La reciente elección del papa Francisco y la decisión de Benedicto XVI de permanecer como papa emérito es un acontecimiento inédito en la historia de la Iglesia Católica que ahora genera un debate entre expertos sobre aspectos técnicos y teológicos sin antecedentes.
El historiador papal Michael Walsh explicó a la BBC que este dilema de tener dos Papas, uno en ejercicio y el otro emérito, deja a los teólogos en medio de una maraña teológica y puede levantar complicadas dudas técnicas en un futuro próximo.
La complicación se debe a que el papa Ratzinger decidió, en primer lugar, renunciar a ser el obispo de Roma, pero además, conservar un título, un trato y ciertos privilegios papales.
Otorgarse el título de "pontífice emérito" y retener el trato de "su santidad", según Walsh, "enturbia las aguas y lo hacen aparecer casi como una especie de Papa alternativo".
La confusión empeora por el hecho de que Benedicto XVI ha decidido continuar viviendo en el Vaticano y mantener en funciones a su secretario privado, el arzobispo Georg Gaenswein, quien hasta este momento había sido jefe de la vivienda papal y, por lo tanto, el custodio papal oficial.
Se espera que el papa Francisco nombre a una nueva persona para estos mismos servicios pero para sí mismo
Potestades sacramentales
En una reciente columna, escrita para la BBC, Walsh explica cómo estos tecnicismos generan una serie de ambigüedades que tienen que ver con aspectos teológicos y prácticos. Walsh explica cómo los diáconos, los sacerdotes y los obispos tienen rangos que son sacramentales, es decir, al mismo nivel que sacramentos como el bautismo o el matrimonio.
Un sacerdote o un obispo pueden renunciar a sus cargos. Pero a pesar de que esta opción es posible, según la Iglesia Católica, teológicamente, siguen siendo sacerdotes o un obispos.
La situación se complica cuando se toma en cuenta que el cargo de Papa no tiene un estatus sacramental. El Papa es pontífice porque técnicamente es el obispo de Roma.
Él podría dejar de ser obispo y, por lo tanto, dejar de ser Papa. De hecho, en el caso de todos los otros obispos regulares, se espera que renuncien cuando cumplen los 75 años.
Walsh sostiene que mucha gente esperaba que, tras su renuncia, el papa Ratzinger revertiría su grado a su posición anterior y volvería a ser el cardenal Ratzinger. Pero, en lugar de esa solución, decidió mantener un título y tratos papales.
De manera que, técnicamente, algunos podrían argumentar que al elegirse un nuevo pontífice se ha elegido a un anti-Papa.
Recientemente, dos distinguidos teólogos italianos hicieron un llamado a Benedicto XVI a reconsiderar y retirar su renuncia. Según uno de los teólogos, la razón es porque un Papa "no debe" renunciar y, de acuerdo con el otro teólogo, porque un Papa "no puede" renunciar.
Incluso, el teólogo Enrico Maria Radaelli, ha afirmado que el hecho de seleccionar a un sucesor del papa Ratzinger es elegir a un anti-Papa, un impostor en la silla de San Pedro.
La piedra en el zapato
Hay algunos sectores de la iglesia que podrían aprovechar estas ambigüedades teológicas. Walsh sostiene que las pugnas surgirían en caso de que el nuevo pontífice tomara una dirección muy diferente a las posiciones de su predecesor, por ejemplo, en temas relacionados con el papel de la mujer en la iglesia o -en casos menos controversiales- en la promoción de la liturgia tradicional en latín.
Afuera de la iglesia, un grupo separatista llamado la Sociedad de San Pío X ha estado, durante mucho tiempo, a punto de declarar una "sede vacante", aduciendo que el Papa no es un legítimo sucesor de San Pedro debido a que se han aceptado los preceptos del Concilio Vaticano II, que se llevó a cabo al comienzo de la década de 1960.
El papa Benedicto XVI hizo grandes esfuerzos para atraer de nuevo a la iglesia a este grupo secesionista. Sin embargo, sus intentos terminaron en fracaso.
Las negociaciones se cayeron no mucho antes de que el Papa anunciara su renuncia y, según Walsh, esto puede haber contribuido a la imagen de cansancio que en ese momento proyectó. La Sociedad de San Pío X permanece separada de la iglesia y atrae a católicos desencantados, constituyéndose en otra división en el movimiento cristiano.
El papa ermitaño y el de los libros
La más reciente renuncia de un Papa sucedió hace siglos. En el año 1294 el ermitaño Pietro da Morrone fue elevado al rango de Papa con el nombre de Celestino V cuando los cardenales no pudieron ponerse de acuerdo con ningún otro candidato. Sin embargo, Celestino V renunció después de tan solo seis meses en el cargo.
El objetivo de su renuncia era porque quería regresar a su condición de ermitaño. Pero su sucesor, Bonifacio VIII, decidió encerrarlo en un castillo por el resto de su vida, temiendo que se volviera una figura aglutinadora de oposición.
De hecho, no hubo poco descontento en contra del pontificado de Bonifacio VIII. Uno de los argumentos esgrimidos por sus enemigos era que debido a que los papas no pueden renunciar él no era un legítimo heredero del trono de San Pedro.
Al igual que Celestino V, Benedicto XVI ha afirmado que, en adelante quiere llevar una vida de reclusión. Es sabido que Benedicto XVI siempre había sido más feliz entre sus libros y sus gatos que entre las multitudes que tenía que enfrentar frecuentemente en su condición de Papa.
El objetivo de Ratzinger, de ahora en adelante, es volver a escribir. Y, como Papa, siempre había insistido en que sus escritos teológicos los había escrito más como Joseph Ratzinger que como Benedicto XVI.
Lo que se avecina
El historiador Michael Walsh, autor de varios libros sobre temas papales como The Popes: 50 celebrated occupants of the throne of St Peter, sostiene que proximidad geográfica del Papa emérito podría ser una situación incómoda para el nuevo pontífice.
La incomodidad podría basarse en la presión que sentiría el papa para consultar a Ratzinger en temas en los que puso el sello de su pontificado, por ejemplo, el Ordenariato o la reintroducción de la misa en latín. El Ordenariato es una organización creada por Benedicto XVI para recibir a los anglicanos que se conviertan al catolicismo.
Walsh considera, sin embargo, que tal vez no hay otra alternativa realista como residencia para Ratzinger más que el lugar que se ha escogido, el convento Mater Ecclesiae, que está dentro del territorio vaticano.
El experto sostiene que si Ratzinger viviera en otro lugar, por ejemplo, la ciudad alemana de Regensburg, algunas personas podrían intentar demandarlo por el manejo de los escándalos de abusos eclesiásticos.
Walsh sostiene que, por otro lado, también una residencia afuera del Vaticano podría convertirla en una especie de santuario, un punto de reunión para quienes estén en desacuerdo con las políticas que tome el nuevo Papa.
Wash considera que también hay dudas legítimas sobre el título de Papa emérito ya que abre espacio para acusaciones de orgullo, cuando Ratzinger ha sido también elogiado por su humildad.