No hay una respuesta fácil. Pero consciente de esas limitaciones, la agencia espacial estadounidense NASA cuenta con un batallón de unas 25 personas que tienen la responsabilidad de oler prácticamente todo lo que va al espacio: desde los trajes y herramientas de trabajo hasta efectos personales como tampones, pañales, ositos de peluche o maquillaje.

El más experimentado de ese grupo es George Aldrich, quien lleva casi 40 años trabajando con su nariz y a quien hoy se le conoce como el "supersabueso" o el "olfateador jefe" de la NASA.

Su labor, aunque a veces termina siendo más que desagradable, es importante para la seguridad espacial, según la NASA: un olor fétido puede distraer al astronauta (o, peor aun, enfermarlo) hasta tal punto que no pueda cumplir con sus funciones críticas de vuelo. Y nadie quiere cancelar una costosa misión espacial, tras años de investigación y desarrollo, simplemente por un olor insoportable.

El zapato más oloroso

George Aldrich

Además de su trabajo en la NASA, George Aldrich tiene una labor mucho más mundana: durante los últimos 14 años, este hombre ha sido juez en el concurso del zapato más oloroso de Estados Unidos.

Hace unos años, el ganador, un niño de diez años, reveló su secreto: "simplemente los uso… sudo en ellos".

Y Aldrich dijo: "El hedor a veces permanece conmigo durante días. Es como un flashback".

Pero a BBC Mundo le reveló, con orgullo por su nariz, su fuente de trabajo, que "no hay nada mejor que el juez de olor sea alguien que tiene una nariz certificada".

BBC Mundo habló con Aldrich desde su laboratorio en las instalaciones de pruebas de White Sands, en el estado estadounidense de Nuevo México, para descubrir más detalles de su inusual trabajo.

Comida y pañales usados

George Aldrich dice con orgullo que él tiene el récord de pruebas olorosas de la NASA: ha participado en 868 misiones olfativas, unas 250 más que cualquier otro científico.

También dice con satisfacción que él es una de las pocas personas en el mundo que tiene una nariz certificada por la NASA y agrega que ha olfateado tantas cosas que no podría enumerarlas todas.

De lo que sí se acuerda -sin tanto orgullo, pero con risa- es de las ocasiones en que le ha tocado trabajar con objetos realmente pestilentes.

Aldrich cuenta, por ejemplo, que alguna vez le correspondió a su equipo estudiar las bolsas que guardan los desechos en la Estación Espacial Internacional.

Los astronautas habían reportado que se estaba filtrando un olor y, por tanto, para descubrir la falla, los sabuesos de la NASA tenían que acercarse tanto como fuera posible a la realidad del espacio.

Eso implicaba llenar las bolsas de paquetes de comida, pañales usados y hasta el vómito de los astronautas. Sí, lejos del glamour que los rodea, los hombres que salen de la Tierra usan pañales cuando hacen una caminata espacial y también sufren de mareo.

astronautas en la estación espacial.

Poco espacio en el espacio. Así puede resumirse una característica común de la vida del astronauta.

Aldrich y su grupo debían guardar y analizar la mezcla durante 18 días -el tiempo promedio de una expedición espacial- pero al tercer día, hastiados, presentaron su conclusión: "Les va tocar encontrar una mejor bolsa que esa", dice el científico.

La anécdota puede ser apestosa y bastante gráfica, pero revela un lado importante y poco explorado de las expediciones espaciales.

Las naves en las que viajan los astronautas tienen de hecho fama de tornarse olorosas con el tiempo y los científicos no tienen escapatoria. De ahí que sea clave asegurar que por lo menos, cuando están viendo nuestro mundo desde lejos, se preocupen lo menos posible de problemas olfativos.

Calibrar las narices

Aunque puede sonar sencillo, no es fácil predecir qué puede oler mal en el espacio. Y los científicos de la NASA no se lo toman a la ligera.

¿Cómo reconocemos los olores?

nariz

Los humanos son capaces de detectar miles de olores diferentes. Los receptores olfativos reconocen los olores y se ubican en la cavidad nasal.

Pelos minúsculos cuelgan de esos receptores y están cubiertos de una capa de mucosa. Si un olor, formado por químicos en el aire, se disuelve en esa mucosa, los pelos lo absorben y excitan a los receptores.

Cuando los receptores se estimulan, transmiten impulsos al cerebro. Esto está conectado directamente con el sistema límbico, la parte del cerebro que se encarga de las emociones.

Por eso, las reacciones a los olores no son casi nunca neutrales: a uno le gusta un olor o le disgusta. Además, los olores dejan una impresión duradera vinculada fuertemente a los recuerdos.

De ahí que, por ejemplo, el olor a una galleta de chocolate pueda traer recuerdos de la abuela.

Casi todos los materiales que puedan terminar utilizándose en los compartimentos donde viajan los astronautas deben ser probados para prevenir olores y todos, sin excepción, necesitan ser analizados para determinar su toxicidad.

Así, Aldrich y su equipo reciben una muestra del objeto, lo sellan y lo calientan a casi 50 grados Celsius. Estudian los vapores que desprende y, si establecen que no tiene componentes tóxicos, pasan a descubrir el olor.

Esto último lo hacen cinco personas escogidas aleatoriamente de entre los 25 "sabuesos". Una enfermera examina su garganta y su nariz para determinar que no haya problemas de salud y, con el visto bueno, pasan a "calibrar sus narices".

Reciben una serie de botellas con diferentes olores (como menta, vinagre y éter) y si pueden reconocerlos, entonces pasan a estudiar el objeto que irá al espacio.

Toman los mismos vapores que utilizaron para la prueba de toxicidad, los diluyen con aire limpio, se ponen una máscara y toman una jeringa. Recogen con ella los vapores diluidos y los expulsan en la máscara. Tratan, por regla general, de no ver qué están oliendo para que la mente no los traicione.

Luego los evalúan con una tabla de 0 a 4: cero no tiene olor, cuatro es repugnante. Cada miembro del panel da su calificación y se dividen luego entre cinco. Si la nota final es más de 2,4, el objeto no va al espacio.

Finalmente, una enfermera vuelve a revisar a los encargados de la prueba para evitar efectos secundarios: en una ocasión, al oler un documento que contenía los planes de vuelo, los cinco "sabuesos" terminaron con ampollas en su nariz y garganta por culpa de la tinta con que se imprimió.

Esos pequeños inconvenientes no afectan a Aldrich, que lleva haciendo el mismo procedimiento durante décadas y lo conoce de memoria. Pero también dice que tiene 58 años y, a medida que pasa el tiempo, su nariz deja de ser tan efectiva. Por eso está esperando a que llegue el momento de retirarse.

Eso sí: sigue soñando con llegar a 1.000 misiones olfativas, aunque duda que lo logre. "¡Tal vez tenga suerte y llegue a las 900!", concluye.