En octubre de 1997, el general Lino Oviedo era el hombre más buscado de Paraguay.
El presidente constitucional Juan Carlos Wasmosy había ordenado su arresto disciplinario poco días después que el militar retirado ganara el 7 de septiembre de ese año las elecciones internas del gobernante partido Colorado y se convirtiera en el candidato presidencial para las elecciones de 1998.
El militar pasó a la clandestinidad para evitar ser capturado por las fuerzas de seguridad paraguayas.
Un año antes, en abril de 1996, el mismo presidente Wasmosy había acusado a Oviedo, entonces jefe de las Fuerzas Armadas, de haber intentado un golpe de estado en su contra. La justicia paraguaya exhoneraría más tarde al militar de todos esos cargos.
La popularidad, la fama y la influencia de Oviedo dentro del partido Colorado y del gobierno había ido en aumento desde que protagonizó el golpe de estado que derrocó al gobierno autoritario del general Alfredo Stroessner en 1989.
Según una leyenda urbana de la época, nunca confirmada, en la noche del 2 al 3 de febrero de 1989, el entonces coronel Oviedo entró al despacho de Stroessner con una granada en la mano y le dijo al anciano gobernante: "General, hasta aquí llegó su gobierno, o me acompaña o no salimos ninguno de los dos de esta oficina".
Trabajo de detective
En 1997 yo trabajaba como corresponsal en Paraguay de la cadena de noticias estadounidense CBS Telenoticias y el general en la clandestinidad se convirtió en mi objetivo periodístico número uno. Comencé a mover todos mis contactos para tratar de conseguir una entrevista con él.
El jueves 9 de octubre de 1997 mi trabajo de periodista, cuasi detective, comenzó a rendir sus frutos. Ese día, a las 8 de la mañana recibí una llamada telefónica de uno de mis contactos que me dijo: "Preparate, que puede haber novedades".
Quince minutos después me vuelve a llamar el mismo contacto y me pide que vaya al hotel Guaraní (en el centro de Asunción) en diez minutos y que lo esperara en el lobby.
Llegué a tiempo pero mi contacto nunca apareció y cuando ya comenzaba a desesperarme porque sentía que se me escapaba la noticia más grande del momento, me vuelve a llamar y prácticamente me ordena: "Andá al aeropuerto y esperanos en el estacionamiento, traé tu pasaporte, tenés que estar ahí en media hora, ni un minuto tarde porque no te esperamos".
Yo vivía en el centro, no muy lejos del hotel Guaraní, volví a a casa a recoger mi pasaporte y salí disparado rumbo al aeropuerto, creo que nunca manejé tan rápido ni pasé tanto semáforos en rojo como aquel día.
Durante el trayecto pensaba "todo el mundo buscándolo en Paraguay y el general se había escapado al extranjero… ¿Dónde estaría? ¿A dónde iríamos? ¿Brasil? ¿Argentina?".
Llegamos con mi camarógrafo al estacionamiento del aeropuerto y enseguida se nos acercó un hombre que nos pidió que lo acompañemos. Fuimos caminando con él hasta otra parte del estacionamiento donde estaba la corresponsal y el camarógrafo de CNN y de allí todos juntos hasta la rotonda de entrada de la terminal aérea donde están las paradas de los buses de transporte público.
No esperamos mucho y llegó un bus privado con vidrios oscuros polarizados y ninguna marca que lo identificara con alguna empresa comercial de transporte. La persona que nos recogió en el estacionamiento nos ordenó subir pero él se quedó. Dentro del bus estaba mi contacto, su esposa y el chofer.
Ahí comenzó un largo periplo y me di cuenta que el encuetro en el aeropuerto y el pedido de que trajera mi pasaporte había sido para despistar a los servicios de seguridad en caso que hubieran interceptado las llamadas teléfonicas.
Mi contacto nos llevó hasta el fondo del bus donde había un bar y una cocinita con abundante comida típica paraguaya (Chipá Guazú, sopa paraguaya, croquetas y empanaditas) y bebida de toda clase (gaseosas, cervezas y vino).
