, se morirían otros miembros. Pero sólo somos víctimas en las manos y en los pies. Hasta que se presenta el punto en que dejamos de comunicarnos. De mirar. Pero continuamos respirando.

Entonces desaparecemos. Cómo lo sé. Porque las que antes estaban aquí ahora no las vemos más. El único rasgo común entre todas es la calle General Andrade. Todas las que hemos compartido en este pabellón o hemos vivido ahí o hemos tenido contacto con el canal. No, no es contagioso. Aunque en cuanto una comienza a acusar su desaparición, otra sabe que en cuanto esa desaparezca se le llegara su turno. Pero yo ahora estoy a punto de saber hacia donde vamos.

Parte XIII. Por Antonio Ramos Revillas

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Queda extendido, laxo, su bello cuerpo de huesos largos y en procesión cada una de nosotras, ¿o sólo yo que soy todas? empieza a clavar las agujas en esa piel acartonada"

No hacia la desaparición completa, no hacia las sombras que arrastran nuestros recuerdos por las paredes grises del Callejón Andrade, no hacia el resto de los septiembres que repiten visitas inesperadas. Hemos descubierto la forma de salvarnos. Puede que este ardid sea una ilusión más como la bandera triangular de un país desaparecido. Necesitamos las agujas de todas para comprender algo, para no distorsionar el sentido de las cosas que percibimos. Agujas en un país de muertos. Ella y yo, su hermana, las mujeres del pabellón, aquí estamos. Cada una ha traído consigo un alfiler y lo ha mostrado ante las demás. Son de distintos colores y materiales, aunque abundan las de acero.

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Nacido en Monterrey, en 1977, el novelista Antonio Ramos Revillas se ha distinguido por su literatura infantil, pero también por las novelas "El cantante de muertos" y "Los últimos hijos". Algunos de sus libros han sido traducidos al inglés, francés y polaco.

"Vamos a recuperar", le susurro. "A Susan, a la memoria". Acostamos a la vieja: queda extendido, laxo, su bello cuerpo de huesos largos y en procesión cada una de nosotras, ¿o sólo yo que soy todas? empieza a clavar las agujas en esa piel acartonada. Una hunde la aguja en los oídos para que recupere los sonidos. Otra en la lengua para que nos cuente cómo le arrebataron a su hija. Un alfiler en la matriz para que sangre de nuevo. En el cráneo le hundimos una aguja mayor, fría, que tiene un ojo diamantino. "Vamos, vamos a recuperarte por completo", le susurro. Acerco mis labios partidos, hiede su aliento moribundo, palpo la tensa quietud de sus músculos endurecidos cuya piel responde, amoratándose, ante el procedimiento. Sostengo mi aguja, la última. Para enfocar es necesario sólo un ojo. Rápidamente hundo mi alfiler en la pupila derecha que se rompe.

Sólo entonces, pasado un año, octubre ya, la mujer sonríe.

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*Todos los autores de nuestro Cuento a 13 voces participaron en el proyecto México20 que el Hay Festival, Conaculta y el British Council organizaron en 2014 entre autores menores de 40 años.

El Hay Festival México es un encuentro entre poetas, novelistas, científicos, humoristas, científicos, ambientalistas y más, para pensar en el mundo de hoy e imaginar el de mañana.

Tiene lugar en Ciudad de México entre el 23 y el 25 de octubre. Su versión digital,

HayFestivalMéxico@BBCMundo, es coproducida por BBC Mundo.