Esto no empezó como una película de ciencia ficción, sino de espionaje: encerrado en una habitación en penumbras de un hotel de la avenida Reforma, en Ciudad de México, mirando un documento ultra-secreto: el primer episodio de la nueva serie de Doctor Who.
El episodio, titulado Deep Breath (Profundo respiro) estaba albergado en una memoria externa, negra y cuadrada como un aparato de la KGB, con una clave especial para dejar ver su contenido. El computador personal, convenientemente viejo –"shitty", fue como lo definió su dueña- dejó salir en medidos escupitajos las primeras imágenes: un dinosaurio por las calles del centro de Londres.
En ese momento, en esa pieza de un quinto piso, con las cortinas cerradas, no pude dejar de sonreír por cómo me había metido en esto: reuniones cuasi-secretas, contratos de confidencialidad y muchos, muchísimos jóvenes amantes de un "Señor del Tiempo".
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El tour de Doctor Who
En realidad, todo comenzó como una película de El Padrino: con una oferta que no podía rechazar.
Llamada desde nuestra oficina en Miami:

Los fans estaban esperando a los actores en el aeropuerto.
-Te propusimos como moderador en el evento en Ciudad de México del Tour Mundial de Doctor Who.
-¿Qué???
-Por favor, necesitamos que nos ayudes con esto.
-Eeeer… Ok.
(Bueno, no fue exactamente así, pero suena más dramático, ¿no?).
Empezó entonces un ir y venir de correos electrónicos con los organizadores del tour, firma de dos contratos, uno de ellos de confidencialidad (¡ajá! espero no estarlo rompiendo aquí), guión, ensayos, para terminar en un lugar donde nunca esperé verme: sobre un escenario, frente a más de tres mil personas, moderando una discusión en inglés con Peter Capaldi, Jenna Coleman y Steven Moffat.
Whovian
Acá debo hacer una confesión: no me considero un fan con galones de Doctor Who. Soy, sí, un seguidor de la serie. La empecé a ver hace casi diez años en Londres, donde una chiquilla a la que quiero como si fuera mi hija, era una entusiasta de Doctor Who (ya no es una chiquilla, pero sigue siendo fan: no se imaginan su emoción cuando le conté que iba a conocer a Peter Capaldi).
Otra confesión: de lo que más me gusta del periodismo es la posibilidad de atravesar transversal y verticalmente las sociedades y sus invisibles muros. Un día estar entrevistando a un mandatario y al siguiente comiendo sancocho de carne salada en un barrio pobre.
Vivir esos extraños momentos en que vida y muerte, tristeza y júbilo, entran en colisión: en el sepelio de un líder sindicalista cuyo asesinato afectó profundamente a una comunidad, una niña toma mi libreta de apuntes y me dibuja una casita y un árbol (fue hace más de 20 años, aún conservo el dibujo).
O -en una escala diferente- estar pensando en un artículo sobre la corrupción en México y que de pronto te digan que en una semana vas a estar en un escenario, sudando a chorros, hablando con el décimo segundo Doctor Who y su acompañante, Clara, con un estricto guión en la mano y alguien dándote instrucciones por un audífono.

También hubo disfraces.
Buenas personas
De vuelta al hotel en la Avenida Reforma, pero ya no en una habitación en penumbras. Afuera, una cincuentena de fans esperan detrás de una barrera a que Peter Capaldi y Jenna Coleman salgan a darles un saludo. Están ahí desde las 10 de la mañana. Son las tres y media de la tarde.
En el restaurante del hotel, Capaldi y Coleman discuten los últimos detalles del evento con un pequeño grupo. La rueda de prensa ya quedó atrás. Steven Moffat está encerrado en su habitación, escribiendo.
Por todas partes pulula el personal que la BBC ha destacado para el tour (supongo que debo contarme entre ellos): relacionistas públicos, camarógrafos, fotógrafos, técnicos y hasta un cyberman que la debe estar pasando muy mal dentro del disfraz en medio de este sofocante verano mexicano.
Me presentan a Peter y Jenna. El es alto, flaco y de mirada irónica. Su apretón de manos es fuerte y cálido. Ella es petite, de hermosos ojos y sonrisa. Lucen como buenas personas.
Algo que parece confirmar el hecho de que más tarde, a pesar de lo cansados que estaban -llegaron la noche antes de Nueva York, donde también hubo presentación- cuando supieron del grupo de fans que estaba abajo, bajaron a saludarlos, a firmar autógrafos y a tomarse fotos con ellos.
El evento

El Teatro Metropolitan, donde se realizó el evento, estaba repleto.
El equipo de la BBC, junto a una productora contratada localmente, empezó a preparar todo en el Teatro Metropolitan desde la medianoche del sábado. A las 7 de la mañana del domingo, cuando llegamos presentadores y moderadores, el lugar era un pandemonio de cables, órdenes y movimiento.
Hacia las 8 am, mientras ensayábamos con guión, sin guión, con luces, sin luces, con clips… ya se podían oír afuera los gritos de los fans.
Los dejaron entrar a las 9:45 y desde ese momento la atmósfera se volvió eléctrica. Cánticos, aplausos, disfraces… Tanto, que un inglés al que todo la mañana había visto con cara seria (y sin saludar a nadie) entró al camerino donde yo leía por enésima vez el guión, y con una sonrisa de oreja a oreja informó que el mejor público que había visto hasta ese momento era el mexicano. Y el evento ni siquiera había empezado.
Arrancó a las 11:20 con un presentador (Stivi the TV, ya que preguntan) y luego la premiere del primer episodio de la nueva serie (y el nuevo) Doctor Who.

¿Y quién es el señor al lado del corresponsal de la BBC en México?
Sin romper el contrato de confidencialidad (no quiero que me demanden hasta por el último mísero penique que tengo) debo decir que el programa es todo lo que se puede esperar de un clásico de la serie: momentos de maniática energía y humor, combinados con toques de profundidad y de gran tristeza. Lo digo porque, a través de los monitores, mientras esperaba tras telones el momento para ingresar, vi varias personas del público llorando.
¿Mi participación? Sólo puedo decir que los nervios se quedaron enredados entre los cables, tras bambalinas y que (excepto por el calor) realmente disfruté la conversación que Claraitzel Hernández (de la revista mexicana Cine Premiere) y yo condujimos con Moffat, Coleman y Capaldi, quienes mostraron buen humor y real interés.
Pero lo que me llevo (además, claro, del selfie que me tomé con Peter Capaldi para mi hija poco antes de que entráramos en escena y del par de besos que me dio Jenna Coleman en la mejilla) es el público, su entusiasmo, ese compromiso (sin necesidad de firmar ningún contrato) de no revelar algún detalle importante del programa, que sólo será estrenado a nivel mundial este fin de semana. Que yo sepa, nadie ha roto esa promesa.
Con Twitter tengo una pequeña ecuación: por cada mil lectores de una de mis notas obtengo un seguidor. En medio de todo este asunto con Doctor Who he conseguido un par de docenas más sin siquiera escribir una línea. Todos jóvenes, todos whovians. Y de eso sí que me siento orgulloso.
Después de todo, fue una película con final feliz
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