Me ofreció un reloj y camisetas con propaganda proselitista de Lino Oviedo de regalo. Amablemente decliné, diciéndole que no podía aceptar sus obsequios porque yo no le estaba haciendo un favor, sino que estaba cumpliendo con mi trabajo.
Durante el recorrido, que duró varias horas, el chofer evitó puestos de peaje y de control policial.
A medida que pasábamos por distintos pueblos y localidades, mi contacto me iba diciendo que "cuando Lino Oviedo sea presidente aquí va a haber un hospital, y allá un polideportivo y más allá una universidad" y que los caminos de tierra por los que transitábamos "iban a ser pavimentados".
En el equipo de sonido del autobus sonaban la polka "Colorado" y otras canciones partidarias. Yo lo sentí como un "ablande" para la entrevista.
Finalmente llegamos, después de muchas vueltas, a una casa en las afueras de Piribebuy, a 75 kilómetros de Asunción, en el departamento de Cordillera.
Una entrevista clandestina
Tras una hora más de espera, apareció Lino Oviedo en una camioneta 4×4 japonesa blindada, acompañado por su hijo Ariel y tres guardaespaldas. Saludó muy amablemente a los dueños de casa, a mi contacto y su esposa, a nosotros y a varias personas que se habían reunido en el patio.
El general parecía particularmente orgulloso de las medidas de seguridad y de su camioneta. Nos las mostró en detalle y ordenó a uno de sus custodios que disparara su pistola 9mm. contra el parabrisas para demostrarnos la calidad de los vidrios blindados. La bala dejó una marca en el lado inferior izquierdo del parabrisas pero no lo traspasó.
Nos explicó que no confiaba en los medios de prensa paraguayos porque "estaban todos controlados por el gobierno" y que nos había dado la entrevista porque "el control de Wasmosy no llegaba a los medios internacionales".
Oviedo siempre tuvo una dificil relación con la prensa. Tiempo después lanzaría su célebre amenaza en guaraní: "Peé periodista, tataindyicha peñe alineata" (Ustedes, los periodistas, se van a alinear como velas).
Apenas comenzada la entrevista, después de tres o cuatro preguntas, se cortó la luz.
"Nos localizaron" dijo Oviedo, refiriéndose a los organismos de seguridad del Estado que lo estaban buscando, y desapareció raudamente en la camioneta blindada que lo había traído junto a su hijo y los guardaepaldas. Sus seguidores en el patio lo despidieron al canto de "Lino O, Lino O", el grito de guerra y slogan que lo acompañaría en todos sus intentos por llegar a la presidencia de Paraguay.
A mí me tocó regresar a Asunción y seguir esperando. Esa noche, a las doce, me citaron en la casa asuncena de Alejandro Velázquez Ugarte, en ese entonces uno de los colaboradores más cercanos de Oviedo y a la una de la madrugada llegó el general de impecable traje azul de civil para terminar nuestra entrevista.
Yo estaba rendido, cansadísimo, después de ese largo día de citas repentinas y viajes por el interior del país, pero Lino Oviedo estaba lleno de energía, como si recién se hubiera despertado. Se lo comenté y sonriendo me dijo que estaba acostumbrado a largos días de trabajo por su carrera militar.
Mi entrevista giró en torno a los problemas legales que enfrentaba y las contradicciones dentro del gobernante partido Colorado del que era su candidato presidencial, pero recuerdo que también pude preguntarle sobre Hugo Chávez, otro militar latinoamericano con aspiraciones políticas en ese entonces y me contestó seguro y enfáticamente "que no compartía ni sus métodos, ni su ideología".
Recordé este episodio esta mañana, cuando me enteré de su muerte en un accidente de helicóptero en el Chaco, paradójicamente en el aniversario del golpe de 1989 que lo llevó a ser uno de los últimos caudillos y protagonistas de la política paraguaya en su difícil etapa de transición a la democracia.