Los egipcios viven este jueves el primer día del que deberá ser un mes bajo un nuevo Estado de Emergencia motivado por la sangrienta víspera que dejó cientos de muertos y miles de heridos tras el desalojo de campamentos de simpatizantes del depuesto presidente Mohamed Morsi.

Es imposible ahora saber cuánta gente pereció este miércoles y a manos de quién. La cifra que da el gobierno es 278 muertos, incluyendo 43 agentes de la policía, mientras que fuentes de la Hermandad Musulmana han hablado de miles de fallecidos.

Los informes difundidos durante la noche por los periodistas que están cubriendo los eventos en El Cairo hablan de una ciudad fantasma, sin autos ni personas en las calles, patrulladas solo por amenazantes grupos de policías y militares.

Hay una gran tensión, porque independientemente del lado del debate político en el que se ubiquen, muchos egipcios saben que el país entró en una nueva fase –potencialmente más grave- de una crisis que empezó en 2011 cuando los vientos de la llamada Primavera Árabe acabaron con el gobierno de Hosni Mubarak.

Los eventos del miércoles -por ahora el punto culminante de una desgastante serie de avances y retrocesos para la sociedad egipcia- confirman que las felices perspectivas que se abrían con la revolución de aquella "primavera" se han visto frustradas.

Como resultado, Egipto es hoy una sociedad profundamente escindida, donde las referencias políticas pueden empezar a no servirle a muchos y donde las pocas instituciones sólidas y de prestigio, como las Fuerzas Armadas, pueden empezar a sufrir un desgaste peligroso.

Primavera interrumpida

Ciudadanos egipcios

La operación de desalojo de parte del gobierno egipcio dejó al menos 278 muertos y 1.403 heridos.

En sólo dos años, Egipto pasó de estar controlado por el gobierno personalista y autocrático que mantuvo Mubarak por tres décadas, a un experimento de elecciones libres ganadas por Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana, un grupo acusado de radical y visto con desconfianza por muchos fuera de la región.

En julio, un pronunciamiento militar palaciego marcó la caída del gobierno de Morsi, que en el poco tiempo que estuvo en ejercicio del poder polarizó a la sociedad egipcia y sufrió manifestaciones aún más multitudinarias que las que determinaron el fin de la era Mubarak.

A Morsi sus detractores le acusaron de sectario y de dotar al país de una constitución proislamista, obviando las expresiones de otros sectores sociales.

El mandato de Morsi se consumió en un permanente pulso con otras instituciones (sobre todo la Judicatura y los militares) que parecía destinado a perder, si se considera que el poder real en Egipto lo siguen teniendo los uniformados, como han hecho desde que el país se independizó en 1956.

Al final, más allá de la manera cómo dejó el poder, su gestión fue una oportunidad perdida para poner al país en una senda de crecimiento democrático.

El argumento presentado en julio por los militares de restaurar el orden para sacar a Morsi del cargo para el que fue elegido parece perder sentido hoy que el país norafricano atraviesa la que promete ser su peor crisis.

Como bien dice desde las calles de El Cairo el veterano corresponsal de BBC, Jeremy Bowen, "la euforia que siguió a la caída del expresidente Hosni Mubarak en febrero de 2011, parece estar muy distante".

¿Con quien estar?

Manifestante en Egipto

Un partidario del expresidente Mohamed Morsi dispara con una honda a las fuerzas de seguridad egipcias.

Los sucesos del miércoles dejan una sociedad al mismo tiempo enlutada y confundida.

El gobierno interino que con tanta dificultad se formó y que decía querer convocar a los ciudadanos a una plataforma unitaria sufrirá las consecuencias de una acción que muchos considerarán digna de los sistemas menos democráticos del planeta.

De hecho, este capítulo violento tuvo su primera víctima política cuando el vicepresidente de Relaciones Exteriores, el premio Nobel de la paz Mohamed El Baradei, dimitió de su cargo en el gobierno al poco tiempo de iniciada la operación de desalojo.

Por eso hoy, quienes no apoyaban a Morsi -algunos de los cuales vieron con buenos ojos su derrocamiento- pueden tener problemas para confiar en la convocatoria unitaria expresada por ese gobierno interino que confiaban en que restauraría cierto orden.

También están los que pese a adversar al defenestrado presidente, vieron en el golpe de estado una traición a la promesa de democracia en la que habían confiado. Quizá no apreciaran mucho a Morsi y a los suyos, pero ahora tendrán menos razones para respaldar a los responsables de los sangrientos desalojos.

Los seguidores de la Hermandad Musulmana tienen razones para no sentirse parte de un esquema político que los ha devuelto a las márgenes del sistema.

Es casi seguro que en los próximos días reagrupen fuerzas para redoblar su oposición al gobierno, a lo mejor no con sentadas y acampadas, pero con otro tipo de actividades que ayudarán a alimentar la sensación de desintegración que muchos egipcios quisieran superar.

Dentro y fuera de Egipto muchos temen que quizá la institucionalidad no resista tantos embates y que el país comience a deslizarse progresivamente por una peligrosa pendiente rumbo a la ingobernabilidad.